EL SER TOTAL Y LOS ESTADOS DEL SER
Elementos para el estudio del pensamiento de Rene Guénon 1
Salvador, Andrés
O. R.
1. Introducción.
El propósito
de este trabajo es el de presentar un cuadro de conjunto de la
perspectiva teórica desde la cual Rene Guénon aborda la consideración de el ser
total y los estados del ser en orden a orientar el estudio de la obra de este
autor de un modo provisorio [en cuanto
refleja nuestra actual inteligencia de dicha obra] que no exime de la lectura
de los textos citados.
2. Antecedentes.
Una precisión terminológica. Guénon formula una precisión
terminológica que importa tener presente en la aproximación que intentamos a su
obra:
“Se impone todavía otra observación, sobre el empleo que
hacemos de la palabra «ser», que, en todo rigor, ya no puede aplicarse en su
sentido propio cuando se trata de algunos estados de no manifestación de los
que tendremos que hablar, y que están más allá del grado del Ser puro. No
obstante, en razón de la constitución misma del lenguaje humano, y a falta de
otro término más adecuado, estamos obligados a conservar este mismo término en
parecido caso, pero no atribuyéndole entonces más que un valor puramente
analógico y simbólico, sin lo cual nos sería completamente imposible hablar de una
manera cualquiera de aquello de lo que se trata; y éste es un ejemplo muy claro
de esas insuficiencias de expresión a las cuales hacíamos alusión hace un
momento. Es así como podremos, como ya lo hemos hecho en otras partes,
continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo manifestado en
algunos de sus estados y no manifestados en otros, sin que, eso implique en
modo alguno que, para estos últimos, debamos detenernos en la consideración de
lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser.” (Guénon, 1932:
4-5).
3. Desarrollo.
El Ser Total. El ser total está
constituido por el conjunto de los estados de manifestación y los
estados de no manifestación (Guénon, 1931: 11).
Estados del Ser. Por estados del Ser
se entiende a los estados manifestados y a los estados no
manifestados (Guénon, 1931: 9-10).
Dominio de la
posibilidad universal[1] [=Principio Supremo]. La Existencia está
lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y
total, fuera y más allá de todas las limitaciones, comprendida incluso esta
primera limitación que constituye la determinación más primordial de
todas, queremos decir, la afirmación del Ser puro (Guénon, 1931: 11). “la
Posibilidad universal contiene necesariamente la totalidad de las posibilidades,
y se puede decir que el Ser y el No Ser son sus dos aspectos: el Ser, en tanto
que manifiesta las posibilidades (o más exactamente algunas de entre ellas); el
No Ser, en tanto que no las manifiesta. Por consiguiente, el Ser contiene todo
lo manifestado; y el No Ser contiene todo lo no manifestado, comprendido ahí el
Ser mismo; pero la Posibilidad universal comprende a la vez el Ser y el No Ser.
Agregaremos que lo no manifestado comprende lo que podemos llamar lo no
manifestable, es decir, las posibilidades de no manifestación, y lo
manifestable, es decir, las posibilidades de manifestación en tanto que no se
manifiestan, puesto que la manifestación no comprende evidentemente más que el
conjunto de estas mismas posibilidades en tanto que se manifiestan.” (Guénon,
1932: 20). La Posibilidad Universal se identifica con el Principio Supremo
(Guénon, 1925: 87).
Principio Supremo. Con este termino se
designa al Principio de [1] la totalidad de las posibilidades de manifestación
en tanto que no se manifiestan y de [2] la totalidad de las posibilidades de no
manifestación (Guénon, 1925: 87). El Principio supremo, total y universal, que
las doctrinas religiosas de Occidente llaman «Dios»(Guénon, 1921: 137). se entienda por «Dios», bien el Ser como se
hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio Supremo que está más
allá del Ser.” (Guénon, 1931: 10 nota 1).
Dominio de la
manifestación universal [o Existencia][2]. Debe comprenderse
bien, en efecto, que la Existencia no encierra más que las posibilidades de
manifestación, y todavía con la restricción de que estas posibilidades no son
concebidas entonces sino en tanto que se manifiestan efectivamente, puesto que,
en tanto que no se manifiestan, es decir, principalmente, están en el grado del
Ser (Guénon, 1931: 11).

Cuadro
Nº 1
Estados no manifestado. Los estados no
manifestados (Guénon, 1931: 9) comprenden:
1. Las posibilidades de
manifestación mismas en modo principal (Guénon, 1931: 9)[= la totalidad de
las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan (Guénon,
1925: 87)]. Incluye al Ser puro, principio de toda la manifestación
(Guénon, 1931: 10).
2. Las posibilidades que,
por su naturaleza misma, no son susceptibles de ninguna manifestación
(Guénon, 1931: 9)[= la totalidad de las posibilidades de no manifestación
(Guénon, 1925: 87)].
No Ser [Mas allá del
Ser].
“Para designar lo que está así fuera y más allá del Ser, estamos
obligados, a falta de otro término, a llamarlo No Ser; y esta expresión
negativa, que, para nosotros, no es a ningún grado sinónimo de «nada» como
parece serlo en el lenguaje de algunos filósofos, además de que está
directamente inspirada de la terminología de la doctrina metafísica
extremo-oriental, está suficientemente justificada por la necesidad de emplear
una denominación cualquiera para poder hablar de ello, junto a la precisión,
hecha ya más atrás, de que las ideas más universales, siendo las más
indeterminadas, no pueden expresarse, en la medida en que son expresables, sino
por términos que son en efecto de forma negativa, así como lo hemos visto en lo
que concierne al Infinito. Se puede decir también que el No Ser, en el sentido
que acabamos de indicar, es más que el Ser, o, si se quiere, que es superior al
Ser, si por ello se entiende que lo que comprende está más allá de la extensión
del Ser, y que contiene en principio al Ser mismo. Pero desde que se opone el
No Ser al Ser, o incluso desde que se los distingue simplemente, ello se debe a
que ni el uno ni el otro son infinitos, puesto que, desde este punto de vista,
se limitan el uno al otro en cierto modo; la infinitud no pertenece más que al
conjunto del Ser y del No Ser, puesto que este conjunto es idéntico a la
Posibilidad universal.” (Guénon, 1932:
19-20).
Ser [o Ser Puro]. El Ser [o Ser puro], principio
de toda la manifestación y él mismo no manifestado (Guénon, 1931: 10) [no
puede pertenecer a la manifestación puesto que es su principio (Guénon, 1932:
19)]. La afirmación del Ser puro constituye la determinación más primordial
de todas (Guénon, 1931: 11). Comprende en efecto todas las posibilidades
de manifestación, pero solo en tanto que ellas se manifiestan. (Guénon, 1932: 19). “Puesto que el Ser no es más
que la primera afirmación, la determinación más primordial, no es el
principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, más que el
principio de la manifestación, y por esto mismo se ve cuanto se restringe el
punto de vista metafísico para aquellos que pretenden reducirle solo a la
«ontología»; hacer así abstracción del No Ser, es excluir propiamente todo lo
que es más verdadera y más puramente metafísico.” (Guénon, 1932: 32).
Estados manifestados[Ser manifestado]. Los estados
manifestados (Guénon, 1931: 9) pueden ser:
1. Individuales [Formales]
(Guénon, 1931: 9): como el estado humano.
2. Supraindividuales [Informales]
(Guénon, 1931: 9).
Existencia. Cuando hablemos de la
Existencia, entenderemos pues la manifestación universal, ya que la palabra
«existir» no puede aplicarse propiamente a lo no manifestado, es decir, en
suma al estado principial; en efecto, tomada en su sentido estrictamente
etimológico (del latín ex-stare), esta palabra indica al ser dependiente
respecto de un principio otro que sí mismo, o, en otros términos, al que no
tiene en sí mismo su razón suficiente, es decir, al ser contingente, que
es la misma cosa que el ser manifestado . Es por ello que este término no
convendría ya al grado del Ser puro, ni con mayor razón, a lo que está más
allá del Ser mismo.” (Guénon, 1931: 9-10).

Cuadro
Nº 2
TEXTO 1
René Guénon
INTRODUCCIÓN GENERAL
AL ESTUDIO DE LAS
DOCTRINAS HINDÚES
(1921)
[p. 137]
“El Principio
supremo, total y universal, que las doctrinas religiosas de Occidente
llaman «Dios». ¿Debe ser concebido como impersonal o como personal? Esta
cuestión puede dar lugar a discusiones interminables, y por lo demás sin
objeto, porque no procede más que de concepciones parciales e incompletas, que
sería vano buscar conciliar sin elevarse por encima del dominio especial,
teológico o filosófico, que es propiamente el suyo. Desde el punto de vista
metafísico, es menester decir que este Principio es a la vez impersonal y
personal, según el aspecto bajo el que se le considere: impersonal o, si se
quiere, «suprapersonal» en sí mismo; personal en relación a la manifestación
universal, pero, bien entendido, sin que esta «personalidad divina» presente el
menor carácter antropomórfico, ya que es menester guardarse de confundir
«personalidad» e «individualidad».” (Guénon,
1921: 137).
TEXTO 2
René Guénon
EL HOMBRE Y SU DEVENIR
según
EL VÊDÂNTA
(1925)
[p. 87]
“Si
Brahma no fuera «sin partes» (akhanda), se podría decir que solo un
cuarto de Él está en el Ser (comprendido ahí todo lo que depende de él, es
decir, la manifestación universal de la que él es el principio), mientras que
Sus otros tres cuartos están más allá del Ser[3]. Estos tres cuartos pueden considerarse de la manera siguiente: 1º, la
totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan,
y por consiguiente en el estado absolutamente permanente e incondicionado, como
todo lo que es del «Cuarto» (en tanto que se manifiestan, pertenecen a los dos
primeros estados; en tanto que «manifestables», al tercero, principial en
relación a éstos); 2º, la totalidad de las posibilidades de no manifestación
(de las que no hablamos en plural más que por analogía, ya que están
evidentemente más allá de la multiplicidad, e incluso más allá de la unidad);
3º, finalmente, el Principio Supremo de unas y de las otras, que es la
Posibilidad Universal, total, infinita y absoluta[4].” (Guénon, 1925: 87).
TEXTO 3
René Guénon
EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ
(1931)
A
[pp. 9-12]
[9]
“Debemos recordar aquí, al menos sumariamente, la distinción fundamental del
«Sí mismo» y del «yo», o de la «Personalidad» y de la «individualidad», sobre
la que hemos dado ya en otra parte todas las explicaciones necesarias[5]. El «Sí mismo», hemos
dicho, es el principio transcendente y permanente del que el ser manifestado,
el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y
contingente, modificación que no podría, por otra parte, afectar de ningún modo
al Principio. Inmutable en su naturaleza propia, desarrolla sus posibilidades
en todas las modalidades de realización, en multitud indefinida, que son para
el ser total otros tantos estados diferentes, estados de los que cada uno tiene
sus condiciones de existencia limitativas y determinantes, y de los que uno
solo constituye la porción o más bien la determinación particular de este ser
que es el «yo» o la individualidad humana. Por lo demás, este desarrollo no es
un desarrollo, a decir verdad, más que en tanto que se le considera del lado de
la manifestación, fuera de la cual todo debe ser necesariamente en perfecta
simultaneidad en el «eterno presente»; y es por eso por lo que la «permanente
actualidad» del «Sí mismo» no es afectada por él. El «Sí mismo» es así el
principio por el que existen, cada uno en su dominio propio, que podemos llamar
un grado de existencia, todos los estados del ser; y esto debe
entenderse, no solo de los estados manifestados, individuales
como el estado humano o supraindividuales, es decir, en otros términos, formales
o informales, sino también, aunque la palabra «existir» deviene entonces
impropia, de los estados no manifestados, que comprenden todas las posibilidades
que, por su naturaleza misma, no son susceptibles de ninguna
manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades de manifestación
mismas en modo principial; pero este «Sí mismo» no es sino por sí mismo,
puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su
naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior.
Acabamos de decir que la palabra «existir» no puede
aplicarse propiamente a lo no manifestado, es decir, en suma al estado
principial; en efecto, tomada en su [10] sentido estrictamente etimológico
(del latín ex-stare), esta palabra
indica al ser dependiente respecto de un principio otro que sí mismo, o, en
otros términos, al que no tiene en sí mismo su razón suficiente, es decir, al ser
contingente, que es la misma cosa que el ser manifestado[6]. Cuando hablemos de la Existencia,
entenderemos pues la manifestación universal, con todos los estados o
grados que conlleva, grados de los cuales cada uno puede ser designado
igualmente como un «mundo», y que son en multiplicidad indefinida; pero este
término no convendría ya al grado del Ser puro, principio de toda la
manifestación y él mismo no manifestado, ni con mayor razón, a lo que está más
allá del Ser mismo.
Podemos establecer en principio, antes de todas las
cosas, que la Existencia, considerada universalmente según la definición que
acabamos de dar de ella, es única en su naturaleza íntima, como el Ser es uno
en sí mismo, y lo es en razón precisamente de esta unidad, puesto que la
Existencia universal no es nada más que la manifestación integral del Ser, o,
para hablar más exactamente, la realización, en modo manifestado, de todas las
posibilidades que el Ser conlleva y contiene principialmente en su unidad
misma. Por otra parte, de la misma manera que la unidad del Ser sobre la cual
se funda, esta «unicidad» de la Existencia, si se nos permite usar aquí un término
que puede parecer un neologismo[7], no excluye tampoco la
multiplicidad de los modos de la manifestación o no es afectada por ellos,
puesto que comprende igualmente todos estos modos por eso mismo de que son
igualmente posibles, implicando esta posibilidad que cada uno de ellos debe
realizarse según las condiciones que le son propias. Resulta de ello que la
Existencia, en su «unicidad», conlleva, como ya lo hemos indicado hace un momento,
una indefinidad de grados, que corresponden a todos los modos de la
manifestación universal; y esta multiplicidad indefinida de los grados de la
Existencia implica correlativamente, para un ser cualquiera considerado en su
totalidad, una multiplicidad igualmente indefinida de estados posibles, de los
cuales cada uno debe realizarse en un grado determinado de la Existencia.
Esta multiplicidad de los estados del ser, que es una
verdad metafísica fundamental, es verdadera ya cuando nos limitamos a considerar
los estados de [11] manifestación, como acabamos de hacerlo aquí, y como
debemos hacerlo desde que se trata solo de la Existencia; por consiguiente, es
verdadera a fortiori si se consideran
a la vez los estados de manifestación y los estados de no manifestación,
cuyo conjunto constituye el ser total, considerado entonces, ya no solo
en el dominio de la Existencia, incluso tomada en toda la integralidad
de su extensión, sino en el dominio ilimitado de la
Posibilidad Universal. Debe comprenderse bien, en efecto, que la Existencia
no encierra más que las posibilidades de manifestación, y todavía con la restricción
de que estas posibilidades no son concebidas entonces sino en tanto que se manifiestan
efectivamente, puesto que, en tanto que no se manifiestan, es decir, principalmente,
están en el grado del Ser. Por consiguiente, la Existencia está lejos de ser
toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y total, fuera y
más allá de todas las limitaciones, comprendida incluso esta primera limitación
que constituye la determinación más primordial de todas, queremos decir,
la afirmación del Ser puro[8].
Cuando se trata de los estados de no manifestación de
un ser, es menester todavía hacer una distinción entre el grado del Ser y lo
que está más allá; en este último caso, es evidente que el término «ser» mismo
ya no puede aplicarse rigurosamente en su sentido propio; pero, sin embargo, en
razón de la constitución misma del lenguaje, estamos obligados a conservarle a
falta de otro más adecuado, no atribuyéndole ya entonces más que un valor
puramente analógico y simbólico, sin lo cual nos resultaría enteramente
imposible hablar de una manera cualquiera de lo que se trata. Es así como
podremos continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo manifestado
en algunos de sus estados y no manifestado en otros, sin que eso implique de
ningún modo que, para estos últimos, debamos detenernos en la consideración de
lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser[9].
Los estados de no manifestación son esencialmente
supraindividuales, y, del mismo modo que el «Sí mismo» principial del que no
pueden ser separados, tampoco podrían de ninguna manera ser individualizados;
en cuanto a los estados de manifestación, algunos son individuales, mientras que
otros son no individuales, [12] diferencia que corresponde, según lo que
hemos indicado, a la distinción de la manifestación formal y de la
manifestación informal. Si consideramos en particular el caso del hombre, su
individualidad actual, que constituye hablando propiamente el estado humano, no
es más que un estado de manifestación entre una indefinidad de otros, que deben
ser concebidos todos como igualmente posibles y, por ello mismo, como
existiendo al menos virtualmente, si no como efectivamente realizados para el
ser que consideramos, bajo un aspecto relativo y parcial, en este estado
individual humano.” (Guénon, 1931: 9-12).
B
[pp. 10 nota 1]
“De
ello resulta que, hablando rigurosamente, la expresión vulgar «existencia de
Dios» es un sinsentido, ya sea por lo demás que se entienda por «Dios», bien
el Ser como se hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio
Supremo que está más allá del Ser.”
(Guénon, 1931: 10 nota 1).
TEXTO 4
René Guénon
LOS ESTADOS MÚLTIPLES
DEL SER
(1932)
A
[pp. 4-5]
[4] “Se impone todavía otra observación, sobre el empleo
que hacemos de la palabra «ser», que, en todo rigor, ya no puede aplicarse en
su sentido propio cuando se trata de algunos estados de no manifestación de los
que tendremos que hablar, y que están más allá del grado del Ser puro. No
obstante, en razón de la constitución misma del lenguaje humano, y a falta de
otro término más adecuado, estamos obligados a [5] conservar este mismo
término en parecido caso, pero no atribuyéndole entonces más que un valor
puramente analógico y simbólico, sin lo cual nos sería completamente imposible
hablar de una manera cualquiera de aquello de lo que se trata; y éste es un
ejemplo muy claro de esas insuficiencias de expresión a las cuales hacíamos
alusión hace un momento. Es así como podremos, como ya lo hemos hecho en otras
partes, continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo
manifestado en algunos de sus estados y no manifestados en otros, sin que, eso
implique en modo alguno que, para estos últimos, debamos detenernos en la
consideración de lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser[10].”
(Guénon, 1932: 4-5).
B
[p. 5]
“A
propósito de esto recordaremos que el hecho de detenerse en el Ser y de no
considerar nada más allá, como si el Ser fuera en cierto modo el Principio
supremo, el más universal de todos, es uno de los rasgos característicos de
algunas concepciones occidentales de la antigüedad de la Edad Media, que,
aunque contenían incontestablemente una parte de metafísica que no se encuentra
ya en las concepciones modernas, permanecen enormemente incompletas bajo este
aspecto, y también por el hecho de que se presentan como teorías establecidas
para sí mismas, y no en vistas de una realización efectiva correspondiente.”
(Guénon, 1932: 5).
C
[pp. 19-20]
[19]
“Dicho esto, si se define el Ser, en el sentido universal, como el principio de
la manifestación, y al mismo tiempo como comprendiendo, por sí mismo, el
conjunto de todas las posibilidades de manifestación, debemos decir que el Ser
no es infinito, puesto que no coincide con la Posibilidad total; y eso tanto
más cuanto que el Ser, en tanto que principio de la manifestación, comprende en
efecto todas las posibilidades de manifestación, pero solo en tanto que
ellas se manifiestan. Fuera del Ser, hay por consiguiente todo el resto, es
decir, todas las posibilidades de no manifestación, con las
posibilidades de manifestación mismas en tanto que están en el estado no
manifestado; y el Ser mismo se encuentra incluido en ellas, ya que, no pudiendo
pertenecer a la manifestación, puesto que es su principio, él mismo es no
manifestado. Para designar lo que está así fuera y más allá del Ser,
estamos obligados, a falta de otro término, a llamarlo No Ser; y esta
expresión negativa, que, para nosotros, no es a ningún grado sinónimo de «nada»
como parece serlo en el lenguaje de algunos filósofos, además de que está
directamente inspirada de la terminología de la doctrina metafísica
extremo-oriental, está suficientemente justificada por la necesidad de emplear
una denominación cualquiera para poder hablar de ello, junto a la precisión, hecha
ya más atrás, de que las ideas más universales, siendo las más indeterminadas,
no pueden expresarse, en la medida en que son expresables, sino por términos
que son en efecto de forma negativa, así como lo hemos visto en lo que
concierne al Infinito. Se puede decir también que el No Ser, en el sentido que
acabamos de indicar, es más que el Ser, o, si se quiere, que [20] es
superior al Ser, si por ello se entiende que lo que comprende está más allá de
la extensión del Ser, y que contiene en principio al Ser mismo. Pero desde que
se opone el No Ser al Ser, o incluso desde que se los distingue simplemente,
ello se debe a que ni el uno ni el otro son infinitos, puesto que, desde este
punto de vista, se limitan el uno al otro en cierto modo; la infinitud no
pertenece más que al conjunto del Ser y del No Ser, puesto que este conjunto es
idéntico a la Posibilidad universal.
También podemos expresar las cosas de esta manera: la Posibilidad
universal contiene necesariamente la totalidad de las posibilidades, y se puede
decir que el Ser y el No Ser son sus dos aspectos: el Ser, en tanto que
manifiesta las posibilidades (o más exactamente algunas de entre ellas); el No
Ser, en tanto que no las manifiesta. Por consiguiente, el Ser contiene todo lo
manifestado; y el No Ser contiene todo lo no manifestado, comprendido ahí el
Ser mismo; pero la Posibilidad universal comprende a la vez el Ser y el No Ser.
Agregaremos que lo no manifestado comprende lo que podemos llamar lo no
manifestable, es decir, las posibilidades de no manifestación, y lo
manifestable, es decir, las posibilidades de manifestación en tanto que no se
manifiestan, puesto que la manifestación no comprende evidentemente más que el
conjunto de estas mismas posibilidades en tanto que se manifiestan[11].
En lo que concierne a las
relaciones del Ser y el No Ser, es esencial destacar que el estado de
manifestación es siempre transitorio y condicionado, y que, incluso para las
posibilidades que implican la manifestación, el estado de no manifestación es
el único absolutamente permanente e incondicionado[12].” (Guénon, 1932: 19-20).
D
[pp. 30-33]
[30]
“A propósito de esto, es esencial destacar que el Cero metafísico no tiene más
relaciones con el cero matemático, que no es más que el signo de lo que se
puede llamar una nada de cantidad, que las que tiene el Infinito verdadero con
el simple indefinido, es decir, con la cantidad indefinidamente creciente o
indefinidamente decreciente[13]; y esta ausencia de
relaciones, si puede expresarse así, es exactamente del mismo orden en uno y
otro caso, con la reserva, no obstante, de que el Cero metafísico no es más que
un aspecto del Infinito; al menos, nos está permitido [31] considerarle
como tal en tanto que contiene en principio la unidad, y por consiguiente todo
el resto. En efecto, la unidad primordial no es otra cosa que el Cero afirmado,
o, en otros términos, el Ser universal, que es esta unidad, no es más que el No
Ser afirmado, en la medida en que es posible una tal afirmación, que es ya una
primera determinación, pues ella no es más que la más universal de todas las
afirmaciones definidas, y por consiguiente, condicionadas; y esta primera
determinación, preliminar a toda manifestación y a toda particularización
(comprendida ahí la polarización en «esencia» y «substancia» que es la primera
dualidad y, como tal, el punto de partida de toda multiplicidad), contiene en
principio todas las demás determinaciones o afirmaciones distintivas (que corresponden
a todas las posibilidades de manifestación), lo que equivale a decir que la
unidad, desde que se afirma, contiene en principio la multiplicidad, o que ella
misma es el principio inmediato de esta multiplicidad[14].
Frecuentemente se ha preguntado, y bastante vanamente, cómo
la multiplicidad podía salir de la unidad, sin apercibirse de que, formulada
así, la pregunta no conlleva ninguna solución, por la simple razón de que está
mal planteada, y, bajo esta forma, no corresponde a ninguna realidad; en efecto,
la multiplicidad no sale de la unidad, como tampoco la unidad sale del Cero
metafísico, o como ninguna cosa sale del Todo universal, o como ninguna
posibilidad puede encontrase fuera del Infinito o de la Posibilidad total[15]. La multiplicidad está
comprendida en la unidad primordial, y no cesa de estar comprendida en ella por
el hecho de su desarrollo en modo manifestado; esta multiplicidad es la de las
posibilidades de manifestación, y no [32] puede ser concebida de otro
modo que como tal, ya que es la manifestación la que implica la existencia
distintiva; y por otra parte, puesto que se trata de posibilidades, es menester
que existan de la manera que está implicada por su naturaleza. Así, el
principio de la manifestación universal, aunque es uno, y aunque es incluso la
unidad en sí, contiene necesariamente la multiplicidad; y ésta, en todos sus
desarrollos indefinidos, y efectuándose indefinidamente según una indefinidad
de direcciones[16],
procede toda entera de la unidad primordial, en la cual permanece siempre
comprendida, y que no puede ser afectada o modificada de ninguna manera por la
existencia en ella de esta multiplicidad, ya que, evidentemente, no podría
dejar de ser ella misma por un efecto de su propia naturaleza, y es
precisamente en tanto que ella es la unidad como implica esencialmente las
posibilidades múltiples de que se trata. Por consiguiente, es en la unidad
metafísica donde existe la multiplicidad, y, como no afecta a la unidad, ello
es prueba de que no tiene más que una existencia completamente contingente en relación
a ésta; podemos decir incluso que esta existencia, mientras no se la refiere a
la unidad como acabamos de hacerlo, es puramente ilusoria; es únicamente la
unidad la que, siendo su principio, le da toda la realidad de la que es
susceptible; y la unidad misma, a su vez, no es un principio absoluto y que se
basta así mismo, sino que es del Cero metafísico de donde saca su propia
realidad.
Puesto
que el Ser no es más que la primera afirmación, la determinación más
primordial, no es el principio supremo de todas las cosas; no es, lo
repetimos, más que el principio de la manifestación, y por esto mismo se ve
cuanto se restringe el punto de vista metafísico para aquellos que pretenden
reducirle solo a la «ontología»; hacer así abstracción del No Ser, es excluir
propiamente todo lo que es más verdadera y más puramente metafísico. Dicho
esto, concluiremos así en lo que concierne al punto que acabamos de tratar: el
Ser es uno en sí mismo, y, por consiguiente, la Existencia universal, que es la
manifestación integral de sus posibilidades, es única en su esencia y en su
naturaleza íntima; pero ni la unidad del Ser ni la «unicidad» de la existencia
excluyen la multiplicidad de los modos de la manifestación, de donde la
indefinidad de los grados de la Existencia, en el orden [33] general y
cósmico, y la de los estados del ser en el orden de las existencias
particulares[17]. Por
consiguiente, la consideración de los estados múltiples no está en modo alguno
en contradicción con la unidad del Ser, como tampoco lo está con la «unicidad»
de la Existencia que se funda sobre esta unidad, puesto que ni la una ni la
otra son afectadas en nada por la multiplicidad; y de eso resulta que, en todo
el dominio del Ser, la constatación de la multiplicidad, lejos de contradecir
la afirmación de la unidad o de oponerse a ella en cierto modo, encuentra en
ella el único fundamento válido que pueda serle dado, tanto lógica como
metafísicamente.” (Guénon,
1932: 30-33).
[1] Nuestro autor califica a
este dominio de ilimitado (Guénon, 1931: 11) por lo que en el cuadro
graficamos a este como una línea segmentada.
[2] Según Guénon “la Existencia
está lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal
y total, fuera y más allá de todas las limitaciones” (Guénon, 1931: 11) de allí
que el carácter contingente (Guénon, 1931: 10) o limitado del dominio
haya sido graficado como una línea continua.
[3] [2] Pâda, que significa «pie», significa
también «cuarto».
[4] [3] De una
manera análoga, al considerar los tres primeros estados, cuyo conjunto
constituye el dominio del Ser, se podría decir también que los dos primeros no
son más que un tercio del Ser, puesto que contienen solo la manifestación
formal, mientras que el tercero es dos tercios él solo, puesto que comprende a
la vez la manifestación informal y el Ser no manifestado. — Es esencial
destacar que solo las posibilidades de manifestación entran en el dominio del
Ser, considerado incluso en toda su universalidad.
[5] [2] Ibid., cap. II. [En nota (1) anterior el autor remite a su obra El Hombre y su devenir según el Vedanta].
[6] [1] De ello resulta que,
hablando rigurosamente, la expresión vulgar «existencia de Dios» es un
sinsentido, ya sea por lo demás que se entienda por «Dios», bien el Ser como se
hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio Supremo que está más
allá del Ser.
[7] [2] Este término es el que
nos permite traducir lo más exactamente la expresión árabe equivalente Wahdatul-Wujûd. — Sobre la distinción
que hay lugar a hacer entre la «unicidad» de la Existencia, la «unidad» del Ser
y la «no-dualidad» del Principio Supremo, ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo VI.
[8] [1] Hay que destacar que los
filósofos, para edificar sus «sistemas» pretenden siempre, conscientemente o
no, imponer algunas limitación a la Posibilidad universal, lo que es
contradictorio, pero que es exigido por la constitución misma de un sistema
como tal; podría ser bastante curioso hacer la historia de las diferentes
teorías filosóficas modernas, que son las que presentan al más alto grado este
carácter sistemático, colocándose en ese punto de vista de las limitaciones
supuestas de la Posibilidad universal.
[9] [2] Sobre el estado que
corresponde al grado del Ser y el estado incondicionado que está más allá del
Ser, ver El Hombre y su devenir según el
Vêdânta, cap. XIV y XV.
[10]
[5] Ver Le Symbolisme de la Croix,
cap. I.
[11]
[1] Ver L’Homme et son devenir selon le
Vêdânta, cap. XV.
[12]
[2] Debe entenderse bien, que, cuando decimos «transitorio», no tenemos en
vista exclusivamente, y ni siquiera principalmente, la sucesión temporal, ya
que ésta no se aplica más que a un modo especial de la manifestación.
[13]
[1] Estos dos casos de lo indefinidamente creciente y de lo indefinidamente
decreciente son lo que corresponde en realidad a lo que Pascal ha llamado tan
impropiamente los «dos infinitos» (ver Le
Symbolisme de la Croix, cap. XXIX); conviene insistir sobre el hecho de que
ni uno ni otro nos hacen salir de ninguna manera del dominio cuantitativo.
[14]
[2] Recordaremos todavía, pues no se podría insistir demasiado en ello, que la
unidad de que se trata aquí es la unidad metafísica o «transcendente», que se
aplica al Ser universal como un atributo «coextensivo» a éste, para emplear el
lenguaje de los lógicos (aunque la noción de «extensión» y la de
«comprehensión» que le es correlativa no sean ya propiamente aplicables más
allá de las «categorías» o de los géneros más generales, es decir, cuando se
pasa de lo general a lo universal), y que, como tal, difiere esencialmente de la
unidad matemática o numérica, que no se aplica más que al dominio cuantitativo
únicamente; y es la misma cosa para la multiplicidad, según la precisión que ya
hemos hecho precedentemente en varias ocasiones. Hay solamente analogía, y no
identidad y ni siquiera similitud entre las nociones metafísicas de que
hablamos y las nociones matemáticas correspondientes; la designación de las
unas y de las otras por términos comunes no expresa en realidad nada más que
esta analogía.
[15]
[3] Por eso es por lo que pensamos que debe evitarse, tanto como sea posible,
el empleo de un término tal como el de «emanación», que evoca una idea o más
bien una imagen falsa, la de una «salida» fuera del Principio.
[16]
[4] No hay que decir que la palabra «direcciones», tomada a la consideración de
las posibilidades espaciales, debe entenderse aquí simbólicamente, ya que, en
el sentido literal, no se aplicaría más que a una ínfima parte de las
posibilidades de manifestación; el sentido que le damos aquí está en
conformidad con todo lo que hemos expuesto en Le Symbolisme de la Croix.
[17]
[5] No decimos «individuales», ya que en lo que se trata aquí están
comprendidos igualmente los estados de manifestación informal, que son
supraindividuales.