Estado de los estudios en curso
por
Andrés Salvador
Tópicos
sobre los que se ha establecido posición.
En el curso de nuestros estudios hemos podido establecer posición en torno a
los siguientes tópicos:
El paganismo como sacralidad cósmica.
El cristianismo cósmico y la persistencia de la religiosidad
pagana.
Derrumbe del cristianismo y emergencia de la modernidad.
Crisis de la modernidad.
Los
mismos han sido desarrollados en nuestro trabajo, al que remitimos:
Salvador, Andrés
2003: El retorno de los
dioses.
Corrientes, Santa Sofía, 2003.
Tópicos
en curso de estudio: Se encuentra en curso de
estudio:
1.
La relación entre el Ser y
los Entes en Nimio de Anquín: Nimio de Anquín, en su estudio Ser, Nada y
Creación en la Edad Media (Anquín, 1994: 151-195) [Texto fue presentado al
II Congreso Internacional de Filosofía Medieval de Colonia (Alemania) en 1961
(Anquín, 1994: 23)], explica de Anquín que la relación entre el Ser y los Entes
pude ser:
1.
Univoca y horizontal: [Ontologicamente
(p. 159)] Univoca, porque no hay mas que Ser (p. 152) eterno
[necesariamente porque en la puridad de la deducción racional, no es admisible
que haya otra razón de ser que el Ser mismo (p. 153)] del que los entes
participantes emergen por lo que no son creados (p. 159) [el Ente no necesita
recibir del Ser eterno ninguna existencia, por ser coexistente unívocamente con él en la eternidad misma
(p. 159). Adviértase que en este contexto, el no ser se entiende como Ser
en potencia es decir como privación de Ser sin que esta privación
signifique la Nada porque siempre hay Ser y solamente del Ser eterno hay
transito a los Entes ya que de la Nada no puede haber transito al acto
(p. 153)]; horizontal, en cuanto que los Entes participan del Ser en una
coexistencia en la latitud inmensa de la eternidad, diferenciada por las
connotaciones accidentales del tiempo, “imaginado móvil” o como “imagen” móvil
diferenciante de la multiplicidad y diversidad, pero sin fracturar en ningún
caso la continuidad eterna del Ser (p. 154). Esta inteligencia del Ser y de los
Entes participantes de el es propia del pensamiento griego en su origeneidad
desde Tales hasta Aristóteles (p. 152). Escribe de Anquín:
“Por ello, el Ser platónico, tan eterno como
el de Parménides y Aristóteles, Ser sin Nada y unívocamente, no se compadece
con la creación. Oigamos discurrir brevemente sobre este tema a U.
Wilamowitz-Moel-Lendorf. Dice: “La poesía del mito de la creación es, por lo
tanto, la substancia del Timeo, un mito cuya exploración significaba un riesgo
para Platón, que le costaría superar, pues él tenia ya al mundo por increado,
indevenido y eterno. Eterno: ello significa que las categorías de espacio y
tiempo no son aplicables al Ser.” Y
agrega con un poco de brutalidad, pero consecuentemente: “Hubiera sido para el
heleno Platón una mayor audacia, que desde luego nosotros aceptamos, si hubiera
admitido que el mundo había sido creado. Nosotros estamos habituados a la
concepción mítica de un Dios que hizo todo de la Nada, porque el Génesis
comienza con estas palabras. Olvidamos fácilmente cuán antifilosófico es ello,
un argumento suficiente de por qué los semitas no lograron una ciencia de la
naturaleza. Pero no es posible el desarrollo de ninguna concepción natural. El
primer capítulo no es una leyenda menos sutil que el segundo, pero mucho menos
es un ensayo para concebir la naturaleza, sino solamente especulación
sacerdotal, que bajo palabras resonantes no contiene ni una vez siquiera una
concepción sensible satisfactoria. Los helenos ignoraron absolutamente un Dios
que hiciese algo de la Nada.” Platon, Sein Leben u. Seine
Werke. Aufl., v. B. Snell. Berlin, 1948, pp.
474-475.” (Anquín, 1994: 227 nota 21).
2.
Equivoca y jerárquica: [Ontológicamente
(p. 152)] Equivoca, porque los Entes están separados por una distancia
infinita [irreductible (p. 151)] de un Ser (p. 159) omnipotente (p. 157)
que se manifiesta como un creador (p. 158) que saca a los Entes [creatura
(p. 159)] de la Nada ontológica (p. 156) y los pone en la
existencia (p. 157), estamos ante un Ente nadificado (p. 159); jerárquica, porque hay una ascensión
de los Entes al Ser (p. 154). La distinción real de esencia [(Ente o)
creatura que recibe la existencia (p. 152)] y existencia [(Ser)
creador que da la existencia (p. 152)] que hace posible la verdadera analogía
es semítica y tiene un origen extraño a la razón (p. 152) por la presencia del
gran Irracional que es la Nada que torna ininteligible la relación entre el Ser
y el Ente (p. 160). Según nuestro autor:
“Necesitamos
rehabituarnos a la univocidad óntica -que se perdió después de los
presocráticos- y que nos dará el sentido de la unidad de la Naturaleza, de la
que salimos, en la que vivimos y a la que volvemos en el ineluctable proceso de
la generación. La influencia del dualismo judío ha dañado durante milenios
aquel sentido de unidad y solidaridad con la physis, que en su “armonía
oculta” nos transporta de lo múltiple a lo uno.” (Anquín, 1994: 30).
Para de Anquín no hay posibilidad de una conciliación entre el Ente
coeterno y unívocamente participante del Ser y la Creatura ya que entre ellos
no hay mediación, por lo que no es posible una síntesis doctrinal como
la elaborada por Santo Tomás de Aquino, basada en la analogía y en la distinción
real de esencia y existencia (p. 160):
“Para recomponer la unidad perdida, sin la unicidad incompatible con
la distinción real, y para evitar la ininteligibilidad de los Entes
transformados en creaturas nadificadas, Tomás excogito la analogía, con la que
salva la apariencia de la continuidad. Pero la analogía no es una soldadura,
sino un puente ideal, porque el Ser-creador y los Entes-creados estaban
separados irreparablemente por un abismo infinito, y lo infinito es lo
realmente infranqueable. Y la distancia no podía ser sino infinita, porque la
creatura, antes de recibir la existencia, era Nada, y la distancia entre la
Nada y el Ser es infinita. Si no lo fuera, no habría creación, pues, en tal
caso, en el Ente habría ya una razón de ser anterior al acto creador.” (Anquín,
1994: 161-162).
Cf. Caturelli, 1983: 49-61 particularmente nota 31, quien en esta obra
tiene presente críticamente a de Anquin, al respecto cf. Sequeiros, Octavio A. Alberto
Caturelli: La metafísica cristiana en el pensamiento occidental en Moenia,
Buenos Aires - Junio 1984, pp.147-151, particularmente p. 151.
2.
La relación entre lo
Divino y el hombre. En relación a la
tradición mística se advierten dos categorías:
a.
Religiones que formulan
una distinción ontológica y esencial entre creador y criatura [Campbell, 2002:
35]: Para las religiones occidentales Dios hizo el mundo, y Dios y el mundo no
son lo mismo [Campbell, 2002: 35]. En la tradición occidental, lo divino no
está dentro del hombre, cuya relación con Dios se consuma a través de una
institución lo que Campbell llama disociación mítica, en tanto disocia la
persona del principio Divino [Campbell, 2002: 36].
b.
Religiones que no formulan
una distinción ontológica y esencial entre creador y criatura [Campbell, 2002:
35]: Mientras para el cristianismo la unión de la naturaleza humana y divina en
Cristo es considerada un misterio, en el Oriente donde cada hombre es
pensado como un trozo de Dios, no hay misterio alguno [Campbell, 2002: 36][1]
Esta distinción, no obstante, debe ser matizada, así, escribe Vicente
Fatone:
“Es la mística oriental la que más ha insistido en la identidad última
de Dios -ejemplar único en la eternidad- y las criaturas- ejemplares múltiples
en el tiempo. Oriente ha preferido
acentuar la unidad de lo divino y lo humano, en tanto Occidente ha
preferido acentuar la distinción. Pero así como los místicos orientales han
hablado, para evitar la confusión total de lo divino y lo humano, no de su
unidad, sino de su no-dualidad, los occidentales han hablado de su distinción
sin número; es decir, nuevamente de una no-dualidad. La mística oriental
tiene su última fórmula en las palabras upanishádicas: “Tú eres aquel”; y su
última imagen, para expresar la unión definitiva, en las gotas de miel, ninguna
de las cuales podría decir: “Yo fui el polen de aquella flor”. La mística
occidental recurre, como en la beata Angela da Foligno, a la frase “Tú eres yo
y yo soy tú”, y a la imagen de la amada transformada en el amado. Pero en ambos
casos, con distinción o sin ella, lo que importa es la unidad, que es lo
estrictamente místico, pues lo otro, la distinción en sí, afirmada en unos
casos y negada en otros es simplemente lo dogmático. Y cuando alguna
experiencia mística como la del budismo, prescinda del concepto de Dios, de lo
que se hablará será siempre de la unidad, la unidad del nirvana, refugio último
no para el “yo”, pues el “yo” es una ilusión sujeta a todas las contingencias,
una simple anécdota, sino para el
nirvana mismo que constituye nuestra más íntima realidad, comparado también a
veces con la nada (con la nada comparan
a Dios los místicos occidentales), y frecuentemente con el espacio vacío que
ofrece la imagen más próxima a lo absoluto, en cuanto no está sujeto al tiempo,
ni a variaciones, y que permanece siendo lo que es, limpio de toda impureza, en
su eterno presente.” [Fatone, 1963a: 32].
Explica Campbell que una función fundamental de la mitología es la que
el llama función mística de despertar y mantener en el individuo un
sentimiento de reverencia y gratitud ante lo que es, y seguirá siendo siempre,
el misterio del ser, el misterio del universo y de uno mismo dentro de él
[Campbell, 2002: 53], ahora ello lleva a comprender que la “esencia” del propio
ser trasciende todas las categorías:
“Es inmanente: está aquí, ahora, en el de reloj de pulsera que estamos usando, en el papel
en el que estoy escribiendo. Tomen cualquier objeto, tracen un círculo a su
alrededor, y podrán verlo en la dimensión de su misterio. No necesitan pensar
que saben qué es, porque en realidad no lo saben, pero el misterio del ser de
nuestro reloj de pulsera será idéntico al misterio del ser del universo, y de
nosotros también. Cualquier objeto, cualquier palo, piedra, planta, animal o
ser humano, puede colocarse de este modo en el centro de un circulo de
misterio, ser contemplado en su dimensión de maravilla, y servir de este modo
como un soporte perfectamente adecuado para la meditación.
Alrededor del siglo VIII a. C., en la Chiandogya Upanishad, se
pronuncia la fórmula clave de esa meditación: tat tvam asi, “Tú eres
eso”, o “Tú mismo eres así”. El sentido final de una religión como el hinduismo
o el budismo es producir en el individuo una experiencia, de un modo u otro, de
su propia identidad con ese misterio que es el mismo de todo ser: “Tú eres
eso”. Aunque no ese “tú” que apreciamos y distinguimos de todos los otros.
Un modo de llegar al conocimiento de un plano personal mas profundo es
distinguir entre el objeto y el sujeto de conocimiento, identificándose en
consecuencia con el sujeto, el testigo, y no con lo que contempla. Por ejemplo,
“Contemplo y conozco mi cuerpo: no soy mi cuerpo”; “Conozco mis pensamientos:
no soy mis pensamientos”; “Conozco mis sentimientos: no soy mis sentimientos”;
“Soy el que conoce, soy el testigo”. Entonces aparece el Buda y dice: “Pero
tampoco hay testigo”. De este modo podemos retroceder hasta salir de los muros
del espacio. Y así llegamos a comprender la aspiración, “Neti! Neti!”
“¡No esto!¡No esto!” Cualquier cosa que podamos nombrar no es eso,
absolutamente. “Iti! Iti!” “¡Esta aquí!¡Esta aquí!” Este oxímoron, o
afirmación autocontradictoria, es la clave de lo que llamamos el misterio del
Oriente.” [Campbell, 2002: 55-56].
Recuerda Campbell que esta idea se encuentra en occidente, aunque no
sin conflicto:
“Pero también es el misterio de muchos de nuestros místicos
occidentales; y muchos de ellos han sido llevados a la hoguera por decirlo. Al
oeste de Irán, en cualquiera de las tres grandes tradiciones que nos han
llegado desde la zona del Medio Oriente, vale decir el judaísmo, el
cristianismo y el islam, esos conceptos son impensables y heréticos. Dios creó
el mundo, Creador y criatura no pueden ser lo mismo, dado que, como nos dice
Aristóteles, A no es no-A. Nuestra teología, en consecuencia, comienza con el punto
de vista de la conciencia despierta y la lógica aristotélica; mientras que en
otro nivel de conciencia (y éste, el nivel al que todas las religiones deben
referirse en última instancia) el misterio último trasciende las leyes de la
lógica dualista, la causalidad y el espacio tiempo.
Cualquiera que diga, como se dice (Juan, 10:30) que dijo Jesús: “Yo y
el Padre somos Uno”, según nuestra tradición ha blasfemado. Jesucristo fue
crucificado por esa blasfemia; y novecientos años después, el gran místico sufí,
Hallaj, fue crucificado por lo mismo. Se dice que Hallaj comparó el deseo del
místico con el de la polilla por la llama. La polilla ve una lámpara ardiendo
en la noche y, presa de un deseo irresistible de unirse a esa llama, revolotea
contra la lámpara hasta el alba, y después vuelve adonde están sus congéneres a
contarles en términos poéticos el cuento de su experiencia. “No se te ve mejor
por lo que pasó”, le responden, pues sus alas están bastante maltrechas: esa es
la condición del asceta. Pero vuelve la noche siguiente y encontrando un camino
por el vidrio de la lámpara, se une con su amada y se vuelve ella misma llama.
Nosotros, en nuestra tradición, no reconocemos la posibilidad de tal
experiencia de la identidad con el campo del propio ser. Lo que acentuamos, más
bien, es el logro y mantenimiento de una relación con una personalidad
concebida como nuestro creador. En otras palabras, la nuestra es una religión
de relación; a, la criatura, se relaciona con X, el Creador (aRX).
En el Oriente, en cambio, la formula apropiada será mas bien como la simple
ecuación a = X.” [Campbell, 2002: 56-57][2].
3.
Metáfora o Historia. Como escribe Eugene Kennedy muchos elementos de la Biblia parecen
muertos e increíbles porque han sido considerados hechos históricos en lugar de
representaciones metafóricas de realidades espirituales [Campbell, 2002: 14];
en efecto las verdades espirituales que trascienden el tiempo y el espacio solo
pueden llegarnos en vehículos metafóricos [Metáfora: del griego: meta,
superar, o ir de un lugar a otro, y phorein, mover o transportar] cuyo
sentido se encuentra en su connotación
[esto es, en la nube de testimonios de las muchas facetas de la verdad
que las metáforas evocan espontáneamente] y no en sus denotaciones, las
fijas casillas fácticas y unidimensionales de la referencia histórica
[Campbell, 2002: 16], el problema consiste en que las metáforas que se refieren
a lo que no podría decirse de ningún otro modo, son prosaicamente mal
entendidas al referirlas a hechos tangibles y sucesos históricos. La denotación
[esto es, la referencia en tiempo y espacio: un determinado Parto Virginal, el
Fin del Mundo] es tomado como el mensaje, mientras que la connotación, la rica
aura de la metáfora en la que reside su importancia espiritual, es completamente
ignorada. El resultado es que nos quedamos con esa inflexión étnica particular
de la metáfora, su vestimenta histórica, mas que con su núcleo espiritual
viviente [Campbell, 2002: 31]. La insistencia en reafirmar el carácter
histórico-factual de las metáforas religiosas [Campbell, 2002: 14] presenta
serias implicaciones como se advierte al examinar el modo en que se puede
alcanzar una relación con Dios conforme a la línea de pensamiento occidental:
“Según el pensamiento judío, se logra naciendo de una madre judía.
Dios, en cierto periodo, difícil de fechar con precisión, estableció un Pacto
con la raza judía, exigiendo la circuncisión y algunas otras atenciones
rituales, a cambio de lo cual disfrutarían por siempre de Su atención
exclusiva.
En la tradición cristiana, no menos exclusivamente, el personaje
histórico, Jesús, es considerado la única encarnación en la Tierra del Dios, el
único auténtico-Dios-y-autentico-Hombre. Este avatar, se nos enseña a
contemplarlo como un milagro. En el Oriente, en cambio, todos comprenden esta
verdad en sí mismos, y encarnaciones como Krishna, Rama o el Buda deben verse
simplemente como un modelo a través del cual realizar el misterio de la
encarnación en uno mismo.
¿Cómo logramos, no obstante, la relación necesaria con Jesús? Mediante
el bautismo, y a través de él la pertenencia a su Iglesia; es decir, dentro y
por medio de un contexto social santificado que destaca ciertos reclamos
exclusivos. Estos reclamos dependen, para su validación, de la historicidad de
ciertos milagros específicos. La tradición judía depende de la idea de una
relación especial a un pueblo “elegido” singular, en cierto lugar, y todas
estas circunstancias en el tiempo histórico. La documentación, empero, es
cuestionable. Del mismo modo, la tradición cristiana se basa en la idea de una
única encarnación, la autentificación de la cual está en la prueba de ciertos
milagros, seguidos por la fundación de una Iglesia y la continuidad de esta
Iglesia mediante el tiempo; cada paso del dogma también es histórico.”
[Campbell, 2002: 57-58].
Explica Kennedy, que el Parto Virginal no se refiere a la condición
biológica de Maria, la madre de Jesús, sino al renacimiento del espíritu que
todos pueden experimentar; la Tierra Prometida no se refiere a una ubicación geográfica
sino al territorio del corazón humano en el que cualquiera puede entrar
[Campbell, 2002: 16-17]:
“Pero se han lanzado flechas de condenación y se han librado
interminables guerras por una confusión básica sobre estas metáforas, que
deberían permitirnos atravesar los limites del tiempo y el espacio, en lugar de
dejarnos frustrados e inmovilizados en el polvoriento escenario de su concreto
periodo histórico. Las denotaciones son singulares, limitadas en el tiempo y no
espirituales; las connotaciones de la metáfora religiosa son ricas,
intemporales y se refieren no a alguien en el mundo externo de otra era sino a
nosotros mismos y a nuestra experiencia espiritual ahora mismo.” [Campbell,
2002: 17].[3]
4.
El aspecto femenino de
Dios. La figura del padre no supone la traducción
ultima de la relación en que el hombre se siente con su Dios [Fatone, 1963b:
32]:
“El regazo y el pecho materno le ofrecieron otra figuración mas justa
de cuanto sentía. “Como la madre consuela a su hijo, así os consolaré”, hace
decir a Dios el “tercer Isaías”, para recurrir en seguida a la imagen del niño
que mama “la teta de la consolación”. ” [Fatone,
1963b: 32].
La imagen de Dios bajo la figura materna se comprende cuando atendemos
al hecho de que como sostiene Campbell, cada uno de los grandes temas
mitológicos del Viejo Testamento ha sido localizado por los modernos eruditos
en el anterior complejo sumero-babilónico, lo que supone que mitos que
originalmente apuntaban a la diosa como fuente ultima, ahora apuntan a un dios
[Campbell, 2002: 54]:
“Este cambio es altamente significativo, y es una de las cosas más
desconcertantes de nuestra tradición. Los símbolos hablan directamente a la
psiquis. Uno sabe espontáneamente lo que están diciendo, aun si la persona que
los presenta e interpreta habla en una lengua diferente. Dice “Esta historia
nos habla el Padre”, mientras el corazón del oyente está diciendo “No, habla de
la Madre”. Es así como todos nuestros símbolos religiosos nos hablan con un
doble discurso. Dado que como afirma Santo Tomás en su Summa contra gentiles
(Libro I, cápitulo 5), “Solo entonces conocemos de verdad a Dios, cuando
creemos que Él está muy por encima de todo lo que el hombre puede pensar de
Dios”, seguramente no es correcto pensar como masculino o femenino a lo que
supera todo pensamiento humano. En nuestra tradición, el problema se hace más
complejo por la imagen de un Dios masculino sin esposa, lo que nos impide
pensar en la divinidad como algo que trasciende y subsume los opuestos
sexuales. Esta imagen de lo divino es muy importante, psicológica y
socialmente. Como ahora sabemos bien, esta representación marcadamente
desequilibrada del misterio de Dios fue construida primordialmente para apoyar
el reclamo de superioridad de los conquistadores patriarcales sobre sus
victimas matriarcales.” [Campbell, 2002: 54-55][4].
Mas adelante señala nuestro autor:
“Además, el poder que ha sido suprimido en la corriente principal de
nuestra tradición es el que en la mayor parte del mundo es representado con la
imagen de la gran Diosa. En la Biblia (Reyes II, 21: 23) se la llama “la
abominación”. Pero la imaginaria misma de la Biblia deriva de un contexto
mitológico anterior, en el que reinaba la Diosa. Su imaginería y la de las
deidades de la naturaleza, sus hijos, han sido expropiadas y transformadas para
ponerlas de acuerdo con una tradición estricta y cruelmente patriarcal,
orientada hacia lo masculino; de ahí que todos los símbolos de esta tradición
aparezcan cabeza abajo.
¿Quién, por ejemplo, quiere el seno de Abraham? ¿Quién
oyó nunca de un hombre dando a luz a una mujer, como Adán a Eva? En toda esta
simbología y estos relatos hay una deliberada campaña de seducción, que vuelve
la mente y el corazón de la mujer al hombre -es decir, de las leyes de la
naturaleza a las leyes e intereses de una tribu local. Una vez más, como ya he
sugerido, es seguramente un desconcierto para la psiquis tener que responder a
imágenes que dicen una cosa al corazón y son presentadas ante la mente
programando otro sentido, opuesto. Esta paradoja produce una clase de situación
esquizoide, e indudablemente una de las razones principales de la prosperidad
actual del psicoanálisis es este embrollo de la imaginería simbólica a través
de la cual los sistemas conscientes e inconscientes de nuestras mentes eran
mantenidos en contacto.
Una desgracia adicional para la salud de nuestra
civilización puede verse en el mismo doctor Freud, tan infectado como la Biblia
con lo que hoy llamamos machismo. El movimiento feminista puede tener una
influencia importante aquí, extendiéndose inclusive al campo de la simbología
religiosa. Mientras tanto, en la tradición cristiana, ha sido un gran triunfo
para Maria que a pesar de la resistencia de la comunidad bibliólatra
protestante (para quien la mariolatría tiene más o menos el mismo significado
que la “Abominación”, para Elías) ha podido avanzar más y más en la órbita de
la divinidad. La Asunción de Maria al Paraíso fue declarada dogma en 1950, para
que se lo creyera como suceso histórico. También debe tenerse en cuenta, como
imagen para la contemplación, su Coronación en el Cielo.
De hecho, Maria es inclusive considerada
Co-Salvadora, co-sufridora con su Hijo redentor. La línea divisoria aquí entre
“veneración” y “adoración” se vuelve cada vez menos fácil de definir. Las
reglas de juego están cambiando ante nuestros ojos. Si cedieran completamente,
se habría ganado una autentica victoria sobre el provincianismo patriarcal de
nuestro pasado (Extra ecclesiam nulla salus) y a favor de un futuro más
humanizado, simplemente por virtud de una transformación de símbolos esenciales
a través de la imaginación mitológica vuelta a despertar y activar, de los
hombres y las mujeres de hoy.” [Campbell, 2002: 74-76].
Esta cuestión se relaciona estrechamente al moderno interés por la brujería,
en punto a la cual se señala [siguiendo a R. R. Ruether en El Aspecto
Femenino de Dios. Un problema de la Vida Religiosa Contemporánea. Concilium
163, marzo, 1981. Revista Internacional de teología. Ediciones Cristiandad,
Madrid, España] que:
“El movimiento feminista de los años setenta, sobre todo en los
Estados Unidos, empezó a desarrollar una tendencia cada vez mas militante que
identificaba la religión patriarcalista como raíz del problema de la
subordinación a que están sometidas las mujeres. Aquellas mujeres entendieron
que todos los esfuerzos por trazar una imagen más bien “andrógina” de Dios
habrían de resultar insuficientes. El aspecto femenino de Dios quedara siempre
situado dentro del marco fundamentalmente condicionado por la perspectiva
masculina. De ahí sacaron la conclusión de que es preciso rechazar en bloque la
religión bíblica.
En su lugar aspiraban a
erigir una religión de la Diosa y de la
naturaleza, que suponían ser el culto original de la humanidad durante
la etapa de la sociedad matriarcal, antes de que surgiera el patriarcado.
Creían que las brujas de Europa habrían mantenido esta religión de la
naturaleza cuya figura central era la Diosa y que a causa de esta fe fueron
perseguidas por la iglesia cristiana, que falsamente las acusó de malevolencia
y de rendir <<culto al diablo>>. La brujería feminista piensa estar
resucitando esta antigua religión de la Diosa.
Es posible que en este
movimiento estemos presenciando lo que podríamos considerar primeros pasos de
una nueva etapa de la conciencia religiosa de la humanidad. El cristianismo
crítico no puede desdeñar sin más esta posibilidad. Podría ocurrir que al final
resultara cierto que hemos permitido que la revelación hecha a través de los
profetas y de Jesús se haya corrompido a causa de un androcentrismo idolátrico
y que ahora sobrevenga un entendimiento más pleno de Dios en que verdaderamente
quede incluido lo femenino como persona y que esta perspectiva se sobreponga a
la religión patriarcalista a la vez que la juzga.” [Nueva Sociedad, 1986:
192-193].
5.
A modo de conclusión. En las Cámaras Borgia del Vaticano se encuentra un cuadro de un
pintor del siglo XVI llamado Pinturicchio que:
“muestra a la diosa egipcia Isis entronizada, dando instrucciones a
sus dos discípulos. A su izquierda se sienta Moisés y a su derecha, Hermes.”
[Campbell, 2002: 68-69].
Esta obra nos remite al combate que -en el complejo escenario
del Renacimiento [Berdiaev, 1978: 279]- libraron principios contrarios: la
concepción pagana de un absoluto inmanente en la vida, y la concepción
trascendental cristiana [Berdiaev, 1978: 280]; se ha señalado la importancia
que presenta en este contexto la traducción de una considerable porción del Corpus
Hermeticum hecha por Marsilio Ficino en 1463, obra que se inscribe en la
línea griega de pensamiento en el que la divinidad habita, y es de la misma de,
la sustancia del universo, inteligencia esta que se encuentra en conflicto con
la tradición que prevalece desde el siglo IV en adelante de un Dios entendido
como un Ser trascendente, que no debe identificarse con la sustancia del
universo ni con nuestra propia forma interna [Campbell, 2002: 69].
Ahora, también este cuadro nos hace presente que la aspiración de
superar el conflicto entre inmanencia y trascendencia tiene una compleja
historia que para nosotros, en nuestro actual estado de conocimiento, se
resuelve a favor de la primera.
Aun cuando se trate de una cuestión mas bien secundaria respecto del
problema que examinamos, conviene señalar que el carácter metafórico de los
relatos religiosos se enfrenta con el hecho de que para las religiones que
sostienen una idea trascendente de Dios, el problema de lo que podemos llamar reclamo
de historicidad se presenta en principio irreductible. En efecto, dado que
el acto creador marca el comienzo del tiempo, no se encuentran en la revelación
monoteísta hechos arquetípicos que verificados en el tiempo mítico [o
primordial] por revelar un modo de existencia de la divinidad, del hombre
primordial, del civilizador, etc., se convertirán en modelos ejemplares para la
humanidad y en consecuencia ser reproducidos sin cesar por los hombres [Eliade,
1985: 96-97], sino que esta [la revelación monoteísta], se efectúa en el tiempo
histórico, es decir, el que se desarrolla a lo largo de los acontecimientos,
los que son únicos, no se repiten y se depositan en las memorias y a través de
los cuales Dios revela su voluntad [Eliade, 1985: 97; Leon-Dufour, 1990:
890-892]. Es cierto que en nuestra tradición encontramos un complejo de asociaciones
esenciales que no son históricas, sino más bien mitológicas [Campbell, 2002:
124], pero ello no supone negar de que estas puedan vincularse “a hechos que
bien pudieron ser fácticos, como la crucifixión de Jesús.” [Campbell, 2002:
124]. Entendemos que este conflicto encuentra un marco de resolución en la
inteligencia simbólica.
En orden a las dificultades que enfrentamos[5] este inspirado texto de
Fatone es particularmente orientador:
“Aunque antes no hayamos sido, y aunque luego habremos de dejar de ser,
somos; y por eso solo, el misterio del ser es nuestro propio misterio. Intentar descifrarlo es nuestra más alta aventura; y no es
simplemente aventura “nuestra”: es la mas alta de todas las aventuras posibles
porque es la aventura del ser que intenta descifrar su propio misterio. Nuestro
episodio humano ha agregado eso al ser: la conciencia de su misterio, y el
esfuerzo por resolverlo. No somos el ser; somos seres. Pero no hay, junto a los
seres, otro ser más, que venga a aumentar su número. El ser no es un ser,
es el ser. Y, tradicionalmente, ese ser que no es un ser ha sido llamado
Dios; y ha sido llamado también, Uno, Tao, Brama, Nirvana, Fana. (“Los sabios
llaman con distintos nombres a lo que es uno”, dice un viejo texto oriental;
“Zeus, si es que con ese nombre quieres ser llamado”, dice un viejo texto
occidental.)
Los seres no son el ser; el ser no es ninguno de los seres. Pero el ser
vive en los seres, y los seres viven en él. Ninguna intimidad mas estrecha que
ésa. Por ello, el misterio del ser es el misterio, también, de nuestra relación
con él, ya que en él “vivimos, y nos movemos, y somos”, según las palabras que
los filósofos griegos oyeron repetir a Pablo de Tarso en el Areópago.
Seres insertos en el ser: eso somos. Toda nuestras búsquedas son
figuraciones de la búsqueda única que las hace posibles; y de ahí el
“Consuélate: No me buscarías, si no me hubieras encontrado”. Seres itinerantes,
terminamos por descubrir que todo viaje es un regreso: como el Simurg de la
alegoría persa, al fin del viaje nos encontramos con nosotros mismos. Todo
vuelo es el vuelo del Único hacia el Único. Ninguno de nuestros hallazgos es el
hallazgo; y por ello estamos condenados a repetir la letanía: “No es esto; no
es esto”. Ninguna de nuestras pérdidas es la pérdida; y por ello podemos
siempre prestar oído a la antigua advertencia: “Sólo perece lo perecedero”.
[Fatone, 1963b: 58-59].
6.
Oración final.
Invocación a la Diosa Madre Tierra de
un herbario inglés del siglo XII, citado por Robert Graves en La Diosa
Blanca [Rodríguez, 1999: 243].
“Tierra, divina diosa, Madre Naturaleza, que engendraste todas las
cosas y das a luz siempre de nuevo el sol que has donado a las naciones;
guardiana del cielo y del mar, y de todos los dioses y potencias; por tu
influencia toda la naturaleza se apacigua y se hecha a dormir. (...) De nuevo,
cuando te place, envías la alegre luz del día y alimentas la vida con tu eterna
seguridad; y cuando el alma del hombre se va, vuelve a ti. En verdad te llaman
justamente Gran Madre de los Dioses; la Victoria está en tu nombre divino. Tú
eres la fuente de la fuerza de los pueblos y los dioses; sin ti nada puede
nacer ni hacerse perfecto; eres poderosa, Reina de los Dioses. Diosa, te adoro
como divina, invoco tu nombre; dígnate concederme lo que te pido, así podré dar
gracias a tu divinidad con la fe que te es debida...”
Bibliografía
Anquín,
Nimio de 1994: El ente y la memoria.
Buenos Aires, ed. Bonum, 1994.
Berdiaev,
Nicolai 1978: El sentido de la Creación.
Buenos Aires, ed. Lohlé, 1978.
Campbell,
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Buenos Aires, ed.
Emecé, trad. cast. de César Aira, 2002.
Caturelli,
Alberto 1983: La metafísica cristiana en el
pensamiento occidental.
Buenos Aires, ed. Cruzamante, 1983.
Eliade,
Mircea 1985: El Mito del Eterno Retorno.
Barcelona, ed. Planeta-De Agostini, trad. cast. de Ricardo Anaya,
1985.
Fatone,
Vicente 1963a: Temas de Mística y Religión.
Bahía Blanca, ed. Cuadernos del Sur - Universidad Nacional del
Sur,
1963.
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Kerényi,
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Madrid, ed. Revista de Occidente, trad. cast. de M.ª Pilar Lorenzo
y Mario Leon Rodríguez, 1972.
Leon-Dufour,
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Teología Bíblica.
Barcelona, ed. Editorial Herder, trad. cast. de Alejandro Esteban
Lator Ros,1990.
Nueva
Sociedad 1986: El aspecto femenino de Dios.
en Nueva Sociedad Nº 82 -
Marzo/Abril 1986, pp. 190-193.
Rodríguez,
Pepe 1999: Dios nació mujer.
Barcelona, ed. Ediciones, 1999.
[1] Entre los griegos, la humanidad se encuentra en relación fraternal
con la divinidad: Dioses y hombres tienen un origen común [Kerényi,1972:
143-144].
[2] Escribe Campbell:
“Esa fue la gran revelación de Pablo sobre este joven rabino que fue
crucificado por haber dicho “Yo y el Padre somos uno”. Eso es buen gnosticismo.
Cuando Hallaj, novecientos años después, dijo lo mismo, también fue crucificado
por los musulmanes. No podemos identificarnos con Dios cuando pensamos a Dios
como un hecho. Cuando pensamos a Dios como una metáfora del dinamismo de la vida,
y nos identificamos con eso, somos Dios. [Campbell, 2002: 96].
[3] Como resultado de esta confusión escribe Campbell:
“tenemos gente que se considera creyente porque acepta las metáforas
como hechos, y tenemos otros que se dicen ateos porque piensan que las
metáforas religiosas son mentiras.” [Campbell, 2002: 25].
[4] Sobre el contexto histórico en que se produjo esta sustitución es
informativo, no sin reservas, el libro de Rodríguez Dios nació mujer [1999].
[5] En la que debemos tener presente la observación de Campbell respecto del hecho de que las instituciones
religiosas occidentales poseen en los altares de sus Iglesias los mismos
símbolos que se hallan en oriente, y que las mismas lecciones espirituales que
podemos recibir de allí, las podemos tener en las palabras de nuestros propios
grandes místicos [Campbell, 2002: 58-59].
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