ESTADO DE LOS ESTUDIOS -ANEXO
La creación, la naturaleza caída y el cuerpo humano
Salvador, Andrés
Oscar Raúl
Idea de creación y subordinación del hombre
al Creador.
“El hombre, simple creatura, depende necesariamente
de su Creador. Depende de Dios por su misma naturaleza, que es creada.
No puede dejar de ser dependiente así como tampoco puede dejar de ser creatura.
[...]Dios es el Creador y el Dueño Soberano. El hombre es la creatura y el
súbdito. Todas las naciones están ante Dios como si no fueran. El hombre
no ha cesado de ser, en sí mismo, polvo y ceniza ante el Eterno.” [Hello, 1980:
13-14].
En términos semejantes se
expresa el Cardenal Pie:
“Pero nosotros agregamos que la naturaleza
creada, incluso la naturaleza humana y la naturaleza angélica, no habiéndose
dado el ser a sí misma y habiendo sido sacada de la nada por el libre querer de
la suprema naturaleza que es Dios, no posee nada de sí misma e
independientemente de Dios; que ella es esencialmente distinta y esencialmente
súbdita de Él, que no puede ni moverse, ni obrar, ni durar sin su concurso y su
asistencia; agregamos, con mayor razón, que no tiene en sus elementos
constitutivos nada de divino o de deífico, ni por esencia, ni por comunicación,
que si ella lleva en sí la huella de la divinidad, no es sino la marca exterior
de la mano del soberano artesano, pero de ningún modo la forma del misterio
íntimo de su ser; finalmente, que la relación propia de ella a Dios es la
relación de la obra al obrero, pero de ningún modo la del hijo al padre,
teniendo en cuenta que ella existe por vía de creación y no por vía de
generación, que procede de la nada y no del seno de Dios, y que no tiene
ninguna relación con Él ni en cuanto al aspecto ni en cuanto al género.” [Pie,
1981a: 127].
La naturaleza humana explica el
hecho de que el Hombre deba subordinarse al Creador:
“Dios sigue siendo el dueño. Es
el orden natural. Los derechos de Dios son necesarios e imprescriptibles.
Usando de sus derechos, Dios da
al hombre su ley. Su ley es la expresión de su voluntad. El hombre
conoce la voluntad de Dios a través de la ley de Dios. Tiene por lo tanto
que someterse a ella: toda desobediencia a la ley divina es una violación
del orden natural existente entre la creatura y el Creador; es una verdadera
injusticia.” [Hello, 1980: 15].
Pecado original y deterioro de la naturaleza
humana. La
tradición bíblica sostiene que la naturaleza es corrupta y que hubo una caída,
se la mencione como Pecado Original o no [Campbell, 2002: 36]:
“La fe nos enseña que la naturaleza
humana fue elevada a un estado sobrenatural por las gracias que Dios se dignó
conceder a nuestros primeros padres. En efecto: El quiso que fuesen no sólo sus
creaturas sino también sus amigos. Les dio la fe, la esperanza, la
caridad, tesoros infinitamente preciosos mediante los cuales los hombres
podrían llegar a merecer bienes aún más preciosos, la bienaventuranza eterna en
el seno de Dios.
Lo que Dios concedió a Adán lo
destinó a todos sus hijos, quienes a su vez recibirían al mismo tiempo la
naturaleza y la gracia.
Ese magnifico plan de Dios se
vio perturbado por el pecado de Adán; y de ahí en adelante todos sus
descendientes reciben de él la naturaleza deteriorada, tanto en el
cuerpo como en el alma: en el cuerpo, por cuanto se halla sujeto a la enfermedad
y a la muerte; en el alma, porque ésta se halla sometida a la ignorancia, a la
concupiscencia y, por último, a la muerte eterna.” [Emmanuel, 1979: 7].
En otros términos:
“Ni la materia ni el cuerpo
humano son despreciables, eso está claro, mientras se limiten a desempeñar su
papel de servidores del alma en su unión con Dios. Sin embargo, no estamos ya
en el estado de inocencia, por lo que la naturaleza, herida y muy
desordenada, no constituye en la actualidad el camino normal y seguro de la
gracia desde el momento en que la realidad corporal dejó e ser el camino de las
realidades espirituales. Por eso, muchas partes de la naturaleza deben ser
reprimidas, mortificadas, para que se destruyan con mas seguridad los gérmenes
de muerte espiritual.” [Sacerdote, 2003: 8].
De allí la admiración temerosa
con que el Cardenal Pie se refiere a la naturaleza:
“Oh, naturaleza magnifica,
majestuosa, hermosa, graciosa incluso en un gran número de tus partes. Yo te
admiro, pero ¿lo diré? te temo quizás más aun. Tus poderosas leyes, ciegas,
terribles, alteradas además por el pecado y sin cesar armadas contra nosotros,
pueden destrozarme en cualquier instante como yo aplasto un insecto bajo mis
pies. ¡Cuántos desgraciados han perecido por el ardor del fuego, por la impetuosidad
de las olas, por la infección del aire, por los sacudimientos de la tierra que
abría abismos bajo sus pasos!
Y luego, oh naturaleza, tú no
hablas sino a mis sentidos; o, al menos por ti, la voz de mi Dios no llega
directamente a mi corazón. Por otra parte, por algunas páginas luminosas que
nos ofreces, ¿cuántas páginas oscuras! Al lado de la planta que me cura, tú me
presentas la que me envenena; bajo la flor que me encanta se esconde el reptil
que me hiere. El apóstol te llama un enigma: enigma, en efecto, cuya palabra no
puedo acertar siempre. ¿Es esa palabra: poder cruel? ¿Es esa palabra: bondad
conmovedora? Estudiándote, oh misteriosa naturaleza, algunos hombres han
blasfemado; otros han adorado.” [Pie, 1981b: 34-35].
Como anota Ernst Benz[1],
estos presupuestos moldean nuestra experiencia total de la vida,
nuestras reacciones emocionales y volitivas [Eliade-Kitagawa, 1986: 151-152],
así escribe Campbell:
“Me impresiono mucho, en mi primera visita al
Japón, encontrarme con un mundo que no sabia nada de la Caída en el Jardín del
Edén, y en consecuencia no consideraba corrupta a la naturaleza. En las
escrituras sinto uno lee que el proceso de la naturaleza no puede ser malo. En
nuestra tradición, todo impulso natural es pecaminoso salvo que haya sido
purificado de alguna manera.” [Campbell, 2002: 41-42].
Relación institucional con Dios en la
tradición bíblica.
Explica Campbell que en la tradición bíblica la relación con Dios se consuma a
través de una institución de forma que la persona es disociada del principio
divino. El individuo solo pude puede asociarse con lo divino mediante una
institución social: en la tradición
judía, la pertenecía a un pueblo con el que Dios establece un pacto, y en la
tradición cristiana, la adhesión a Cristo mediante un rito, el bautismo, que
nos incorpora a su Iglesia [Campbell, 2002: 36]. Téngase presente que las
instituciones no son ajenas a la
insistencia en reafirmar el carácter histórico-factual de las metáforas
religiosas [Campbell, 2002: 14]:
“Según el pensamiento judío, se logra
naciendo de una madre judía. Dios, en cierto periodo, difícil de fechar con
precisión, estableció un Pacto con la raza judía, exigiendo la circuncisión y
algunas otras atenciones rituales, a cambio de lo cual disfrutarían por siempre
de Su atención exclusiva.
En la tradición cristiana,
no menos exclusivamente, el personaje histórico, Jesús, es considerado la única
encarnación en la Tierra del Dios, el único auténtico-Dios-y-autentico-Hombre.
[...].
¿Cómo logramos, no obstante, la
relación necesaria con Jesús? Mediante el bautismo, y a través de él la
pertenencia a su Iglesia; es decir, dentro y por medio de un contexto
social santificado que destaca ciertos reclamos exclusivos. Estos reclamos
dependen, para su validación, de la historicidad de ciertos milagros
específicos. La tradición judía depende de la idea de una relación especial a
un pueblo “elegido” singular, en cierto lugar, y todas estas circunstancias en
el tiempo histórico.” [Campbell, 2002: 57-58].
Función de la autoridad humana isomorfa de la
del Creador. Es
por ello que, guardando las proporciones, la función de la autoridad humana es
isomorfa a la del Creador. Escribía el Papa León XIII en la encíclica Immortale
Dei [1885]:
“Porque así como en el mundo visible Dios ha
creado causas segundas, que dan a su manera claro conocimiento de la naturaleza
y acción divinas, y concurren a realizar el fin para el cual es movida y se
actúa esta gran maquina del orbe, así
también ha querido Dios que en la sociedad civil hubiese una autoridad
principal, cuyos gerentes reflejasen en cierta manera la imagen de la potestad
y providencia divinas sobre el linaje humano. Así que justo ha de ser el
mandato e imperio que ejercen los gobernantes, y no despótico, sino en cierta
manera paternal, porque el poder justísimo que dios tiene sobre los hombres
está también unido con su bondad de Padre” [Acción Católica Española,
1946:159].
El mismo pontífice sostiene en
la encíclica Rerum Novarum [1891]:
“Como el poder de mandar proviene de
Dios, y es una comunicación de la divina soberanía, debe ejercerse a
imitación del mismo poder de Dios, el cual, con solicitud de padre, no
menos atiende a las cosas individuales que a las universales.” [Acción Católica
Española, 1946: 437].
Sometimiento del hombre a la autoridad humana
isomorfa de su sometimiento al Creador. En la Edad Media, explica Joaquín Gimeno
Casalduero:
“Es, pues, el monarca el delegado, el
representante de la autoridad divina (<<el rey es puesto en la tierra
en lugar de Dios>>, ibid.), y aparece, por eso, como señor
natural de sus vasallos, exigiendo veneración y obediencia: <<Deue el
pueblo ver e conocer como el nome del rey es de Dios, e tiene su lugar en
tierra para fazer justicia e derecho e merced. E otrosí, como él es su
señor temporalmente e ellos sus vasallos, e como él los ha de castigar e de
mandar, e ellos han de seruir a él e obedecerle>>. [Gimeno
Casalduero, 1972: 25].
Señalamos con beneficio de inventario, que
según Christian Ferrer, el Estado puede entenderse como un sucedáneo moderno
del principio jerárquico divino cuyas consecuencias políticas fueron advertidas
por el pensador anarquista Mijail Bakunin [Bakunin, 2003:7-8] quien examina la
cuestión en su Dios y el Estado (1.882) [Bakunin, 2003], obra esta que
entendemos tendrá como interlocutor al fundamental libro de Carl Schmitt Teología
Política (1934) [Schmitt, 1998] .
El estado de naturaleza caída y el cuerpo
humano. En su Problemas
del apostolado moderno [1959], el
Obispo Antonio de Castro Mayer impugna la siguiente sentencia[2]:
“No se deben prohibir los escotes,
<<maillots>> y otros modos de vestir que descubran mucho el cuerpo,
pues el cuerpo es bueno en sí mismo, fue creado por Dios y no es necesario
taparlo.” [Castro Mayer, 1959: 95].
Y sostiene como cierta la siguiente
proposición:
“El cuerpo humano fue creado por Dios y como
todo ser, es en sí mismo bueno. Después del pecado original, la
concupiscencia se volvió desarreglada. Por esta razón conviene cubrir el cuerpo
para que no sirva de ocasión de pecado” [Castro Mayer, 1959: 95].
La sentencia impugnada a continuación
expresa:
“No se debe censurar a las personas que se
presenten a comulgar con pinturas, escotes, mangas cortas o sin medias. Seria
faltar a la caridad negarles los Sacramentos, pues esas personas no tienen
malicia; de lo contrario no se presentarían así en la Iglesia. Además, ver
malicia en tales cosas es censurar al propio Dios, creador del cuerpo humano.”
[Castro Mayer, 1959: 96].
La proposición que se presenta
como cierta afirma:
“La Iglesia desaconseja la pintura y prohíbe
la exageración en los escotes y las mangas cortas, así como la costumbre de ir
sin medias. Los fieles deben ser instruidos sobre la doctrina católica en este
asunto, pues el cuerpo humano, después del pecado original, se hizo esclavo
de la concupiscencia y cualquier imprudencia en esta materia es, por lo
menos, peligrosa.” [Castro Mayer, 1959: 96].
En la explanación a esta cuestión, Castro
Mayer explica que:
“El cuerpo humano es bueno como
toda criatura de Dios. La necesidad que tiene el hombre de no exponerlo, no
procede del cuerpo humano como criatura de Dios, sino del desarreglo de los
instintos, consecuencia del pecado original. Por esto, la Iglesia
recomienda recato en los vestidos. La sensación de vergüenza causada por la exhibición
inmodesta del cuerpo humano no se puede llamar malicia, sino pudor. Pues la
noción de la diferencia que hay entre el bien y el mal no es un defecto, sino
todo lo contrario, el fundamento de todas las virtudes. Por consiguiente,
amonestar a las personas que visten inmodestamente es despertar en ellas, no la
malicia, sino, la virtud. Por esto la legislación de la Iglesia obliga a los
Sacerdotes a negar los Sacramentos a las personas que se presentan de una
manera inmodesta (S. C. Del Concilio en 12-1-1930, adv. 9, A. A. S. 22, págs.
26-7).
La sentencia impugnada considera
el asunto como si la humanidad no estuviese en estado de naturaleza caída. Por otra parte, ella niega la
existencia de un bien o de un mal objetivos. El mal no estaría, en el caso concreto,
en un hecho objetivo, la inmodestia del traje, ni en la trasgresión del
precepto que prohíbe vestidos inmorales, sino que estaría en el ánimo subjetivo
de quien ve inmoralidad en la desnudez.
Una aplicación concreta
manifestará hasta qué punto la sentencia impugnada se opone al verdadero sentir
de la Iglesia. Los santos se destacaron siempre por la extremada finura en
percibir y rechazar todo lo que contrariase, aun de lejos, la virtud angélica.
La Iglesia alaba siempre el pudor. Según la sentencia impugnada sería la
esencia de la malicia. Sobre la vanidad femenina; son preciosas las
recomendaciones de San Pablo (I Tim., 2, 9) y de San Pedro, I Petr. 3, 5);
léase también el capítulo III de Isaías, versículos 16-24.” [Castro Mayer,
1959: 96-97].
Adviértase como el examen se orienta
particularmente hacia la mujer, esto se explicaría porque:
“En el plano de la creación, el
hombre y la mujer son complementarios. Sin embargo, con el pecado original, la “concupiscencia
de la carne” (I Juan, II, 16) se introdujo en los terrenos más nobles: el
hombre buscará más fácilmente los placeres carnales, sin dejarse guiar por su
fe y su razón; las mujeres y las jóvenes tienen dificultad para entender que
entre el hombre y la mujer existe una diferencia considerable desde el punto de
vista de la sensibilidad o de la excitabilidad carnal. Las faltas de pudor
quizás en alguien no producirá ninguna tentación y sin embargo, en otro creará
tentaciones numerosas y graves.
Hechos y gestos que a la mujer
dejarán indiferente o insensible, a menudo, por su naturaleza, en el hombre
provocarán sensaciones, turbaciones y codicias violentas.
Por eso, de una manera general,
la salvaguarda de la pureza es mucho más difícil para el joven que para la
joven. Es por esta razón que ella debe cultivar el pudor desde la infancia con
el fin de no hacer caer al prójimo.” [Benedicto, 2003: 3].
Poco después se indica:
“Una mujer debe saber que el
hombre es muy sensible al cuerpo femenino, y que hay un misterio encantador en el semivestido: una espalda desnuda, un escote pronunciado,
una pollera hendida o un poco transparente, pueden ser una ocasión de pecado
mortal para las personas que están delante de ella.” [Benedicto, 2003: 4-5].
Así desde esta perspectiva se entiende
[señalemos que el texto citado es del año 2003], que las mujeres para conservar
el pudor, deberían:
“
-
No ponerse los pantalones conocidos como “calzas”, que además de ser
feas, son provocativas.
-
No utilizar remeras o blusas sin usar un sostén.
-
No vestirse con pantalones ajustados o esas polleras enfundadas que
resaltan todas las formas del cuerpo.
-
No llevar esas polleras largas, pero hendidas hasta encima de las
rodillas, o esas polleras-carteras, que se abren por encima de las rodillas.
-
Y, por supuesto, no tener la impudicia de andar con minifaldas.
-
Tener cuidado con esas polleras casi transparentes que, con el sol o
la luz, las desnudan.
-
En cuanto a los pantalones, pueden ser a veces una cuestión de
prudencia (metro, ciertas escuelas, hospital), pero esto debe permanecer como excepciones
que una se imponga con disgusto. Alejado el peligro, hay que retomar enseguida
el vestido femenino.
El pantalón no se lleva con la
morfología de la mujer. Además, en nuestras sociedades, está reservado al
hombre, a la autoridad: de ahí la expresión reservada para una mujer que
gobierna su hogar de “es la que lleva los pantalones”. Además, el
pantalón en la mujer es de esencia revolucionaria.
-
Ni hablar de las mallas, para estar más cómodas en su jardín, o para
broncearse (esto vale también para los hombres).” [Benedicto, 2003: 5].
Semejantes son las indicaciones sobre el modo
en que las mujeres deben conservar el pudor dentro de los templos:
“Todos los vestidos indecentes
(las minifaldas, polleras abiertas hasta por encima de las rodillas, las bermudas,
los pantalones ajustados, los escotes, los brazos desnudos), y el
revolucionario uso del pantalón, todo esto debe proscribirse” [Benedicto, 2003:
3].
La actitud frente al cuerpo no
es uniforme en las religiones que se articulan sobre la idea de la equivocidad
del ser[3],
así en el Islam:
“Las posturas mas
contradictorias se integran en la unidad vital de la persona [...] así también
hubo sectas místicas que se abandonaban al amor divino mediante la
contemplación de una “présence charnelle”, embelesándose junto a “la beauté
d`un jeune visage admiré”. Esa armonía en lo humano de una dualidad,
contradictoria según la teología cristiana, se hizo accesible en Jerusalén
para quienes recibían la impresión de una cultura extraña y esplendorosa.”
[Castro, 1948:192-193].
“Un efluvio de Dios viene a las
cosas, cuya realidad, nada en sí misma, descansa toda en Dios. Resulta así que
la venida y presencia de lo divino en el mundo fue sentida y gozada por el
mahometano en un modo imposible para el cristiano, al cual interesó más el
opuesto proceso, la ascensión hasta Dios desde la finitud o miseria del mundo
sensible. El cristiano siempre anduvo oprimido por la angustia hebrea del
pecado original, que ignoró el musulmán salvado por su fe.” [Castro, 1948:
311].
“Para el autor la vida es una
totalidad, compuesta de alegría corporal, sensible, subjetiva, y de una
trascendencia moral. Si el Arcipreste hubiera sido musulmán, la transición
continua de uno a otro plano habría acontecido con ingenua sencillez, sin sorpresa
ni esfuerzo; siendo cristiano (aunque imbuido de espíritu islámico), tenía por
fuerza que reflejar el contraste entre la espontaneidad sensible y la reflexión
moral. Un escritor cristiano (no sólo su obra), no podía aparecer a la vez
como pecador y moralista, cosa que el Arcipreste veía y leía acontecer entre
musulmanes, para quienes vivir en la carne no significaba necesariamente
exclusión del espíritu, y viceversa. El cristiano medieval no se abstenía de
vivir en la carne, pero sabia que era pecado hacerlo, aunque se obstinara en él
[...].”[Castro, 1948: 374-375].
“Islamismo y neoplatonismo
combinados, hicieron posible mantener la pacifica convivencia del erotismo y la
religión, imposible como simultaneidad para el cristiano, cuya creencia no
le permite abandonarse justificadamente a las dulzuras del amor carnal”
[Castro, 1948: 389].
“Pues bien, el mismo Ibn Hazm
que escribe pasajes como el antes citado sobre la belleza de las nubes, refiere
en el mismo libro anécdotas inconcebibles para un occidental, porque ningún
asceta cristiano mezcla en un mismo escrito los divino y la sexualidad mas
cruda.” [Castro, 1948: 391].
El misterio del ser. Explica Campbell que una
función fundamental de la mitología es la que el llama función mística
de despertar y mantener en el individuo un sentimiento de reverencia y gratitud
ante lo que es, y seguirá siendo siempre, el misterio del ser, el misterio del
universo y de uno mismo dentro de él [Campbell, 2002: 53], ahora ello lleva a
comprender que la “esencia” del propio ser trasciende todas las categorías:
“Es inmanente: está aquí, ahora, en el reloj
de pulsera que estamos usando, en el papel en el que estoy escribiendo. Tomen
cualquier objeto, tracen un círculo a su alrededor, y podrán verlo en la
dimensión de su misterio. No necesitan pensar que saben qué es, porque en
realidad no lo saben, pero el misterio del ser de nuestro reloj de pulsera será
idéntico al misterio del ser del universo, y de nosotros también. Cualquier
objeto, cualquier palo, piedra, planta, animal o ser humano, puede colocarse de
este modo en el centro de un circulo de misterio, ser contemplado en su
dimensión de maravilla, y servir de este modo como un soporte perfectamente
adecuado para la meditación.” [Campbell, 2002: 55].
Esta perspectiva informa el marco en el que
debemos entender la afirmación de Ibn Arabi [muerto en el 1240], de que el
hombre, para contemplar a Dios, necesita de un soporte sensible o espiritual y
que en el mundo creado, la unión con la mujer es el símbolo por excelencia de la
relación entre Dios y la Naturaleza Universal:
“La contemplación de Dios en las mujeres
-dice Ibn Arabi- es la más perfecta y la más interna, y la unión más formidable
(en el orden sensible que sirva como soporte para esta contemplación) es el
acto conyugal”.
Bibliografía.
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Argentino 1936: Disposiciones del Ven. Episcopado
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Gimeno
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Buenos Aires, ed. Iction, trad. cast. de Gustavo Daniel Corbi, 1981.
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Reich, Wilhelm 1983: La irrupción de la moral sexual.
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Sacheri, Carlos 1980: El orden natural.
Buenos Aires, ed. Cruzamante, 1980.
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Schmitt, Carl 1998: Teología Política.
Buenos Aires, ed. Struhart,
trad. cast. de Francisco Javier Conde, 1998.
Vaissière, Jean Marie 1966: Fundamentos de la política.
Madrid, ed. Speiro, 1966.
[1] Cf. Benz, Ernst. Sobre la comprensión de
las religiones no cristianas en Eliade-Kitagawa,
1986: 148-166; este trabajo es comentado por Van de Pol, W.H. en El final
del cristianismo convencional [Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires,
1969.Traducción castellana de Adelaida Kraan de Colángelo] al considerar la
confrontación del cristianismo convencional con las religiones no cristianas
[pp. 283-284].
[2] También se desaprueban:
“los
bailes modernos, las piscinas mixtas o públicas, los deportes mixtos, los
juegos deportivos femeninos en público” [Castro Mayer, 1959: 93].
Escribe
nuestro autor en la explanación de esta materia:
“En cuanto a los bailes, el Santo Padre Pio XI, en
la encíclica “Ubi Arcano”, dice así: “Nadie ignora que la liviandad
de las señoras y de las jóvenes traspasó ya los limites del pudor, sobre todo
en los vestidos y en los bailes” (A. A. S., vol. 14, págs. 678-679). Ya
anteriormente lamentaba Benedicto XV la
indecencia de los vestidos femeninos y la falta de recato y de pudor en los
bailes. Después de deplorar “la ceguera de las mujeres” en “la locura
de los vestidos”, añade lo siguiente respecto a los bailes: “que
entraron en los hábitos de la sociedad bailes traídos de la barbarie, a cual
peor, aptos, más que para cualquier otra cosa, para quitar todo pudor”
(Enc. “Sacra propediem”, 6 de enero de 1921, A. A. S. 13, pág. 39).
Con relación a las manifestaciones deportivas
femeninas en público, la Sagrada Congregación del Concilio promulgó el 12 de
enero de 1930 una instrucción en los términos siguientes: “Los padres
aparten a sus hijas de competiciones publicas y concursos de gimnasia; pero, si
ellas fuesen obligadas a tomar parte en semejantes manifestaciones, tengan la
cautela de que se presenten con vestidos que edifiquen por la modestia; y jamás
permitan que ellas se presenten con vestidos inmodestos” (C. P. B.,
Apéndice 20, pág. 26). En el mismo sentido se manifestó el Santo Padre hablando
a los médicos y profesores de educación física el día 8 de noviembre de 1952
(A. A. S. 14 de noviembre de 1952).” [Castro
Mayer, 1959: 94-95].
En
igual sentido se pronunció el Episcopado Argentino:
“c) Que no están conformes con la conducta cristiana:
1)
ni la promiscuidad
simultanea de sexos en las piletas publicas de natación y en ciertas
diversiones veraniegas en que el vestido es completamente inadecuado para estar
fuera del agua;
2)
ni los trajes
inconvenientes de algunos deportes públicos femeninos, como concursos
gimnásticos, concursos de belleza, exposiciones vivientes de modas impropias,
etc.” [Episcopado Argentino, 1936].
La
prevención frente a los deportes femeninos fue observada por Wilhelm Reich
quien en La irrupción de la moral sexual [1932] al examinar la economía
sexual [para el autor significa una correcta administración de la energía
sexual [Reich, 1983: 7 nota] de los aborígenes de el Archipiélago de Trobriand
de la Melanesia Noroeste en base a las observaciones del etnólogo ingles
Bronislav Malinowski, señala comparando los valores morales de los
trobriandeses con el concepto burgués de moral y buenas costumbres :
“Las consecuencias de estas dos distintas apreciaciones, la
sexualmente económica y la moralista, no son despreciables. Aquella estimula al
máximo el desarrollo de la capacidad genital, la belleza corporal y la
atracción; ésta, en cambio, condiciona la deformación sexual, la desfiguración
del cuerpo. (La Iglesia como enemiga de la gimnasia femenina).” [Reich, 1983: 43].
“Aunque los pensadores árabes en contacto con la tradición griega
distingan entre el ser de la realidad y sus apariencias, la literatura, la
tradición y la misma conducta de los pensadores se funda en al creencia de que
lo único sustancial y firme es Dios.” [Castro, 1948: 416 nota 1].
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