Notas sobre los mitos lunares I
Elementos para el estudio de la religiosidad Pagana 7
Andrés
1.Introducción.
Se reúnen en este trabajo un conjunto de
notas sobre la Luna como ser personal divino, su relación con el sol y su papel
en la regeneración del tiempo, a modo aproximación preliminar al estudio de los
mitos lunares.
2. Antecedentes.
Datos sobre la Luna a tener presente. Los datos relativos a la Luna
que debemos tener presente en nuestro examen del asunto, son aquellos conocidos
por observaciones a simple vista, como por ejemplo, el hecho de que la luna
pasa por un conjunto completo de fases cada mes, de nueva a cuarto creciente,
etc; y también que la Luna se mueve en casi la misma línea que el sol (Degani,
1979: 128).
3.Desarrollo.
La Luna como ser personal divino. La Luna fue considerada en la
antigüedad como ser personal divino (Guichot y Sierra, 1903: 70 nota 2):
“...
In en los chinos; Nabo, en los caldeos; Semíramis, en los
babilonios; Nephtys, en los egipcios; Baaltis, Europa, en
los sirios; Men, Meon, en los hebreos; Faribolus, en
Palmira; Artemisa, Urania, en Asia Menor; Minos, en los
cretenses; Cotis, en los tracios; Juno, en los cartagineses[1]; Farnace, en los
armenios y capadocios; Artimpasa, en los escitas; Goia, en los
escandinavos; Zolotaia-Baba, en los eslavos; Belisama, Oster,
en los celtas; Alillat, Allaba, Manah, en los árabes; Bissemana,
Ankaka, en los lapones; Diana, Artemis, Selene, Febe,
en los griegos; Diana, Juno, Venus, en los romanos.”
En la antigua Europa, el astro fue
considerado símbolo de la Gran Diosa ya que las tres fases de la Luna, nueva,
llena y vieja recordaban las tres fases de la diosa: doncella, ninfa (mujer
núbil) y anciana (Graves, 1992: 14-15).
El Sol y la Luna. Considerada la Luna en la
antigüedad como la natural compañera del Sol, ambos astros fueron entendidos
como hermanos, hijos de los mismos padres, reinando en el mismo sitio, con
cualidades semejantes, y como individuos complementarios, varón y hembra, y por
tanto, esposos (Guichot y Sierra, 1903: 70 y 72). Escribe Guichot y Sierra
(1903: 68-70):
“...
La Luna, astro de luz tibia. Diosa bella
y melancólica, que ilumina de noche, reinando en la ausencia del gran dios, que
riela en las aguas y secretamente influye en las arboledas y en los campos, es
como una esperanza de que volverá el sol perdido ú oculto, a quien busca como
ser humilde y amante. A la vez que ofrece semejanzas con el Sol, presenta
grandes contrastes con alguno de sus estados. Así [...] si el sol estival y del
mediodía era el conquistador poderoso, el temible rey del mundo, llevando en su
mano la enfermedad y la muerte, ¿no era la tranquila y amable Luna, de luz
apacible y reparadora, llevando el consolador descanso de su frescura y sus
saludables rocíos, su dulce reina?”
Las representaciones antropomórficas de este
matrimonio o pareja de amantes varían en sus términos de modo que no siempre le
corresponde a la imagen del Sol, el calor, la fuerza, la impulsión viril en
todo su desarrollo, y a la Luna la humedad, la blandura el deseo pasivo; con
frecuencia las divinidades femeninas son impulsivas, apasionadas y persistentes
[como Istar, Baaltis, Cibeles, Semiramis], y los dioses solares, no obstante
ser juzgado el Sol como padre universal, jóvenes adolescentes, bellos, débiles,
candorosos, no avezados a los peligros ni a las aventuras, dioses primaverales
y otoñales [como Dumuzi, Adonis, Atys]; también se truecan los términos de la
relación y la Luna ocupa el primer lugar y el sol uno secundario de modo que el
Sol es la hembra y la esposa, perseguida constantemente por la una que es el
varón y el marido (Guichot y Sierra, 1903: 72-74); probablemente debamos ver en
ello el mayor temor que inspiraba la luna, ya que no se oscurece al declinar el
año y tener como atributo el poder de conceder o negar el agua a los campos
(Graves, 1992: 14).
La Luna y la regeneración del tiempo. Señala Eliade que si la Luna permite
<<medir>> el tiempo [en las lenguas indoeuropeas la mayor parte de
los términos que designan los meses y la luna derivan de la raíz me-,
que ha dado en latín tanto mensis como metior,
<<medir>>], y sus fases revelaron [antes que el año solar y de
manera más concreta] una unidad de tiempo (el mes), a la par revela el
<<eterno retorno>> [la regeneración del tiempo]. En efecto, las
fases de la Luna -aparición, crecimiento, mengua, desaparición seguida de
reaparición al cabo de tres noches de tiniebla- han desempeñado un papel
importantísimo en la elaboración de las concepciones cíclicas, encontrándose
concepciones análogas en los Apocalipsis y antropogonías arcaicas, [donde el
diluvio o la inundación ponen fin a una humanidad agotada y pecadora, y una
nueva humanidad regenerada nace, habitualmente de un <<antepasado>>
mítico, salvado de la catástrofe o de un animal lunar] cuyo carácter lunar es
puesto de manifiesto por un análisis estratigráfico. Esto significa, explica
Eliade, que el ritmo lunar no solo revela intervalos cortos (semana, mes), sino
que sirve también de arquetipo para duraciones considerables (Eliade, 1985:
81-82) y agrega (Eliade, 1985: 82-83):
“...
de hecho, el <<nacimiento>> de una humanidad, su crecimiento, su
decrepitud (su <<desgaste>>) y su desaparición son asimilados al
ciclo lunar. Y esta asimilación no solo es importante porque nos revela la
estructura <<lunar>> del devenir universal, sino también por sus
consecuencias optimistas: pues así como la desaparición de la luna nunca es
definitiva, puesto que necesariamente va seguida de una luna nueva, la
desaparición del hombre no lo es mucho más, y especialmente la desaparición
incluso de toda una humanidad (diluvio, inundación, sumersión de un continente,
etc.) nunca es total, pues una humanidad renace de una pareja de sobrevivientes
. [...] En la <<perspectiva lunar>>, tanto la muerte del hombre
como la muerte periódica de la humanidad son necesarias, del mismo modo que lo
son los tres días de tinieblas que preceden el <<renacimiento>> de
la luna. La muerte del hombre y de la humanidad son indispensables para que
éstos se regeneren.”
Persistencia de creencias arcaicas sobre la
Luna. La
Luna es centro material de creencias arcaicas cuyos vestigios persisten aun
(Guichot y Sierra, 1903: 57 y 66), asi (Guichot y Sierra, 1903: 71 nota 1):
“Además
de las expresiones, coplas y supersticiones que repite el pueblo relativas á
nuestro satélite, puede recordarse la curiosísima costumbre infantil de saludar
á la Luna tres veces, durante siete noches, con formula rimada, para conseguir
el regalo del objeto apetecido: en ella hay rastros de mítica teogónica, magia
astral y culto religioso.
Con
este motivo, dice Taylor que el Sol y la Luna <<son los únicos dioses
naturales á quienes entre nosotros se sigue hasta el día prestando personal
obediencia. Aun puede verse, en Alemania ó en Francia, al campesino quitándose
el sombrero al salir el sol, y aún se saluda en Inglaterra á la luna nueva con
una reverencia ó cortesía; así como, cual resto de las ofrendas del metal que
se dirigían á la Luna, queda la curiosa práctica de volver la moneda en el
bolsillo, basada en la creencia de que si al ver por vez primera á la Luna
damos una vuelta á las monedas que llevamos, éstas crecen conforme la Luna va
creciendo.>> (Antropología, pág. 425: Madrid, 1888.)”
4. Bibliografía.
Degani, Meir H. 1979:
Astronomía Simplificada.
Astronomía Simplificada.
México, D.F., ed. Compañía General de Ediciones, trad. cast. de
Ignacio Ayala Zazueta, 1979
Eliade,
Mircea 1985:
El Mito del Eterno Retorno.
El Mito del Eterno Retorno.
Barcelona, ed. Planeta-De Agostini, trad cast. de Ricardo Anaya, 1985.
Graves,
Robert 1992:
Los Mitos Griegos 1.
Los Mitos Griegos 1.
Madrid, ed. Alianza, trad. cast. de Echávarri, 1992.
Guichot y Sierra, A. 1903:
Ciencia de la Mitología. El Gran Mito Chtónico-Solar.
Ciencia de la Mitología. El Gran Mito Chtónico-Solar.
Madrid, ed. Librería General de Victoriano Suárez, 1903.
[1] Es en Cartago donde se desarrolla la celebre novela de Gustavo Flaubert, Salammbó [Casa Editorial Maucci. Barcelona, 1901. Trad. de Augusto Riera] (sobre el nombre de Salambó dado a la diosa Milita, cfr. Guichot y Sierra, 1903: 489-491); en su capitulo III se presenta la relación entre la Luna ya la Divinidad en los siguientes términos [pp.49-53]:
Levantábase la luna al ras de las olas y sobre la ciudad, aun envuelta
en tinieblas, brillaban puntos luminosos [...] Alrededor de Cartago
resplandecían las sombras inmóviles, pues la luna alumbraba con sus rayos el
golfo rodeado de montañas [...] Salammbó miro la estrella polar; saludo
lentamente los cuatro puntos cardinales, y se arrodillo sobre el polvo azur
sembrado de estrellas de oro a imitación del firmamento. Luego, con los codos
pegados a los costados, los antebrazos rectos, y las manos abiertas echando
atrás la cabeza bajo los rayos de la luna dijo:
-¡Oh Rabbetna!... ¡Raabet!... ¡Tanit!…
-Y su voz sonaba de un modo plañidero como haciendo un llamamiento.-¡Anaitis!
¡Atarté! ¡Derceto! ¡Astoreth! ¡Milita! ¡Athara! ¡Elissa! ¡Tiratha! Por los
símbolos ocultos, por los sistros sonoros, por los surcos dela tierra, por el
eterno silencio y la fecundidad eterna dominadora del mar tenebroso y delas
playas remotas! ¡oh! ¡reina de las cosas húmedas, salud! [...] Levanto la
cabeza para contemplar la luna y mezclando a sus palabras fragmentos de himno,
murmuró:
<<¡Cuán ligeramente ruedas sostenida por el eter impalpable! El
movimiento que tu agitación produce, engendra los vientos y los rocíos
profundos. Conforme creces o decreces, se ensanchan ó disminuyen los ojos de
los gatos y las manchas de las panteras. ¡Las esposas claman tu nombre entre
los horrores del parto! ¡Tú hinchas las conchas! ¡Por ti hierven los vinos! ¡Tu
corrompes los cadáveres! ¡En el fondo del mar las perlas te deben la vida!
>>Todos los gérmenes ¡oh, Diosa! Fermentan en las obscuras
profundidades de la humedad. Cuando apareces se esparce una augusta soledad en
la tierra; ciérranse las flores, las olas se calman, los hombres fatigados se
tienden mostrándote su pecho, y el mundo con sus océanos y sus montes, se mira
en tu rostro como en un espejo. Eres blanca, dulce, luminosa, inmaculada,
protectora, purificadora, serena!>>
El astro se mostraba entonces sobre la montaña de las Aguas Calientes,
sobre el corte que separaba sus dos cimas. Debajo de ella, fulguraba una
estrella diminuta y tenia en derredor un gran circulo pálido. Salammbó añadió:
<<¡Cuán terrible eres, ¡oh, dueña! ¡Tú produces los monstruos,
los fantasmas aterradores! Los engañosos ensueños; tus ojos devoran las piedras
de los edificios y los monos enferman cada vez que te rejuveneces.
>>¿a dónde vas? ¿Por qué cambias perpetuamente de forma? Tan
pronto curva y recortada te deslizas por los espacios como una galera sin
mástiles, como entre las estrellas pareces á un pastor que guarda su rebaño.
Fúlgida y redonda, rozas la cima de los montes como la rueda de un carro.
>>¡Oh! ¡Tanit! ¿me quieres, verdad? [...]”