Andrés Salvador, Una cartografía del Poder: "El Principe" de Nicolás Maquiavelo, en Hector J. Zimerman (Director), "De Principatibus" - Cinco Siglos de Vigencia de Ciencia Política, ed. Asociación Argentina de Derecho Político / AADP – Universidad Nacional del Nordeste / UNNE, Corrientes, 2014.
Santi di Tito, retrato de Nicolás Maquiavelo (s.XVI) |
1.
Inteligencia simbólica del orden
político social antiguo medieval El pensamiento simbólico propio del
hombre antiguo y medieval se caracteriza por el hecho de que, como explica
Mircea Eliade, “los objetos del mundo exterior (…) como los actos humanos
propiamente dichos, no tienen valor
intrínseco autónomo” sino que lo adquieren y “llegan a ser reales, porque participan (…) en una
realidad que los trasciende” (Eliade, 1985: 12).
Así, la Naturaleza en cuanto es una
creación divina se sacraliza, y al contemplarla, el hombre descubre que los
dioses han manifestado en la propia estructura del mundo y de los fenómenos
cósmicos las diferentes modalidades de lo sagrado y, por consiguiente del Ser (Eliade,
1992: 101).
El mundo habla o se revela a sí mismo
a través de símbolos (Eliade-Kitagawa, 1986: 128), por lo que para quien
contempla a la naturaleza con esta visión, el mundo se presenta transparente
porque percibe en todas sus manifestaciones el brillo de los eternos arquetipos
(Burckhardt, 1976: 46).
Escribía San Basilio el Grande
(329-379): “Cuando alguna vez, en una noche serena, contemplaste con suma
atención la belleza admirable de las estrellas y repentinamente al acordarte
del artista del universo, meditaste sobre quién lo era, que en forma tan bella
dibujó estas flores en el cielo adornándolo, e hizo que la hermosura de este
espectáculo no fuera menos grande que la regularidad… Si entonces este mundo
visible, temporal y perecedero es tan bello ¡como deberá ser el mundo eterno e
invisible!” (Gode-Von Aesch, 1947: 154 nota 17).
Estamos en un cosmos
sacramentalizado donde “El cielo se mesclaba con la tierra a fin de
bendecirla y el tiempo se absorbía dentro de la eternidad” (Wilhelmsen, 1964: 24-25) y en el que mediante las cosas sensibles conocemos las
inteligibles (Ramírez Arandigoyen, 1983: 33-46).
En este contexto como explica Otto Von Gierke, la organización del universo
creado por Dios opera como prototipo de los primeros principios que gobiernan
la construcción de las comunidades humanas
(Gierke, 1963: 95). De esta forma
“la justicia humana, por ejemplo, que está fundada en la
idea de <<ley>>, tiene un modelo celeste y trascendente en las
normas cósmicas (tao, artha, rta, tzedek, themis,
etc.)” (Eliade, 1985: 35-36).
En otros términos, el Macrocosmus
se refleja en el Microcosmus o Minormundus
(Gierke, 1963: 95). “Es oportuno traer a colación párrafos de una carta de
Santa Hildegarda de Bingen, que dicen: “Dios divide a su pueblo sobre la tierra
en estamentos diferentes, así como sus ángeles están en el cielo divididos en
grupos distintos: ángeles, arcángeles, querubines, serafines ¡Y Dios los ama a
todos!” (Atchabahian, 1957: 53).
Así, como “todo el movimiento existente en el universo provenía del
giro de las esferas fijas que, a su vez,
era causado por la acción de un motor inmóvil”
y que “Dicho movimiento se iba transmitiendo (…) a todo el sistema hasta el
mundo sublunar” (Baig-Augustench, 1987: 39), “El rey, por obra de la
consagración, estaba por encima y fuera de la dimensión social, dominándola y
vertebrándola independientemente de sus cualidades y condiciones” (Homet, 1989:
31), no extraña entonces que en De
Monarchia el Dante nos presente “un Príncipe, como único motor, y una ley como único movimiento” (Calmon,
1957: 76 nota 31).
2. El nominalismo y el colapso del orden político social medieval En el colapso de la
inteligencia simbólica del orden político social medieval y en la génesis del
Renacimiento debe tenerse siempre presente el papel de la negación nominalista
a sobrepasar lo sensible en el examen de la realidad de modo que no se alcanza
a percibir ideas universales (Vallet de Goytisolo, 1971: 13; Puy Muñoz,1972).
En efecto para el nominalismo las ideas universales no tienen
correlato real concreto, aparte del
nombre (signo grafico signum u oral flatus vocis) que las connota, de forma
que los conceptos concretos (las ideas particulares de Sócrates, Platón o
Aristóteles) son la idea de las cosas concretas (es decir tienen su correlato
real en los respectivos individuos históricos Sócrates, Platón o Aristóteles), mientras
que los universales [por ejemplo, la idea universal de hombre que abarca a esos tres hombres (Sócrates, Platón o
Aristóteles) y a todos los demás] solo son la idea de meras palabras [no existe
nada real o tangible que sea el hombre,
salvo esta pura palabra, este puro nombre (nomen)],
de meros nomina de donde la expresión
técnica nominalismo (Puy Muñoz,1972: 349-350).
Ahora, como recuerda Ernst Von Hippel “la
negación del dominio de las ideas y de la realidad objetiva -o sea del carácter
obligatorio y de la singular forma de existencia propia de los universales (…),
afectar[á] el dominio de lo suprasensible, en el que el ordo medieval encontraba su modelo” (Puy Muñoz,1972: 357).
Es así que el universal religioso iglesia católica (Puy Muñoz,1972: 358)
se rompe con el ataque a su símbolo externo de unidad: la primacía pontificia (Puy
Muñoz,1972: 359); el universal político sacro
imperio (Puy Muñoz,1972: 358)
expresada en la autoridad del emperador es negado en beneficio de los surgientes
poderes reales y burgueses (Puy Muñoz,1972: 360); el universal jurídico derecho natural trae como consecuencia lógica
al ser negado, que todo el derecho se convierta en ultimo termino en derecho
positivo (Puy Muñoz,1972: 363); por fin la rotura del universal sociológico comunidad jerárquica (Puy Muñoz,1972: 358)
llevará a que esta se desintegre en un agregado informe de micro-Estados,
sociedades mercantiles y banderías políticas
o partidos (Puy Muñoz,1972: 363).
La ruptura de los cimientos del imperio
universal medieval y de los cuerpos sociales incluidos en él, conduce tanto al
descubrimiento del individuo (resultado de la afirmación nominalista de que lo
único real es una suma de individuos) como a la progresiva emancipación de poderes
territoriales locales que reclaman para sí la más alta jurisdicción y que con
Maquiavelo llamaremos Estado (Verdross,
1983: 161-162).
3. El
Renacimiento, el descubrimiento de la Tierra y el punto de vista de Maquiavelo Como resultado del
proceso examinado precedentemente, el Hombre del Renacimiento deja de mirar el
Cielo [=Arquetipos] para fijar su vista, extasiado en su derredor y en sí mismo:
se descubren él y el mundo (Arias Pelerano, 1979: 42).
Recordemos a aquí que a partir del siglo XV “Los
hombres descubren la tierra. Por primera vez se dan cuenta de lo que es la Tierra;
por primera vez un hombre da la vuelta al mundo y demuestra por el hecho la
rotundidad del planeta” (García Morente, 2004: 148) [=Hermando de Magallanes
1519-1522 (Esteve-Barba, 1970: 75-78)].
Desde los últimos años del siglo XIV se
advierte “un nuevo espíritu crítico (…) que no deja pasar como artículo de fe
científica la opinión de los autores, tales como la existencia de la zona
tórrida inhabitable o las fantasías de las condiciones de navegación a través
del mar tenebroso: de otro modo no sería explicable el gran movimiento
explorador que por aquellas fechas se produjo. El principio de autoridad, por
el cual se han seguido hasta entonces ciegamente lo que los textos afirman, ha
ido sustituyéndose insensiblemente por un espíritu de duda que necesita, para
creer lo que otros han dicho, confirmarlo mediante la observación o la
experiencia. Este espíritu de investigación se va apoyando, a través del siglo
XIV, en datos concretos aportados por viajeros y cartógrafos” (Esteve-Barba,
1970: 52).
Precisamente hay una interesante relación
entre la cartografía, que experimenta en este periodo un fuerte
desarrollo, y el punto de vista desde el
cual Nicolás Maquiavelo examina una de las formas en que se expresa el nuevo
poder particular que es el Estado.
En El Príncipe,
Maquiavelo se identifica con un cartógrafo cuando en la carta dirigida a Lorenzo de Medici El joven, señala
que así como estos “se sitúan en la llanura para estudiar la naturaleza de los
montes y de los lugares altos y, para hacer lo propio con los lugares más bajos,
se sitúan en lo alto de los montes, de manera similar, para conocer bien la
naturaleza de los pueblos, hay que ser príncipe, y, para conocer bien la de los
príncipes, hay que pertenecer al pueblo” (Maquiavelo, 2013: 10).
Ahora bien, así como el cartógrafo debe
atender a la observación o a la experiencia y no a la pura opinión fundada en el
principio de autoridad, Maquiavelo afirma
que “en el análisis de esta materia me apartaré de los planteamientos de los
demás” (Maquiavelo, 2013: 66), y que su
conocimiento surge de “una larga
experiencia de los sucesos modernos y una continua lectura de las antiguos” (Maquiavelo,
2013: 9).
Se advierte claramente la ruptura con la
precedente tradición política medieval, cuando sostiene que le “ha parecido más conveniente ir a la verdad
de los hechos que a su imagen ideal” y agrega “Muchos se han imaginado
repúblicas y principados que no se han visto ni conocido en la realidad. Porque
hay tal distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que quien
abandona lo que se hace por lo que se debería hacer aprende más rápido su ruina
que su supervivencia” (Maquiavelo, 2013: 66).
De igual forma que el arte se desvincula del orden metafísico (Sáenz,
1997: 355-358), lo que lleva lo que lleva a poner como fin del arte el placer
sensible antes que el placer del bien inteligible, la primacía de la visión
sensible también se advierte en Maquiavelo, quien recuerda que “Los hombres, en
general, juzgan más por los ojos que por las manos. A todos toca ver
<<tocar>> a pocos toca. Todos ven lo que pareces, pero pocos
<<tocan>> quien eres verdaderamente” (Maquiavelo, 2013:76). Es
realmente notable la frecuencia en el uso de términos asociados a la visión a partir
del Capítulo XV de El Príncipe,
asunto que por sí mismo demandaría un estudio.
Se abandona la idea aristotélica del Telos del hombre, para pensar lo
político desde el hombre medio de entonces (Verdross, 1983: 162) a quien el florentino caracteriza diciendo que de ellos “se puede
decir en general que son ingratos, volubles, mentirosos e hipócritas, temerosos
del peligro, ávidos de ganancias. En tanto que los beneficias, son del todo
tuyos y te ofrecen la sangre, los bienes, la vida de los hijos (siempre que no
los necesites (…) pero, cuando llegan las dificultades, miran a otra parte” (Maquiavelo,
2013: 71).
4. Una
cartografía del poder El territorio que Maquiavelo busca cartografiar en la
obra que examinamos, parte de aquel más extenso que el explora y al cual da
nombre en la obra que hoy recordamos, lo
stato, es el formado por los principados
(Maquiavelo, 2013: 12)[1].
De forma general y con beneficio de inventario podemos señalar
que, tras la inicial afirmación de nuestro autor de que: Todos los Estados =
Dominios: presentan dos Clase = Genera:
Repúblicas y Principados (Maquiavelo, 2013: 11), se advierten en el libro dos
partes diferenciadas:
1.
Una
primera relativa al Principado: Los distingue en:
1.1. Hereditarios
(Cap. I y II)
1.2. Nuevos (Cap. I y
III: Estos pueden ser:
1.2.1. Completamente
nuevo (Cap. I y VI)
1.2.2. Mixtos
(Cap. I y II): los que a su vez están:
1.2.2.1.
Acostumbrado a vivir bajo el poder de un príncipe (Cap. I)
1.2.2.2.
Ser libre (Cap. I)
Luego examina como estos se: Gobiernan - Conquistan -
Conservan - Ataques y defensa (como indica al comienzo del
Cap. XII) distinguiéndose oportunamente entre Principado Civil (Cap. IX) y
Eclesiástico (Cap. XI)
2.
Una
segunda relativa al Príncipe: Examina aquí el comportamiento del
príncipe con sus súbditos y amigos (Cap. XV); en particular sus cualidades y
otros asuntos:
2.1.
Liberalidad
y parsimonia (Cap. XVI)
2.2.
Crueldad
y piedad (Cap. XVII)
2.3.
Como
mantener la palabra dada (Cap. XVIII)
2.4.
Como
evitar el odio y desprecio (Cap. XIX)
2.5.
Utilidad
de las Fortalezas y otros medios de defensa (Cap. XX)
2.6.
Lo
que conviene para ser estimado (Cap. XXI)
2.7.
Secretarios
(Cap. XXII)
2.8.
Como
evitar los aduladores (Cap. XXIII)
2.9.
Por
qué los príncipes de Italia perdieron sus estados (Cap. XXIV)
2.10.
La
Fortuna en las cosas humanas (Cap. XXV)
Finalmente una: Exhortación a la defensa de
Italia y su liberación (Cap. XXVI)
A modo
de conclusión Leer
a Maquiavelo atendiendo a su interés en la verdad de los hechos y no en su
imagen ideal, en lo que se expresa la
negación nominalista de los universales políticos sobre los que se asienta la
inteligencia simbólica del orden político social antiguo-medieval, torna
evidente de que a este autor como explica Leo Strauss hay que mirarlo “de atrás
hacia adelante, desde un punto de vista pre-moderno hacia un Maquiavelo
completamente inesperado y sorprendente, que es nuevo y extraño; y no mirar
hacia atrás desde nuestro tiempo, hacia un Maquiavelo que se ha convertido en
algo antiguo y propio; en algo casi bueno” (Costa, 2013: 9)[2]. Es así como podemos
redescubrir a 500 años su sorprendente frescura y vigor.
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[1] Para la República
ver de Maquiavelo, Los Discursos sobre la
primera década de Tito Livio, Buenos Aires, ed. Losada, Buenos
Aires, 2003.
[2] Para la lectura Straussiana de Maquiavelo véase de
este autor el capítulo Nicolás Maquiavelo [1469-1527] en Leo Strauss - Joseph
Cropsey (compiladores), Historia de la
filosofía política, ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2009, trad.
cast. de Leticia Garcia Urriza, Diana Luz Sanchez y Juan José Utrilla, pp.286 –
304.