julio 15, 2008

Notas sobre los mitos lunares I

  Notas sobre los mitos lunares I
Elementos para el estudio de la religiosidad Pagana 7

Andrés Salvador
  
1.Introducción.

Se reúnen en este trabajo un conjunto de notas sobre la Luna como ser personal divino, su relación con el sol y su papel en la regeneración del tiempo, a modo aproximación preliminar al estudio de los mitos lunares.

2. Antecedentes.

Datos sobre la Luna a tener presente. Los datos relativos a la Luna que debemos tener presente en nuestro examen del asunto, son aquellos conocidos por observaciones a simple vista, como por ejemplo, el hecho de que la luna pasa por un conjunto completo de fases cada mes, de nueva a cuarto creciente, etc; y también que la Luna se mueve en casi la misma línea que el sol (Degani, 1979: 128).

3.Desarrollo.

La Luna como ser personal divino. La Luna fue considerada en la antigüedad como ser personal divino (Guichot y Sierra, 1903: 70 nota 2):

“... In en los chinos; Nabo, en los caldeos; Semíramis, en los babilonios; Nephtys, en los egipcios; Baaltis, Europa, en los sirios; Men, Meon, en los hebreos; Faribolus, en Palmira; Artemisa, Urania, en Asia Menor; Minos, en los cretenses; Cotis, en los tracios; Juno, en los cartagineses[1]; Farnace, en los armenios y capadocios; Artimpasa, en los escitas; Goia, en los escandinavos; Zolotaia-Baba, en los eslavos; Belisama, Oster, en los celtas; Alillat, Allaba, Manah, en los árabes; Bissemana, Ankaka, en los lapones; Diana, Artemis, Selene, Febe, en los griegos; Diana, Juno, Venus, en los romanos.”

En la antigua Europa, el astro fue considerado símbolo de la Gran Diosa ya que las tres fases de la Luna, nueva, llena y vieja recordaban las tres fases de la diosa: doncella, ninfa (mujer núbil) y anciana (Graves, 1992: 14-15).

El Sol y la Luna. Considerada la Luna en la antigüedad como la natural compañera del Sol, ambos astros fueron entendidos como hermanos, hijos de los mismos padres, reinando en el mismo sitio, con cualidades semejantes, y como individuos complementarios, varón y hembra, y por tanto, esposos (Guichot y Sierra, 1903: 70 y 72). Escribe Guichot y Sierra (1903: 68-70):

“... La Luna, astro  de luz tibia. Diosa bella y melancólica, que ilumina de noche, reinando en la ausencia del gran dios, que riela en las aguas y secretamente influye en las arboledas y en los campos, es como una esperanza de que volverá el sol perdido ú oculto, a quien busca como ser humilde y amante. A la vez que ofrece semejanzas con el Sol, presenta grandes contrastes con alguno de sus estados. Así [...] si el sol estival y del mediodía era el conquistador poderoso, el temible rey del mundo, llevando en su mano la enfermedad y la muerte, ¿no era la tranquila y amable Luna, de luz apacible y reparadora, llevando el consolador descanso de su frescura y sus saludables rocíos, su dulce reina?”

Las representaciones antropomórficas de este matrimonio o pareja de amantes varían en sus términos de modo que no siempre le corresponde a la imagen del Sol, el calor, la fuerza, la impulsión viril en todo su desarrollo, y a la Luna la humedad, la blandura el deseo pasivo; con frecuencia las divinidades femeninas son impulsivas, apasionadas y persistentes [como Istar, Baaltis, Cibeles, Semiramis], y los dioses solares, no obstante ser juzgado el Sol como padre universal, jóvenes adolescentes, bellos, débiles, candorosos, no avezados a los peligros ni a las aventuras, dioses primaverales y otoñales [como Dumuzi, Adonis, Atys]; también se truecan los términos de la relación y la Luna ocupa el primer lugar y el sol uno secundario de modo que el Sol es la hembra y la esposa, perseguida constantemente por la una que es el varón y el marido (Guichot y Sierra, 1903: 72-74); probablemente debamos ver en ello el mayor temor que inspiraba la luna, ya que no se oscurece al declinar el año y tener como atributo el poder de conceder o negar el agua a los campos (Graves, 1992: 14).

La Luna y la regeneración del tiempo.  Señala Eliade que si la Luna permite <<medir>> el tiempo [en las lenguas indoeuropeas la mayor parte de los términos que designan los meses y la luna derivan de la raíz me-, que ha dado en latín tanto mensis como metior, <<medir>>], y sus fases revelaron [antes que el año solar y de manera más concreta] una unidad de tiempo (el mes), a la par revela el <<eterno retorno>> [la regeneración del tiempo]. En efecto, las fases de la Luna -aparición, crecimiento, mengua, desaparición seguida de reaparición al cabo de tres noches de tiniebla- han desempeñado un papel importantísimo en la elaboración de las concepciones cíclicas, encontrándose concepciones análogas en los Apocalipsis y antropogonías arcaicas, [donde el diluvio o la inundación ponen fin a una humanidad agotada y pecadora, y una nueva humanidad regenerada nace, habitualmente de un <<antepasado>> mítico, salvado de la catástrofe o de un animal lunar] cuyo carácter lunar es puesto de manifiesto por un análisis estratigráfico. Esto significa, explica Eliade, que el ritmo lunar no solo revela intervalos cortos (semana, mes), sino que sirve también de arquetipo para duraciones considerables (Eliade, 1985: 81-82) y agrega (Eliade, 1985: 82-83):

“... de hecho, el <<nacimiento>> de una humanidad, su crecimiento, su decrepitud (su <<desgaste>>) y su desaparición son asimilados al ciclo lunar. Y esta asimilación no solo es importante porque nos revela la estructura <<lunar>> del devenir universal, sino también por sus consecuencias optimistas: pues así como la desaparición de la luna nunca es definitiva, puesto que necesariamente va seguida de una luna nueva, la desaparición del hombre no lo es mucho más, y especialmente la desaparición incluso de toda una humanidad (diluvio, inundación, sumersión de un continente, etc.) nunca es total, pues una humanidad renace de una pareja de sobrevivientes . [...] En la <<perspectiva lunar>>, tanto la muerte del hombre como la muerte periódica de la humanidad son necesarias, del mismo modo que lo son los tres días de tinieblas que preceden el <<renacimiento>> de la luna. La muerte del hombre y de la humanidad son indispensables para que éstos se regeneren.”

Persistencia de creencias arcaicas sobre la Luna. La Luna es centro material de creencias arcaicas cuyos vestigios persisten aun (Guichot y Sierra, 1903: 57 y 66), asi (Guichot y Sierra, 1903: 71 nota 1):

“Además de las expresiones, coplas y supersticiones que repite el pueblo relativas á nuestro satélite, puede recordarse la curiosísima costumbre infantil de saludar á la Luna tres veces, durante siete noches, con formula rimada, para conseguir el regalo del objeto apetecido: en ella hay rastros de mítica teogónica, magia astral y culto religioso.
Con este motivo, dice Taylor que el Sol y la Luna <<son los únicos dioses naturales á quienes entre nosotros se sigue hasta el día prestando personal obediencia. Aun puede verse, en Alemania ó en Francia, al campesino quitándose el sombrero al salir el sol, y aún se saluda en Inglaterra á la luna nueva con una reverencia ó cortesía; así como, cual resto de las ofrendas del metal que se dirigían á la Luna, queda la curiosa práctica de volver la moneda en el bolsillo, basada en la creencia de que si al ver por vez primera á la Luna damos una vuelta á las monedas que llevamos, éstas crecen conforme la Luna va creciendo.>> (Antropología, pág. 425: Madrid, 1888.)”

4. Bibliografía.

Degani, Meir H.   1979:      
Astronomía Simplificada.
México, D.F., ed. Compañía General de Ediciones, trad. cast. de Ignacio Ayala Zazueta, 1979

Eliade, Mircea   1985:      
El Mito del Eterno Retorno.
Barcelona, ed. Planeta-De Agostini, trad cast. de Ricardo Anaya, 1985.

Graves, Robert   1992:     
Los Mitos Griegos 1.
Madrid, ed. Alianza, trad. cast. de Echávarri, 1992.

Guichot y Sierra, A.   1903:       
Ciencia de la Mitología. El Gran Mito Chtónico-Solar.
 Madrid, ed. Librería General de Victoriano Suárez, 1903.




[1] Es en Cartago donde se desarrolla la celebre novela de Gustavo Flaubert, Salammbó [Casa Editorial Maucci. Barcelona, 1901. Trad. de Augusto Riera] (sobre el nombre de Salambó dado a la diosa Milita, cfr. Guichot y Sierra, 1903: 489-491); en su capitulo III se presenta la relación entre la Luna ya la Divinidad en los siguientes términos [pp.49-53]:

Levantábase la luna al ras de las olas y sobre la ciudad, aun envuelta en tinieblas, brillaban puntos luminosos [...] Alrededor de Cartago resplandecían las sombras inmóviles, pues la luna alumbraba con sus rayos el golfo rodeado de montañas [...] Salammbó miro la estrella polar; saludo lentamente los cuatro puntos cardinales, y se arrodillo sobre el polvo azur sembrado de estrellas de oro a imitación del firmamento. Luego, con los codos pegados a los costados, los antebrazos rectos, y las manos abiertas echando atrás la cabeza bajo los rayos de la luna dijo:­­­­­­­
-¡Oh Rabbetna!... ¡Raabet!... ¡Tanit!… -Y su voz sonaba de un modo plañidero como haciendo un llamamiento.-¡Anaitis! ¡Atarté! ¡Derceto! ¡Astoreth! ¡Milita! ¡Athara! ¡Elissa! ¡Tiratha! Por los símbolos ocultos, por los sistros sonoros, por los surcos dela tierra, por el eterno silencio y la fecundidad eterna dominadora del mar tenebroso y delas playas remotas! ¡oh! ¡reina de las cosas húmedas, salud! [...] Levanto la cabeza para contemplar la luna y mezclando a sus palabras fragmentos de himno, murmuró:
<<¡Cuán ligeramente ruedas sostenida por el eter impalpable! El movimiento que tu agitación produce, engendra los vientos y los rocíos profundos. Conforme creces o decreces, se ensanchan ó disminuyen los ojos de los gatos y las manchas de las panteras. ¡Las esposas claman tu nombre entre los horrores del parto! ¡Tú hinchas las conchas! ¡Por ti hierven los vinos! ¡Tu corrompes los cadáveres! ¡En el fondo del mar las perlas te deben la vida!
>>Todos los gérmenes ¡oh, Diosa! Fermentan en las obscuras profundidades de la humedad. Cuando apareces se esparce una augusta soledad en la tierra; ciérranse las flores, las olas se calman, los hombres fatigados se tienden mostrándote su pecho, y el mundo con sus océanos y sus montes, se mira en tu rostro como en un espejo. Eres blanca, dulce, luminosa, inmaculada, protectora, purificadora, serena!>>
El astro se mostraba entonces sobre la montaña de las Aguas Calientes, sobre el corte que separaba sus dos cimas. Debajo de ella, fulguraba una estrella diminuta y tenia en derredor un gran circulo pálido. Salammbó añadió:
<<¡Cuán terrible eres, ¡oh, dueña! ¡Tú produces los monstruos, los fantasmas aterradores! Los engañosos ensueños; tus ojos devoran las piedras de los edificios y los monos enferman cada vez que te rejuveneces.
>>¿a dónde vas? ¿Por qué cambias perpetuamente de forma? Tan pronto curva y recortada te deslizas por los espacios como una galera sin mástiles, como entre las estrellas pareces á un pastor que guarda su rebaño. Fúlgida y redonda, rozas la cima de los montes como la rueda de un carro.
>>¡Oh! ¡Tanit! ¿me quieres, verdad? [...]”