febrero 15, 2009

EL SER TOTAL Y LOS ESTADOS DEL SER

 EL SER TOTAL Y LOS ESTADOS DEL SER
 Elementos para el estudio del pensamiento de Rene Guénon 1
Salvador, Andrés O. R.

1. Introducción.

El propósito  de este trabajo es el de presentar un cuadro de conjunto de la perspectiva teórica desde la cual Rene Guénon aborda la consideración de el ser total y los estados del ser en orden a orientar el estudio de la obra de este autor de un  modo provisorio [en cuanto refleja nuestra actual inteligencia de dicha obra] que no exime de la lectura de los textos citados.

2. Antecedentes.

Una precisión terminológica. Guénon formula una precisión terminológica que importa tener presente en la aproximación que intentamos a su obra:

“Se impone todavía otra observación, sobre el empleo que hacemos de la palabra «ser», que, en todo rigor, ya no puede aplicarse en su sentido propio cuando se trata de algunos estados de no manifestación de los que tendremos que hablar, y que están más allá del grado del Ser puro. No obstante, en razón de la constitución misma del lenguaje humano, y a falta de otro término más adecuado, estamos obligados a conservar este mismo término en parecido caso, pero no atribuyéndole entonces más que un valor puramente analógico y simbólico, sin lo cual nos sería completamente imposible hablar de una manera cualquiera de aquello de lo que se trata; y éste es un ejemplo muy claro de esas insuficiencias de expresión a las cuales hacíamos alusión hace un momento. Es así como podremos, como ya lo hemos hecho en otras partes, continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo manifestado en algunos de sus estados y no manifestados en otros, sin que, eso implique en modo alguno que, para estos últimos, debamos detenernos en la consideración de lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser.” (Guénon, 1932: 4-5).

3. Desarrollo.

El Ser Total. El ser total está constituido por el conjunto de los estados de manifestación y los estados de no manifestación (Guénon, 1931: 11).

Estados del Ser. Por estados del Ser se entiende a los estados manifestados y a los estados no manifestados (Guénon, 1931: 9-10).

Dominio de la posibilidad universal[1] [=Principio Supremo]. La Existencia está lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y total, fuera y más allá de todas las limitaciones, comprendida incluso esta primera limitación que constituye la determinación más primordial de todas, queremos decir, la afirmación del Ser puro (Guénon, 1931: 11). “la Posibilidad universal contiene necesariamente la totalidad de las posibilidades, y se puede decir que el Ser y el No Ser son sus dos aspectos: el Ser, en tanto que manifiesta las posibilidades (o más exactamente algunas de entre ellas); el No Ser, en tanto que no las manifiesta. Por consiguiente, el Ser contiene todo lo manifestado; y el No Ser contiene todo lo no manifestado, comprendido ahí el Ser mismo; pero la Posibilidad universal comprende a la vez el Ser y el No Ser. Agregaremos que lo no manifestado comprende lo que podemos llamar lo no manifestable, es decir, las posibilidades de no manifestación, y lo manifestable, es decir, las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan, puesto que la manifestación no comprende evidentemente más que el conjunto de estas mismas posibilidades en tanto que se manifiestan.” (Guénon, 1932: 20). La Posibilidad Universal se identifica con el Principio Supremo (Guénon, 1925: 87).

Principio Supremo. Con este termino se designa al Principio de [1] la totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan y de [2] la totalidad de las posibilidades de no manifestación (Guénon, 1925: 87). El Principio supremo, total y universal, que las doctrinas religiosas de Occidente llaman «Dios»(Guénon, 1921: 137). se entienda por «Dios», bien el Ser como se hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio Supremo que está más allá del Ser.” (Guénon, 1931: 10 nota 1).

Dominio de la manifestación universal [o Existencia][2]. Debe comprenderse bien, en efecto, que la Existencia no encierra más que las posibilidades de manifestación, y todavía con la restricción de que estas posibilidades no son concebidas entonces sino en tanto que se manifiestan efectivamente, puesto que, en tanto que no se manifiestan, es decir, principalmente, están en el grado del Ser (Guénon, 1931: 11).
Cuadro Nº 1

Estados no manifestado. Los estados no manifestados (Guénon, 1931: 9) comprenden:

1.       Las posibilidades de manifestación mismas en modo principal (Guénon, 1931: 9)[= la totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan (Guénon, 1925: 87)]. Incluye al Ser puro, principio de toda la manifestación (Guénon, 1931: 10).

2.       Las posibilidades que, por su naturaleza misma, no son susceptibles de ninguna manifestación (Guénon, 1931: 9)[= la totalidad de las posibilidades de no manifestación (Guénon, 1925: 87)].


No Ser [Mas allá del Ser]. “Para designar lo que está así fuera y más allá del Ser, estamos obligados, a falta de otro término, a llamarlo No Ser; y esta expresión negativa, que, para nosotros, no es a ningún grado sinónimo de «nada» como parece serlo en el lenguaje de algunos filósofos, además de que está directamente inspirada de la terminología de la doctrina metafísica extremo-oriental, está suficientemente justificada por la necesidad de emplear una denominación cualquiera para poder hablar de ello, junto a la precisión, hecha ya más atrás, de que las ideas más universales, siendo las más indeterminadas, no pueden expresarse, en la medida en que son expresables, sino por términos que son en efecto de forma negativa, así como lo hemos visto en lo que concierne al Infinito. Se puede decir también que el No Ser, en el sentido que acabamos de indicar, es más que el Ser, o, si se quiere, que es superior al Ser, si por ello se entiende que lo que comprende está más allá de la extensión del Ser, y que contiene en principio al Ser mismo. Pero desde que se opone el No Ser al Ser, o incluso desde que se los distingue simplemente, ello se debe a que ni el uno ni el otro son infinitos, puesto que, desde este punto de vista, se limitan el uno al otro en cierto modo; la infinitud no pertenece más que al conjunto del Ser y del No Ser, puesto que este conjunto es idéntico a la Posibilidad universal.” (Guénon, 1932: 19-20).

Ser [o Ser Puro]. El Ser [o Ser puro], principio de toda la manifestación y él mismo no manifestado (Guénon, 1931: 10) [no puede pertenecer a la manifestación puesto que es su principio (Guénon, 1932: 19)]. La afirmación del Ser puro constituye la determinación más primordial de todas (Guénon, 1931: 11). Comprende en efecto todas las posibilidades de manifestación, pero solo en tanto que ellas se manifiestan. (Guénon, 1932: 19). “Puesto que el Ser no es más que la primera afirmación, la determinación más primordial, no es el principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, más que el principio de la manifestación, y por esto mismo se ve cuanto se restringe el punto de vista metafísico para aquellos que pretenden reducirle solo a la «ontología»; hacer así abstracción del No Ser, es excluir propiamente todo lo que es más verdadera y más puramente metafísico.” (Guénon, 1932: 32).

Estados manifestados[Ser manifestado]. Los estados manifestados (Guénon, 1931: 9) pueden ser:

1.       Individuales [Formales] (Guénon, 1931: 9): como el estado humano.

2.       Supraindividuales [Informales] (Guénon, 1931: 9).

Existencia. Cuando hablemos de la Existencia, entenderemos pues la manifestación universal, ya que la palabra «existir» no puede aplicarse propiamente a lo no manifestado, es decir, en suma al estado principial; en efecto, tomada en su sentido estrictamente etimológico (del latín ex-stare), esta palabra indica al ser dependiente respecto de un principio otro que sí mismo, o, en otros términos, al que no tiene en sí mismo su razón suficiente, es decir, al ser contingente, que es la misma cosa que el ser manifestado . Es por ello que este término no convendría ya al grado del Ser puro, ni con mayor razón, a lo que está más allá del Ser mismo.” (Guénon, 1931: 9-10).


Cuadro Nº 2

TEXTO 1

René Guénon
INTRODUCCIÓN GENERAL
AL ESTUDIO DE LAS
DOCTRINAS HINDÚES
(1921)

[p. 137]

El Principio supremo, total y universal, que las doctrinas religiosas de Occidente llaman «Dios». ¿Debe ser concebido como impersonal o como personal? Esta cuestión puede dar lugar a discusiones interminables, y por lo demás sin objeto, porque no procede más que de concepciones parciales e incompletas, que sería vano buscar conciliar sin elevarse por encima del dominio especial, teológico o filosófico, que es propiamente el suyo. Desde el punto de vista metafísico, es menester decir que este Principio es a la vez impersonal y personal, según el aspecto bajo el que se le considere: impersonal o, si se quiere, «suprapersonal» en sí mismo; personal en relación a la manifestación universal, pero, bien entendido, sin que esta «personalidad divina» presente el menor carácter antropomórfico, ya que es menester guardarse de confundir «personalidad» e «individualidad».” (Guénon, 1921: 137).

TEXTO 2

René Guénon
EL HOMBRE Y SU DEVENIR
según
EL VÊDÂNTA
(1925)

[p. 87]

“Si Brahma no fuera «sin partes» (akhanda), se podría decir que solo un cuarto de Él está en el Ser (comprendido ahí todo lo que depende de él, es decir, la manifestación universal de la que él es el principio), mientras que Sus otros tres cuartos están más allá del Ser[3]. Estos tres cuartos pueden considerarse de la manera siguiente: 1º, la totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan, y por consiguiente en el estado absolutamente permanente e incondicionado, como todo lo que es del «Cuarto» (en tanto que se manifiestan, pertenecen a los dos primeros estados; en tanto que «manifestables», al tercero, principial en relación a éstos); 2º, la totalidad de las posibilidades de no manifestación (de las que no hablamos en plural más que por analogía, ya que están evidentemente más allá de la multiplicidad, e incluso más allá de la unidad); 3º, finalmente, el Principio Supremo de unas y de las otras, que es la Posibilidad Universal, total, infinita y absoluta[4].” (Guénon, 1925: 87).

TEXTO 3

René Guénon
EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ
(1931)

A
 [pp. 9-12]

[9] “Debemos recordar aquí, al menos sumariamente, la distinción fundamental del «Sí mismo» y del «yo», o de la «Personalidad» y de la «individualidad», sobre la que hemos dado ya en otra parte todas las explicaciones necesarias[5]. El «Sí mismo», hemos dicho, es el principio transcendente y permanente del que el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que no podría, por otra parte, afectar de ningún modo al Principio. Inmutable en su naturaleza propia, desarrolla sus posibilidades en todas las modalidades de realización, en multitud indefinida, que son para el ser total otros tantos estados diferentes, estados de los que cada uno tiene sus condiciones de existencia limitativas y determinantes, y de los que uno solo constituye la porción o más bien la determinación particular de este ser que es el «yo» o la individualidad humana. Por lo demás, este desarrollo no es un desarrollo, a decir verdad, más que en tanto que se le considera del lado de la manifestación, fuera de la cual todo debe ser necesariamente en perfecta simultaneidad en el «eterno presente»; y es por eso por lo que la «permanente actualidad» del «Sí mismo» no es afectada por él. El «Sí mismo» es así el principio por el que existen, cada uno en su dominio propio, que podemos llamar un grado de existencia, todos los estados del ser; y esto debe entenderse, no solo de los estados manifestados, individuales como el estado humano o supraindividuales, es decir, en otros términos, formales o informales, sino también, aunque la palabra «existir» deviene entonces impropia, de los estados no manifestados, que comprenden todas las posibilidades que, por su naturaleza misma, no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este «Sí mismo» no es sino por sí mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior.
Acabamos de decir que la palabra «existir» no puede aplicarse propiamente a lo no manifestado, es decir, en suma al estado principial; en efecto, tomada en su [10] sentido estrictamente etimológico (del latín ex-stare), esta palabra indica al ser dependiente respecto de un principio otro que sí mismo, o, en otros términos, al que no tiene en sí mismo su razón suficiente, es decir, al ser contingente, que es la misma cosa que el ser manifestado[6]. Cuando hablemos de la Existencia, entenderemos pues la manifestación universal, con todos los estados o grados que conlleva, grados de los cuales cada uno puede ser designado igualmente como un «mundo», y que son en multiplicidad indefinida; pero este término no convendría ya al grado del Ser puro, principio de toda la manifestación y él mismo no manifestado, ni con mayor razón, a lo que está más allá del Ser mismo.
Podemos establecer en principio, antes de todas las cosas, que la Existencia, considerada universalmente según la definición que acabamos de dar de ella, es única en su naturaleza íntima, como el Ser es uno en sí mismo, y lo es en razón precisamente de esta unidad, puesto que la Existencia universal no es nada más que la manifestación integral del Ser, o, para hablar más exactamente, la realización, en modo manifestado, de todas las posibilidades que el Ser conlleva y contiene principialmente en su unidad misma. Por otra parte, de la misma manera que la unidad del Ser sobre la cual se funda, esta «unicidad» de la Existencia, si se nos permite usar aquí un término que puede parecer un neologismo[7], no excluye tampoco la multiplicidad de los modos de la manifestación o no es afectada por ellos, puesto que comprende igualmente todos estos modos por eso mismo de que son igualmente posibles, implicando esta posibilidad que cada uno de ellos debe realizarse según las condiciones que le son propias. Resulta de ello que la Existencia, en su «unicidad», conlleva, como ya lo hemos indicado hace un momento, una indefinidad de grados, que corresponden a todos los modos de la manifestación universal; y esta multiplicidad indefinida de los grados de la Existencia implica correlativamente, para un ser cualquiera considerado en su totalidad, una multiplicidad igualmente indefinida de estados posibles, de los cuales cada uno debe realizarse en un grado determinado de la Existencia.
Esta multiplicidad de los estados del ser, que es una verdad metafísica fundamental, es verdadera ya cuando nos limitamos a considerar los estados de [11] manifestación, como acabamos de hacerlo aquí, y como debemos hacerlo desde que se trata solo de la Existencia; por consiguiente, es verdadera a fortiori si se consideran a la vez los estados de manifestación y los estados de no manifestación, cuyo conjunto constituye el ser total, considerado entonces, ya no solo en el dominio de la Existencia, incluso tomada en toda la integralidad de su extensión, sino en el dominio ilimitado de la Posibilidad Universal. Debe comprenderse bien, en efecto, que la Existencia no encierra más que las posibilidades de manifestación, y todavía con la restricción de que estas posibilidades no son concebidas entonces sino en tanto que se manifiestan efectivamente, puesto que, en tanto que no se manifiestan, es decir, principalmente, están en el grado del Ser. Por consiguiente, la Existencia está lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y total, fuera y más allá de todas las limitaciones, comprendida incluso esta primera limitación que constituye la determinación más primordial de todas, queremos decir, la afirmación del Ser puro[8].
Cuando se trata de los estados de no manifestación de un ser, es menester todavía hacer una distinción entre el grado del Ser y lo que está más allá; en este último caso, es evidente que el término «ser» mismo ya no puede aplicarse rigurosamente en su sentido propio; pero, sin embargo, en razón de la constitución misma del lenguaje, estamos obligados a conservarle a falta de otro más adecuado, no atribuyéndole ya entonces más que un valor puramente analógico y simbólico, sin lo cual nos resultaría enteramente imposible hablar de una manera cualquiera de lo que se trata. Es así como podremos continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo manifestado en algunos de sus estados y no manifestado en otros, sin que eso implique de ningún modo que, para estos últimos, debamos detenernos en la consideración de lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser[9].
Los estados de no manifestación son esencialmente supraindividuales, y, del mismo modo que el «Sí mismo» principial del que no pueden ser separados, tampoco podrían de ninguna manera ser individualizados; en cuanto a los estados de manifestación, algunos son individuales, mientras que otros son no individuales, [12] diferencia que corresponde, según lo que hemos indicado, a la distinción de la manifestación formal y de la manifestación informal. Si consideramos en particular el caso del hombre, su individualidad actual, que constituye hablando propiamente el estado humano, no es más que un estado de manifestación entre una indefinidad de otros, que deben ser concebidos todos como igualmente posibles y, por ello mismo, como existiendo al menos virtualmente, si no como efectivamente realizados para el ser que consideramos, bajo un aspecto relativo y parcial, en este estado individual humano.” (Guénon, 1931: 9-12).

B
[pp. 10 nota 1]

De ello resulta que, hablando rigurosamente, la expresión vulgar «existencia de Dios» es un sinsentido, ya sea por lo demás que se entienda por «Dios», bien el Ser como se hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio Supremo que está más allá del Ser.” (Guénon, 1931: 10 nota 1).

TEXTO 4

René Guénon
LOS ESTADOS MÚLTIPLES
DEL SER
(1932)

A
[pp. 4-5]

[4] “Se impone todavía otra observación, sobre el empleo que hacemos de la palabra «ser», que, en todo rigor, ya no puede aplicarse en su sentido propio cuando se trata de algunos estados de no manifestación de los que tendremos que hablar, y que están más allá del grado del Ser puro. No obstante, en razón de la constitución misma del lenguaje humano, y a falta de otro término más adecuado, estamos obligados a [5] conservar este mismo término en parecido caso, pero no atribuyéndole entonces más que un valor puramente analógico y simbólico, sin lo cual nos sería completamente imposible hablar de una manera cualquiera de aquello de lo que se trata; y éste es un ejemplo muy claro de esas insuficiencias de expresión a las cuales hacíamos alusión hace un momento. Es así como podremos, como ya lo hemos hecho en otras partes, continuar hablando del ser total como estando al mismo tiempo manifestado en algunos de sus estados y no manifestados en otros, sin que, eso implique en modo alguno que, para estos últimos, debamos detenernos en la consideración de lo que corresponde al grado que es propiamente el del Ser[10].” (Guénon, 1932: 4-5).

B
[p. 5]

“A propósito de esto recordaremos que el hecho de detenerse en el Ser y de no considerar nada más allá, como si el Ser fuera en cierto modo el Principio supremo, el más universal de todos, es uno de los rasgos característicos de algunas concepciones occidentales de la antigüedad de la Edad Media, que, aunque contenían incontestablemente una parte de metafísica que no se encuentra ya en las concepciones modernas, permanecen enormemente incompletas bajo este aspecto, y también por el hecho de que se presentan como teorías establecidas para sí mismas, y no en vistas de una realización efectiva correspondiente.” (Guénon, 1932: 5).

C
[pp. 19-20]

[19] “Dicho esto, si se define el Ser, en el sentido universal, como el principio de la manifestación, y al mismo tiempo como comprendiendo, por sí mismo, el conjunto de todas las posibilidades de manifestación, debemos decir que el Ser no es infinito, puesto que no coincide con la Posibilidad total; y eso tanto más cuanto que el Ser, en tanto que principio de la manifestación, comprende en efecto todas las posibilidades de manifestación, pero solo en tanto que ellas se manifiestan. Fuera del Ser, hay por consiguiente todo el resto, es decir, todas las posibilidades de no manifestación, con las posibilidades de manifestación mismas en tanto que están en el estado no manifestado; y el Ser mismo se encuentra incluido en ellas, ya que, no pudiendo pertenecer a la manifestación, puesto que es su principio, él mismo es no manifestado. Para designar lo que está así fuera y más allá del Ser, estamos obligados, a falta de otro término, a llamarlo No Ser; y esta expresión negativa, que, para nosotros, no es a ningún grado sinónimo de «nada» como parece serlo en el lenguaje de algunos filósofos, además de que está directamente inspirada de la terminología de la doctrina metafísica extremo-oriental, está suficientemente justificada por la necesidad de emplear una denominación cualquiera para poder hablar de ello, junto a la precisión, hecha ya más atrás, de que las ideas más universales, siendo las más indeterminadas, no pueden expresarse, en la medida en que son expresables, sino por términos que son en efecto de forma negativa, así como lo hemos visto en lo que concierne al Infinito. Se puede decir también que el No Ser, en el sentido que acabamos de indicar, es más que el Ser, o, si se quiere, que [20] es superior al Ser, si por ello se entiende que lo que comprende está más allá de la extensión del Ser, y que contiene en principio al Ser mismo. Pero desde que se opone el No Ser al Ser, o incluso desde que se los distingue simplemente, ello se debe a que ni el uno ni el otro son infinitos, puesto que, desde este punto de vista, se limitan el uno al otro en cierto modo; la infinitud no pertenece más que al conjunto del Ser y del No Ser, puesto que este conjunto es idéntico a la Posibilidad universal.

También podemos expresar las cosas de esta manera: la Posibilidad universal contiene necesariamente la totalidad de las posibilidades, y se puede decir que el Ser y el No Ser son sus dos aspectos: el Ser, en tanto que manifiesta las posibilidades (o más exactamente algunas de entre ellas); el No Ser, en tanto que no las manifiesta. Por consiguiente, el Ser contiene todo lo manifestado; y el No Ser contiene todo lo no manifestado, comprendido ahí el Ser mismo; pero la Posibilidad universal comprende a la vez el Ser y el No Ser. Agregaremos que lo no manifestado comprende lo que podemos llamar lo no manifestable, es decir, las posibilidades de no manifestación, y lo manifestable, es decir, las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan, puesto que la manifestación no comprende evidentemente más que el conjunto de estas mismas posibilidades en tanto que se manifiestan[11].

En lo que concierne a las relaciones del Ser y el No Ser, es esencial destacar que el estado de manifestación es siempre transitorio y condicionado, y que, incluso para las posibilidades que implican la manifestación, el estado de no manifestación es el único absolutamente permanente e incondicionado[12].” (Guénon, 1932: 19-20).

D
[pp. 30-33]

[30] “A propósito de esto, es esencial destacar que el Cero metafísico no tiene más relaciones con el cero matemático, que no es más que el signo de lo que se puede llamar una nada de cantidad, que las que tiene el Infinito verdadero con el simple indefinido, es decir, con la cantidad indefinidamente creciente o indefinidamente decreciente[13]; y esta ausencia de relaciones, si puede expresarse así, es exactamente del mismo orden en uno y otro caso, con la reserva, no obstante, de que el Cero metafísico no es más que un aspecto del Infinito; al menos, nos está permitido [31] considerarle como tal en tanto que contiene en principio la unidad, y por consiguiente todo el resto. En efecto, la unidad primordial no es otra cosa que el Cero afirmado, o, en otros términos, el Ser universal, que es esta unidad, no es más que el No Ser afirmado, en la medida en que es posible una tal afirmación, que es ya una primera determinación, pues ella no es más que la más universal de todas las afirmaciones definidas, y por consiguiente, condicionadas; y esta primera determinación, preliminar a toda manifestación y a toda particularización (comprendida ahí la polarización en «esencia» y «substancia» que es la primera dualidad y, como tal, el punto de partida de toda multiplicidad), contiene en principio todas las demás determinaciones o afirmaciones distintivas (que corresponden a todas las posibilidades de manifestación), lo que equivale a decir que la unidad, desde que se afirma, contiene en principio la multiplicidad, o que ella misma es el principio inmediato de esta multiplicidad[14].

Frecuentemente se ha preguntado, y bastante vanamente, cómo la multiplicidad podía salir de la unidad, sin apercibirse de que, formulada así, la pregunta no conlleva ninguna solución, por la simple razón de que está mal planteada, y, bajo esta forma, no corresponde a ninguna realidad; en efecto, la multiplicidad no sale de la unidad, como tampoco la unidad sale del Cero metafísico, o como ninguna cosa sale del Todo universal, o como ninguna posibilidad puede encontrase fuera del Infinito o de la Posibilidad total[15]. La multiplicidad está comprendida en la unidad primordial, y no cesa de estar comprendida en ella por el hecho de su desarrollo en modo manifestado; esta multiplicidad es la de las posibilidades de manifestación, y no [32] puede ser concebida de otro modo que como tal, ya que es la manifestación la que implica la existencia distintiva; y por otra parte, puesto que se trata de posibilidades, es menester que existan de la manera que está implicada por su naturaleza. Así, el principio de la manifestación universal, aunque es uno, y aunque es incluso la unidad en sí, contiene necesariamente la multiplicidad; y ésta, en todos sus desarrollos indefinidos, y efectuándose indefinidamente según una indefinidad de direcciones[16], procede toda entera de la unidad primordial, en la cual permanece siempre comprendida, y que no puede ser afectada o modificada de ninguna manera por la existencia en ella de esta multiplicidad, ya que, evidentemente, no podría dejar de ser ella misma por un efecto de su propia naturaleza, y es precisamente en tanto que ella es la unidad como implica esencialmente las posibilidades múltiples de que se trata. Por consiguiente, es en la unidad metafísica donde existe la multiplicidad, y, como no afecta a la unidad, ello es prueba de que no tiene más que una existencia completamente contingente en relación a ésta; podemos decir incluso que esta existencia, mientras no se la refiere a la unidad como acabamos de hacerlo, es puramente ilusoria; es únicamente la unidad la que, siendo su principio, le da toda la realidad de la que es susceptible; y la unidad misma, a su vez, no es un principio absoluto y que se basta así mismo, sino que es del Cero metafísico de donde saca su propia realidad.

Puesto que el Ser no es más que la primera afirmación, la determinación más primordial, no es el principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, más que el principio de la manifestación, y por esto mismo se ve cuanto se restringe el punto de vista metafísico para aquellos que pretenden reducirle solo a la «ontología»; hacer así abstracción del No Ser, es excluir propiamente todo lo que es más verdadera y más puramente metafísico. Dicho esto, concluiremos así en lo que concierne al punto que acabamos de tratar: el Ser es uno en sí mismo, y, por consiguiente, la Existencia universal, que es la manifestación integral de sus posibilidades, es única en su esencia y en su naturaleza íntima; pero ni la unidad del Ser ni la «unicidad» de la existencia excluyen la multiplicidad de los modos de la manifestación, de donde la indefinidad de los grados de la Existencia, en el orden [33] general y cósmico, y la de los estados del ser en el orden de las existencias particulares[17]. Por consiguiente, la consideración de los estados múltiples no está en modo alguno en contradicción con la unidad del Ser, como tampoco lo está con la «unicidad» de la Existencia que se funda sobre esta unidad, puesto que ni la una ni la otra son afectadas en nada por la multiplicidad; y de eso resulta que, en todo el dominio del Ser, la constatación de la multiplicidad, lejos de contradecir la afirmación de la unidad o de oponerse a ella en cierto modo, encuentra en ella el único fundamento válido que pueda serle dado, tanto lógica como metafísicamente.” (Guénon, 1932: 30-33).






[1] Nuestro autor califica a este dominio de ilimitado (Guénon, 1931: 11) por lo que en el cuadro graficamos a este como una línea segmentada.
[2] Según Guénon “la Existencia está lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y total, fuera y más allá de todas las limitaciones” (Guénon, 1931: 11) de allí que el carácter contingente (Guénon, 1931: 10) o limitado del dominio haya sido graficado como una línea continua.
[3] [2] Pâda, que significa «pie», significa también «cuarto».
[4] [3] De una manera análoga, al considerar los tres primeros estados, cuyo conjunto constituye el dominio del Ser, se podría decir también que los dos primeros no son más que un tercio del Ser, puesto que contienen solo la manifestación formal, mientras que el tercero es dos tercios él solo, puesto que comprende a la vez la manifestación informal y el Ser no manifestado. — Es esencial destacar que solo las posibilidades de manifestación entran en el dominio del Ser, considerado incluso en toda su universalidad.
[5] [2] Ibid., cap. II. [En nota (1) anterior el autor remite a su obra El Hombre y su devenir según el Vedanta].
[6] [1] De ello resulta que, hablando rigurosamente, la expresión vulgar «existencia de Dios» es un sinsentido, ya sea por lo demás que se entienda por «Dios», bien el Ser como se hace habitualmente, o bien, con mayor razón, el Principio Supremo que está más allá del Ser.
[7] [2] Este término es el que nos permite traducir lo más exactamente la expresión árabe equivalente Wahdatul-Wujûd. — Sobre la distinción que hay lugar a hacer entre la «unicidad» de la Existencia, la «unidad» del Ser y la «no-dualidad» del Principio Supremo, ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo VI.
[8] [1] Hay que destacar que los filósofos, para edificar sus «sistemas» pretenden siempre, conscientemente o no, imponer algunas limitación a la Posibilidad universal, lo que es contradictorio, pero que es exigido por la constitución misma de un sistema como tal; podría ser bastante curioso hacer la historia de las diferentes teorías filosóficas modernas, que son las que presentan al más alto grado este carácter sistemático, colocándose en ese punto de vista de las limitaciones supuestas de la Posibilidad universal.
[9] [2] Sobre el estado que corresponde al grado del Ser y el estado incondicionado que está más allá del Ser, ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV y XV.
[10] [5] Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. I.
[11] [1] Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XV.
[12] [2] Debe entenderse bien, que, cuando decimos «transitorio», no tenemos en vista exclusivamente, y ni siquiera principalmente, la sucesión temporal, ya que ésta no se aplica más que a un modo especial de la manifestación.
[13] [1] Estos dos casos de lo indefinidamente creciente y de lo indefinidamente decreciente son lo que corresponde en realidad a lo que Pascal ha llamado tan impropiamente los «dos infinitos» (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIX); conviene insistir sobre el hecho de que ni uno ni otro nos hacen salir de ninguna manera del dominio cuantitativo.
[14] [2] Recordaremos todavía, pues no se podría insistir demasiado en ello, que la unidad de que se trata aquí es la unidad metafísica o «transcendente», que se aplica al Ser universal como un atributo «coextensivo» a éste, para emplear el lenguaje de los lógicos (aunque la noción de «extensión» y la de «comprehensión» que le es correlativa no sean ya propiamente aplicables más allá de las «categorías» o de los géneros más generales, es decir, cuando se pasa de lo general a lo universal), y que, como tal, difiere esencialmente de la unidad matemática o numérica, que no se aplica más que al dominio cuantitativo únicamente; y es la misma cosa para la multiplicidad, según la precisión que ya hemos hecho precedentemente en varias ocasiones. Hay solamente analogía, y no identidad y ni siquiera similitud entre las nociones metafísicas de que hablamos y las nociones matemáticas correspondientes; la designación de las unas y de las otras por términos comunes no expresa en realidad nada más que esta analogía.
[15] [3] Por eso es por lo que pensamos que debe evitarse, tanto como sea posible, el empleo de un término tal como el de «emanación», que evoca una idea o más bien una imagen falsa, la de una «salida» fuera del Principio.
[16] [4] No hay que decir que la palabra «direcciones», tomada a la consideración de las posibilidades espaciales, debe entenderse aquí simbólicamente, ya que, en el sentido literal, no se aplicaría más que a una ínfima parte de las posibilidades de manifestación; el sentido que le damos aquí está en conformidad con todo lo que hemos expuesto en Le Symbolisme de la Croix.
[17] [5] No decimos «individuales», ya que en lo que se trata aquí están comprendidos igualmente los estados de manifestación informal, que son supraindividuales.