abril 15, 2009

ESTADO DE LOS ESTUDIOS -ANEXO

  ESTADO DE LOS ESTUDIOS -ANEXO
La creación, la naturaleza caída y el cuerpo humano
Salvador, Andrés Oscar Raúl



Idea de creación y subordinación del hombre al Creador.

“El hombre, simple creatura, depende necesariamente de su Creador. Depende de Dios por su misma naturaleza, que es creada. No puede dejar de ser dependiente así como tampoco puede dejar de ser creatura. [...]Dios es el Creador y el Dueño Soberano. El hombre es la creatura y el súbdito. Todas las naciones están ante Dios como si no fueran. El hombre no ha cesado de ser, en sí mismo, polvo y ceniza ante el Eterno.” [Hello, 1980: 13-14].

En términos semejantes se expresa el Cardenal Pie:

“Pero nosotros agregamos que la naturaleza creada, incluso la naturaleza humana y la naturaleza angélica, no habiéndose dado el ser a sí misma y habiendo sido sacada de la nada por el libre querer de la suprema naturaleza que es Dios, no posee nada de sí misma e independientemente de Dios; que ella es esencialmente distinta y esencialmente súbdita de Él, que no puede ni moverse, ni obrar, ni durar sin su concurso y su asistencia; agregamos, con mayor razón, que no tiene en sus elementos constitutivos nada de divino o de deífico, ni por esencia, ni por comunicación, que si ella lleva en sí la huella de la divinidad, no es sino la marca exterior de la mano del soberano artesano, pero de ningún modo la forma del misterio íntimo de su ser; finalmente, que la relación propia de ella a Dios es la relación de la obra al obrero, pero de ningún modo la del hijo al padre, teniendo en cuenta que ella existe por vía de creación y no por vía de generación, que procede de la nada y no del seno de Dios, y que no tiene ninguna relación con Él ni en cuanto al aspecto ni en cuanto al género.” [Pie, 1981a: 127].

La naturaleza humana explica el hecho de que el Hombre deba subordinarse al Creador:

“Dios sigue siendo el dueño. Es el orden natural. Los derechos de Dios son necesarios e imprescriptibles.
Usando de sus derechos, Dios da al hombre su ley. Su ley es la expresión de su voluntad. El hombre conoce la voluntad de Dios a través de la ley de Dios. Tiene por lo tanto que someterse a ella: toda desobediencia a la ley divina es una violación del orden natural existente entre la creatura y el Creador; es una verdadera injusticia.” [Hello, 1980: 15].

Pecado original y deterioro de la naturaleza humana. La tradición bíblica sostiene que la naturaleza es corrupta y que hubo una caída, se la mencione como Pecado Original o no [Campbell, 2002: 36]:

“La fe nos enseña que la naturaleza humana fue elevada a un estado sobrenatural por las gracias que Dios se dignó conceder a nuestros primeros padres. En efecto: El quiso que fuesen no sólo sus creaturas sino también sus amigos. Les dio la fe, la esperanza, la caridad, tesoros infinitamente preciosos mediante los cuales los hombres podrían llegar a merecer bienes aún más preciosos, la bienaventuranza eterna en el seno de Dios.
Lo que Dios concedió a Adán lo destinó a todos sus hijos, quienes a su vez recibirían al mismo tiempo la naturaleza y la gracia.
Ese magnifico plan de Dios se vio perturbado por el pecado de Adán; y de ahí en adelante todos sus descendientes reciben de él la naturaleza deteriorada, tanto en el cuerpo como en el alma: en el cuerpo, por cuanto se halla sujeto a la enfermedad y a la muerte; en el alma, porque ésta se halla sometida a la ignorancia, a la concupiscencia y, por último, a la muerte eterna.” [Emmanuel, 1979: 7].

En otros términos:

“Ni la materia ni el cuerpo humano son despreciables, eso está claro, mientras se limiten a desempeñar su papel de servidores del alma en su unión con Dios. Sin embargo, no estamos ya en el estado de inocencia, por lo que la naturaleza, herida y muy desordenada, no constituye en la actualidad el camino normal y seguro de la gracia desde el momento en que la realidad corporal dejó e ser el camino de las realidades espirituales. Por eso, muchas partes de la naturaleza deben ser reprimidas, mortificadas, para que se destruyan con mas seguridad los gérmenes de muerte espiritual.” [Sacerdote, 2003: 8].

De allí la admiración temerosa con que el Cardenal Pie se refiere a la naturaleza:

“Oh, naturaleza magnifica, majestuosa, hermosa, graciosa incluso en un gran número de tus partes. Yo te admiro, pero ¿lo diré? te temo quizás más aun. Tus poderosas leyes, ciegas, terribles, alteradas además por el pecado y sin cesar armadas contra nosotros, pueden destrozarme en cualquier instante como yo aplasto un insecto bajo mis pies. ¡Cuántos desgraciados han perecido por el ardor del fuego, por la impetuosidad de las olas, por la infección del aire, por los sacudimientos de la tierra que abría abismos bajo sus pasos!
Y luego, oh naturaleza, tú no hablas sino a mis sentidos; o, al menos por ti, la voz de mi Dios no llega directamente a mi corazón. Por otra parte, por algunas páginas luminosas que nos ofreces, ¿cuántas páginas oscuras! Al lado de la planta que me cura, tú me presentas la que me envenena; bajo la flor que me encanta se esconde el reptil que me hiere. El apóstol te llama un enigma: enigma, en efecto, cuya palabra no puedo acertar siempre. ¿Es esa palabra: poder cruel? ¿Es esa palabra: bondad conmovedora? Estudiándote, oh misteriosa naturaleza, algunos hombres han blasfemado; otros han adorado.” [Pie, 1981b: 34-35].

Como anota Ernst Benz[1], estos presupuestos moldean nuestra experiencia total de la vida, nuestras reacciones emocionales y volitivas [Eliade-Kitagawa, 1986: 151-152], así escribe Campbell:

“Me impresiono mucho, en mi primera visita al Japón, encontrarme con un mundo que no sabia nada de la Caída en el Jardín del Edén, y en consecuencia no consideraba corrupta a la naturaleza. En las escrituras sinto uno lee que el proceso de la naturaleza no puede ser malo. En nuestra tradición, todo impulso natural es pecaminoso salvo que haya sido purificado de alguna manera.” [Campbell, 2002: 41-42].

Relación institucional con Dios en la tradición bíblica. Explica Campbell que en la tradición bíblica la relación con Dios se consuma a través de una institución de forma que la persona es disociada del principio divino. El individuo solo pude puede asociarse con lo divino mediante una institución social: en la  tradición judía, la pertenecía a un pueblo con el que Dios establece un pacto, y en la tradición cristiana, la adhesión a Cristo mediante un rito, el bautismo, que nos incorpora a su Iglesia [Campbell, 2002: 36]. Téngase presente que las instituciones  no son ajenas a la insistencia en reafirmar el carácter histórico-factual de las metáforas religiosas [Campbell, 2002: 14]:

“Según el pensamiento judío, se logra naciendo de una madre judía. Dios, en cierto periodo, difícil de fechar con precisión, estableció un Pacto con la raza judía, exigiendo la circuncisión y algunas otras atenciones rituales, a cambio de lo cual disfrutarían por siempre de Su atención exclusiva.
En la tradición cristiana, no menos exclusivamente, el personaje histórico, Jesús, es considerado la única encarnación en la Tierra del Dios, el único auténtico-Dios-y-autentico-Hombre. [...].
¿Cómo logramos, no obstante, la relación necesaria con Jesús? Mediante el bautismo, y a través de él la pertenencia a su Iglesia; es decir, dentro y por medio de un contexto social santificado que destaca ciertos reclamos exclusivos. Estos reclamos dependen, para su validación, de la historicidad de ciertos milagros específicos. La tradición judía depende de la idea de una relación especial a un pueblo “elegido” singular, en cierto lugar, y todas estas circunstancias en el tiempo histórico.” [Campbell, 2002: 57-58].

Función de la autoridad humana isomorfa de la del Creador. Es por ello que, guardando las proporciones, la función de la autoridad humana es isomorfa a la del Creador. Escribía el Papa León XIII en la encíclica Immortale Dei [1885]:

“Porque así como en el mundo visible Dios ha creado causas segundas, que dan a su manera claro conocimiento de la naturaleza y acción divinas, y concurren a realizar el fin para el cual es movida y se actúa  esta gran maquina del orbe, así también ha querido Dios que en la sociedad civil hubiese una autoridad principal, cuyos gerentes reflejasen en cierta manera la imagen de la potestad y providencia divinas sobre el linaje humano. Así que justo ha de ser el mandato e imperio que ejercen los gobernantes, y no despótico, sino en cierta manera paternal, porque el poder justísimo que dios tiene sobre los hombres está también unido con su bondad de Padre” [Acción Católica Española, 1946:159].

El mismo pontífice sostiene en la encíclica Rerum Novarum [1891]:

“Como el poder de mandar proviene de Dios, y es una comunicación de la divina soberanía, debe ejercerse a imitación del mismo poder de Dios, el cual, con solicitud de padre, no menos atiende a las cosas individuales que a las universales.” [Acción Católica Española, 1946: 437].

Sometimiento del hombre a la autoridad humana isomorfa de su sometimiento al Creador. En la Edad Media, explica Joaquín Gimeno Casalduero:

“Es, pues, el monarca el delegado, el representante de la autoridad divina (<<el rey es puesto en la tierra en lugar de Dios>>, ibid.), y aparece, por eso, como señor natural de sus vasallos, exigiendo veneración y obediencia: <<Deue el pueblo ver e conocer como el nome del rey es de Dios, e tiene su lugar en tierra para fazer justicia e derecho e merced. E otrosí, como él es su señor temporalmente e ellos sus vasallos, e como él los ha de castigar e de mandar, e ellos han de seruir a él e obedecerle>>. [Gimeno Casalduero, 1972: 25].

Señalamos con beneficio de inventario, que según Christian Ferrer, el Estado puede entenderse como un sucedáneo moderno del principio jerárquico divino cuyas consecuencias políticas fueron advertidas por el pensador anarquista Mijail Bakunin [Bakunin, 2003:7-8] quien examina la cuestión en su Dios y el Estado (1.882) [Bakunin, 2003], obra esta que entendemos tendrá como interlocutor al fundamental libro de Carl Schmitt Teología Política (1934) [Schmitt, 1998] .

El estado de naturaleza caída y el cuerpo humano. En su Problemas del apostolado moderno  [1959], el Obispo Antonio de Castro Mayer impugna la siguiente sentencia[2]:

“No se deben prohibir los escotes, <<maillots>> y otros modos de vestir que descubran mucho el cuerpo, pues el cuerpo es bueno en sí mismo, fue creado por Dios y no es necesario taparlo.” [Castro Mayer, 1959: 95].

Y sostiene como cierta la siguiente proposición:

“El cuerpo humano fue creado por Dios y como todo ser, es en sí mismo bueno. Después del pecado original, la concupiscencia se volvió desarreglada. Por esta razón conviene cubrir el cuerpo para que no sirva de ocasión de pecado” [Castro Mayer, 1959: 95].

La sentencia impugnada a continuación expresa:

“No se debe censurar a las personas que se presenten a comulgar con pinturas, escotes, mangas cortas o sin medias. Seria faltar a la caridad negarles los Sacramentos, pues esas personas no tienen malicia; de lo contrario no se presentarían así en la Iglesia. Además, ver malicia en tales cosas es censurar al propio Dios, creador del cuerpo humano.” [Castro Mayer, 1959: 96].

La proposición que se presenta como cierta afirma:

“La Iglesia desaconseja la pintura y prohíbe la exageración en los escotes y las mangas cortas, así como la costumbre de ir sin medias. Los fieles deben ser instruidos sobre la doctrina católica en este asunto, pues el cuerpo humano, después del pecado original, se hizo esclavo de la concupiscencia y cualquier imprudencia en esta materia es, por lo menos, peligrosa.” [Castro Mayer, 1959: 96].

En la explanación a esta cuestión, Castro Mayer explica que:

“El cuerpo humano es bueno como toda criatura de Dios. La necesidad que tiene el hombre de no exponerlo, no procede del cuerpo humano como criatura de Dios, sino del desarreglo de los instintos, consecuencia del pecado original. Por esto, la Iglesia recomienda recato en los vestidos. La sensación de vergüenza causada por la exhibición inmodesta del cuerpo humano no se puede llamar malicia, sino pudor. Pues la noción de la diferencia que hay entre el bien y el mal no es un defecto, sino todo lo contrario, el fundamento de todas las virtudes. Por consiguiente, amonestar a las personas que visten inmodestamente es despertar en ellas, no la malicia, sino, la virtud. Por esto la legislación de la Iglesia obliga a los Sacerdotes a negar los Sacramentos a las personas que se presentan de una manera inmodesta (S. C. Del Concilio en 12-1-1930, adv. 9, A. A. S. 22, págs. 26-7).
La sentencia impugnada considera el asunto como si la humanidad no estuviese en estado de naturaleza caída. Por otra parte, ella niega la existencia de un bien o de un mal objetivos. El mal no estaría, en el caso concreto, en un hecho objetivo, la inmodestia del traje, ni en la trasgresión del precepto que prohíbe vestidos inmorales, sino que estaría en el ánimo subjetivo de quien ve inmoralidad en la desnudez.
Una aplicación concreta manifestará hasta qué punto la sentencia impugnada se opone al verdadero sentir de la Iglesia. Los santos se destacaron siempre por la extremada finura en percibir y rechazar todo lo que contrariase, aun de lejos, la virtud angélica. La Iglesia alaba siempre el pudor. Según la sentencia impugnada sería la esencia de la malicia. Sobre la vanidad femenina; son preciosas las recomendaciones de San Pablo (I Tim., 2, 9) y de San Pedro, I Petr. 3, 5); léase también el capítulo III de Isaías, versículos 16-24.” [Castro Mayer, 1959: 96-97].

Adviértase como el examen se orienta particularmente hacia la mujer, esto se explicaría porque:

“En el plano de la creación, el hombre y la mujer son complementarios. Sin embargo, con el pecado original, la “concupiscencia de la carne” (I Juan, II, 16) se introdujo en los terrenos más nobles: el hombre buscará más fácilmente los placeres carnales, sin dejarse guiar por su fe y su razón; las mujeres y las jóvenes tienen dificultad para entender que entre el hombre y la mujer existe una diferencia considerable desde el punto de vista de la sensibilidad o de la excitabilidad carnal. Las faltas de pudor quizás en alguien no producirá ninguna tentación y sin embargo, en otro creará tentaciones numerosas y graves.
Hechos y gestos que a la mujer dejarán indiferente o insensible, a menudo, por su naturaleza, en el hombre provocarán sensaciones, turbaciones y codicias violentas.
Por eso, de una manera general, la salvaguarda de la pureza es mucho más difícil para el joven que para la joven. Es por esta razón que ella debe cultivar el pudor desde la infancia con el fin de no hacer caer al prójimo.” [Benedicto, 2003: 3].

Poco después se indica:

“Una mujer debe saber que el hombre es muy sensible al cuerpo femenino, y que hay un misterio encantador en el semivestido: una espalda desnuda, un escote pronunciado, una pollera hendida o un poco transparente, pueden ser una ocasión de pecado mortal para las personas que están delante de ella.” [Benedicto, 2003: 4-5].

Así desde esta perspectiva se entiende [señalemos que el texto citado es del año 2003], que las mujeres para conservar el pudor, deberían:

-          No ponerse los pantalones conocidos como “calzas”, que además de ser feas, son provocativas.
-          No utilizar remeras o blusas sin usar un sostén.
-          No vestirse con pantalones ajustados o esas polleras enfundadas que resaltan todas las formas del cuerpo.
-          No llevar esas polleras largas, pero hendidas hasta encima de las rodillas, o esas polleras-carteras, que se abren por encima de las rodillas.
-          Y, por supuesto, no tener la impudicia de andar con minifaldas.
-          Tener cuidado con esas polleras casi transparentes que, con el sol o la luz, las desnudan.
-          En cuanto a los pantalones, pueden ser a veces una cuestión de prudencia (metro, ciertas escuelas, hospital), pero esto debe permanecer como excepciones que una se imponga con disgusto. Alejado el peligro, hay que retomar enseguida el vestido femenino.
El pantalón no se lleva con la morfología de la mujer. Además, en nuestras sociedades, está reservado al hombre, a la autoridad: de ahí la expresión reservada para una mujer que gobierna su hogar de “es la que lleva los pantalones”. Además, el pantalón en la mujer es de esencia revolucionaria.
-          Ni hablar de las mallas, para estar más cómodas en su jardín, o para broncearse (esto vale también para los hombres).” [Benedicto, 2003: 5].

Semejantes son las indicaciones sobre el modo en que las mujeres deben conservar el pudor dentro de los templos:

“Todos los vestidos indecentes (las minifaldas, polleras abiertas hasta por encima de las rodillas, las bermudas, los pantalones ajustados, los escotes, los brazos desnudos), y el revolucionario uso del pantalón, todo esto debe proscribirse” [Benedicto, 2003: 3].

La actitud frente al cuerpo no es uniforme en las religiones que se articulan sobre la idea de la equivocidad del ser[3], así en el Islam:

“Las posturas mas contradictorias se integran en la unidad vital de la persona [...] así también hubo sectas místicas que se abandonaban al amor divino mediante la contemplación de una “présence charnelle”, embelesándose junto a “la beauté d`un jeune visage admiré”. Esa armonía en lo humano de una dualidad, contradictoria según la teología cristiana, se hizo accesible en Jerusalén para quienes recibían la impresión de una cultura extraña y esplendorosa.” [Castro, 1948:192-193].

“Un efluvio de Dios viene a las cosas, cuya realidad, nada en sí misma, descansa toda en Dios. Resulta así que la venida y presencia de lo divino en el mundo fue sentida y gozada por el mahometano en un modo imposible para el cristiano, al cual interesó más el opuesto proceso, la ascensión hasta Dios desde la finitud o miseria del mundo sensible. El cristiano siempre anduvo oprimido por la angustia hebrea del pecado original, que ignoró el musulmán salvado por su fe.” [Castro, 1948: 311].

“Para el autor la vida es una totalidad, compuesta de alegría corporal, sensible, subjetiva, y de una trascendencia moral. Si el Arcipreste hubiera sido musulmán, la transición continua de uno a otro plano habría acontecido con ingenua sencillez, sin sorpresa ni esfuerzo; siendo cristiano (aunque imbuido de espíritu islámico), tenía por fuerza que reflejar el contraste entre la espontaneidad sensible y la reflexión moral. Un escritor cristiano (no sólo su obra), no podía aparecer a la vez como pecador y moralista, cosa que el Arcipreste veía y leía acontecer entre musulmanes, para quienes vivir en la carne no significaba necesariamente exclusión del espíritu, y viceversa. El cristiano medieval no se abstenía de vivir en la carne, pero sabia que era pecado hacerlo, aunque se obstinara en él [...].”[Castro, 1948: 374-375].

“Islamismo y neoplatonismo combinados, hicieron posible mantener la pacifica convivencia del erotismo y la religión, imposible como simultaneidad para el cristiano, cuya creencia no le permite abandonarse justificadamente a las dulzuras del amor carnal” [Castro, 1948: 389].
“Pues bien, el mismo Ibn Hazm que escribe pasajes como el antes citado sobre la belleza de las nubes, refiere en el mismo libro anécdotas inconcebibles para un occidental, porque ningún asceta cristiano mezcla en un mismo escrito los divino y la sexualidad mas cruda.” [Castro, 1948: 391].

El misterio del ser. Explica Campbell que una función fundamental de la mitología es la que el llama función mística de despertar y mantener en el individuo un sentimiento de reverencia y gratitud ante lo que es, y seguirá siendo siempre, el misterio del ser, el misterio del universo y de uno mismo dentro de él [Campbell, 2002: 53], ahora ello lleva a comprender que la “esencia” del propio ser trasciende todas las categorías:

“Es inmanente: está aquí, ahora, en el reloj de pulsera que estamos usando, en el papel en el que estoy escribiendo. Tomen cualquier objeto, tracen un círculo a su alrededor, y podrán verlo en la dimensión de su misterio. No necesitan pensar que saben qué es, porque en realidad no lo saben, pero el misterio del ser de nuestro reloj de pulsera será idéntico al misterio del ser del universo, y de nosotros también. Cualquier objeto, cualquier palo, piedra, planta, animal o ser humano, puede colocarse de este modo en el centro de un circulo de misterio, ser contemplado en su dimensión de maravilla, y servir de este modo como un soporte perfectamente adecuado para la meditación.” [Campbell, 2002: 55].

Esta perspectiva informa el marco en el que debemos entender la afirmación de Ibn Arabi [muerto en el 1240], de que el hombre, para contemplar a Dios, necesita de un soporte sensible o espiritual y que en el mundo creado, la unión con la mujer es el símbolo por excelencia de la relación entre Dios y la Naturaleza Universal:

“La contemplación de Dios en las mujeres -dice Ibn Arabi- es la más perfecta y la más interna, y la unión más formidable (en el orden sensible que sirva como soporte para esta contemplación) es el acto conyugal”. 

Bibliografía.

Acción Católica Española  1946:         Colección de encíclicas y cartas pontificias.
                                                              Buenos Aires, ed. Poblet, 1946.

Bakunin, Mijail                  2003:         Dios y el estado.
                                                              La Plata, ed.Terramar, 2003.

Benedicto, Padre                2003:         El pudor, defensa de la vida cristiana.
                                                             en Adelante. Boletín de la Obra de los Retiros de San Ignacio.   
                                                             Fraternidad Sacerdotal San Pio X. Año 9, Nº 29, Abril/Junio de 2003,
                                                             pp. 1-7.

Calvo, Yadira                                        El club de los Iguales.
                                                              http://www.cosmovisiones.com/habitacionpropia/cont/i_iguales.html 
                                                              Last visited: 22/1/2003.

Campbell, Joseph               2002:          Tú eres eso.
                                                               Buenos Aires, ed. Emecé, trad. cast. de César Aira, 2002.

Castro Mayer, Antonio de  1959:          Problemas del apostolado moderno.
                                                               Buenos Aires, ed. Librería Católica Acción, 1959.

Eliade, M. y Kitagawa, J.  1986:           Metodología de la historia de las religiones.
                                                              Barcelona, ed. Paidós, trad. cast. de Saad Chedid y Eduardo Masullo,
                                                              1986.

Emmanuel, Padre               1979:          El Naturalismo.
                                                              Buenos Aires, ed. Iction, trad. cast. de Aída Aráoz, 1979.

Episcopado Argentino        1936:         Disposiciones del Ven. Episcopado Argentino sobre moralidad.
                                                              Conferencia Episcopal de Mayo de 1936, XXII - Moralidad 79 - 80.

Gimeno Casalduero, J.       1972:          La imagen del monarca en la castilla del siglo XIV.
                                                               Madrid, ed. Revista de Occidente, 1972.

Hello, Henri                        1980:         Las libertades modernas según las encíclicas.
                                                              Buenos Aires, ed Iction, trad. cast. de Cora B. de Zaldívar, 1980.

Pie, Cardenal                      1981a:        El orden sobrenatural.
                                                              Buenos Aires, ed. Iction, trad. cast. de Gustavo Daniel Corbi, 1981.

Pie, Cardenal                      1981b:        Dios.
                                                              Buenos Aires, ed. Iction, trad. cast. de Gustavo Daniel Corbi, 1981.

Reich, Wilhelm                  1983:          La irrupción de la moral sexual.
                                                              Buenos Aires, ed. Homo Sapiens, trad. cast. de Delia Garcia, 1983.

Sacheri, Carlos                   1980:          El orden natural.
                                                              Buenos Aires, ed. Cruzamante, 1980.

Sacerdote, Un                     2003:         Virgen y madre.
                                                              en Sí Sí No No [Edición española] Año XIII, n. 131, Junio 2003, pp.
                                                              7-8.

Schmitt, Carl                      1998:          Teología Política.
                                                              Buenos Aires, ed. Struhart, trad. cast. de Francisco Javier Conde, 1998.

Vaissière, Jean Marie         1966:          Fundamentos de la política.
                                                               Madrid, ed. Speiro, 1966.





[1] Cf. Benz, Ernst. Sobre la comprensión de las religiones no cristianas en Eliade-Kitagawa, 1986: 148-166; este trabajo es comentado por Van de Pol, W.H. en El final del cristianismo convencional [Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1969.Traducción castellana de Adelaida Kraan de Colángelo] al considerar la confrontación del cristianismo convencional con las religiones no cristianas [pp. 283-284].
[2] También se desaprueban:

“los bailes modernos, las piscinas mixtas o públicas, los deportes mixtos, los juegos deportivos femeninos en público” [Castro Mayer, 1959: 93].

Escribe nuestro autor en la explanación de esta materia:

“En cuanto a los bailes, el Santo Padre Pio XI, en la encíclica “Ubi Arcano”, dice así: “Nadie ignora que la liviandad de las señoras y de las jóvenes traspasó ya los limites del pudor, sobre todo en los vestidos y en los bailes” (A. A. S., vol. 14, págs. 678-679). Ya anteriormente lamentaba Benedicto XV  la indecencia de los vestidos femeninos y la falta de recato y de pudor en los bailes. Después de deplorar “la ceguera de las mujeres” en “la locura de los vestidos”, añade lo siguiente respecto a los bailes: “que entraron en los hábitos de la sociedad bailes traídos de la barbarie, a cual peor, aptos, más que para cualquier otra cosa, para quitar todo pudor” (Enc. “Sacra propediem”, 6 de enero de 1921, A. A. S. 13, pág. 39).
Con relación a las manifestaciones deportivas femeninas en público, la Sagrada Congregación del Concilio promulgó el 12 de enero de 1930 una instrucción en los términos siguientes: “Los padres aparten a sus hijas de competiciones publicas y concursos de gimnasia; pero, si ellas fuesen obligadas a tomar parte en semejantes manifestaciones, tengan la cautela de que se presenten con vestidos que edifiquen por la modestia; y jamás permitan que ellas se presenten con vestidos inmodestos” (C. P. B., Apéndice 20, pág. 26). En el mismo sentido se manifestó el Santo Padre hablando a los médicos y profesores de educación física el día 8 de noviembre de 1952 (A. A. S. 14 de noviembre de 1952).”  [Castro Mayer, 1959: 94-95].

En igual sentido se pronunció el Episcopado Argentino:

“c) Que no están conformes con la conducta cristiana:

1)       ni la promiscuidad simultanea de sexos en las piletas publicas de natación y en ciertas diversiones veraniegas en que el vestido es completamente inadecuado para estar fuera del agua;

2)       ni los trajes inconvenientes de algunos deportes públicos femeninos, como concursos gimnásticos, concursos de belleza, exposiciones vivientes de modas impropias, etc.” [Episcopado Argentino, 1936].

La prevención frente a los deportes femeninos fue observada por Wilhelm Reich quien en La irrupción de la moral sexual [1932] al examinar la economía sexual [para el autor significa una correcta administración de la energía sexual [Reich, 1983: 7 nota] de los aborígenes de el Archipiélago de Trobriand de la Melanesia Noroeste en base a las observaciones del etnólogo ingles Bronislav Malinowski, señala comparando los valores morales de los trobriandeses con el concepto burgués de moral y buenas costumbres :

“Las consecuencias de estas dos distintas apreciaciones, la sexualmente económica y la moralista, no son despreciables. Aquella estimula al máximo el desarrollo de la capacidad genital, la belleza corporal y la atracción; ésta, en cambio, condiciona la deformación sexual, la desfiguración del cuerpo. (La Iglesia como enemiga de la gimnasia femenina).” [Reich, 1983: 43].
[3]
“Aunque los pensadores árabes en contacto con la tradición griega distingan entre el ser de la realidad y sus apariencias, la literatura, la tradición y la misma conducta de los pensadores se funda en al creencia de que lo único sustancial y firme es Dios.” [Castro, 1948: 416 nota 1].

abril 01, 2009

Estado de los estudios en curso


Estado de los estudios en curso
por Andrés Salvador

Tópicos sobre los que se ha establecido posición. En el curso de nuestros estudios hemos podido establecer posición en torno a los siguientes tópicos:

El paganismo como sacralidad cósmica.

El cristianismo cósmico y la persistencia de la religiosidad pagana.

Derrumbe del cristianismo y emergencia de la modernidad.

Crisis de la modernidad.

Los mismos han sido desarrollados en nuestro trabajo, al que remitimos:

Salvador, Andrés        2003:         El retorno de los dioses.
                                                      Corrientes, Santa Sofía, 2003.

Tópicos en curso de estudio: Se encuentra en curso de estudio:

1.        La relación entre el Ser y los Entes en Nimio de Anquín:  Nimio de Anquín, en su estudio Ser, Nada y Creación en la Edad Media (Anquín, 1994: 151-195) [Texto fue presentado al II Congreso Internacional de Filosofía Medieval de Colonia (Alemania) en 1961 (Anquín, 1994: 23)], explica de Anquín que la relación entre el Ser y los Entes pude ser:

1.        Univoca y horizontal: [Ontologicamente (p. 159)] Univoca, porque no hay mas que Ser (p. 152) eterno [necesariamente porque en la puridad de la deducción racional, no es admisible que haya otra razón de ser que el Ser mismo (p. 153)] del que los entes participantes emergen por lo que no son creados (p. 159) [el Ente no necesita recibir del Ser eterno ninguna existencia, por ser coexistente   unívocamente con él en la eternidad misma (p. 159). Adviértase que en este contexto, el no ser se entiende como Ser en potencia es decir como privación de Ser sin que esta privación signifique la Nada porque siempre hay Ser y solamente del Ser eterno hay transito a los Entes ya que de la Nada no puede haber transito al acto (p. 153)]; horizontal, en cuanto que los Entes participan del Ser en una coexistencia en la latitud inmensa de la eternidad, diferenciada por las connotaciones accidentales del tiempo, “imaginado móvil” o como “imagen” móvil diferenciante de la multiplicidad y diversidad, pero sin fracturar en ningún caso la continuidad eterna del Ser (p. 154). Esta inteligencia del Ser y de los Entes participantes de el es propia del pensamiento griego en su origeneidad desde Tales hasta Aristóteles (p. 152). Escribe de Anquín:

 “Por ello, el Ser platónico, tan eterno como el de Parménides y Aristóteles, Ser sin Nada y unívocamente, no se compadece con la creación. Oigamos discurrir brevemente sobre este tema a U. Wilamowitz-Moel-Lendorf. Dice: “La poesía del mito de la creación es, por lo tanto, la substancia del Timeo, un mito cuya exploración significaba un riesgo para Platón, que le costaría superar, pues él tenia ya al mundo por increado, indevenido y eterno. Eterno: ello significa que las categorías de espacio y tiempo no son aplicables al Ser.”  Y agrega con un poco de brutalidad, pero consecuentemente: “Hubiera sido para el heleno Platón una mayor audacia, que desde luego nosotros aceptamos, si hubiera admitido que el mundo había sido creado. Nosotros estamos habituados a la concepción mítica de un Dios que hizo todo de la Nada, porque el Génesis comienza con estas palabras. Olvidamos fácilmente cuán antifilosófico es ello, un argumento suficiente de por qué los semitas no lograron una ciencia de la naturaleza. Pero no es posible el desarrollo de ninguna concepción natural. El primer capítulo no es una leyenda menos sutil que el segundo, pero mucho menos es un ensayo para concebir la naturaleza, sino solamente especulación sacerdotal, que bajo palabras resonantes no contiene ni una vez siquiera una concepción sensible satisfactoria. Los helenos ignoraron absolutamente un Dios que hiciese algo de la Nada.” Platon, Sein Leben u. Seine Werke. Aufl., v. B. Snell. Berlin, 1948, pp. 474-475.” (Anquín, 1994: 227 nota 21).

2.     Equivoca y jerárquica: [Ontológicamente (p. 152)] Equivoca, porque los Entes están separados por una distancia infinita [irreductible (p. 151)] de un Ser (p. 159) omnipotente (p. 157) que se manifiesta como un creador (p. 158) que saca a los Entes [creatura (p. 159)] de la Nada ontológica (p. 156) y los pone en la existencia (p. 157), estamos ante un Ente nadificado (p. 159);  jerárquica, porque hay una ascensión de los Entes al Ser (p. 154). La distinción real de esencia [(Ente o) creatura que recibe la existencia (p. 152)] y existencia [(Ser) creador que da la existencia (p. 152)] que hace posible la verdadera analogía es semítica y tiene un origen extraño a la razón (p. 152) por la presencia del gran Irracional que es la Nada que torna ininteligible la relación entre el Ser y el Ente (p. 160). Según nuestro autor:

“Necesitamos rehabituarnos a la univocidad óntica -que se perdió después de los presocráticos- y que nos dará el sentido de la unidad de la Naturaleza, de la que salimos, en la que vivimos y a la que volvemos en el ineluctable proceso de la generación. La influencia del dualismo judío ha dañado durante milenios aquel sentido de unidad y solidaridad con la physis, que en su “armonía oculta” nos transporta de lo múltiple a lo uno.” (Anquín, 1994: 30).

Para de Anquín no hay posibilidad de una conciliación entre el Ente coeterno y unívocamente participante del Ser y la Creatura ya que entre ellos no hay mediación, por lo que no es posible una síntesis doctrinal como la elaborada por Santo Tomás de Aquino, basada en la analogía y en la distinción real de esencia y existencia (p. 160):

“Para recomponer la unidad perdida, sin la unicidad incompatible con la distinción real, y para evitar la ininteligibilidad de los Entes transformados en creaturas nadificadas, Tomás excogito la analogía, con la que salva la apariencia de la continuidad. Pero la analogía no es una soldadura, sino un puente ideal, porque el Ser-creador y los Entes-creados estaban separados irreparablemente por un abismo infinito, y lo infinito es lo realmente infranqueable. Y la distancia no podía ser sino infinita, porque la creatura, antes de recibir la existencia, era Nada, y la distancia entre la Nada y el Ser es infinita. Si no lo fuera, no habría creación, pues, en tal caso, en el Ente habría ya una razón de ser anterior al acto creador.” (Anquín, 1994: 161-162).

Cf. Caturelli, 1983: 49-61 particularmente nota 31, quien en esta obra tiene presente críticamente a de Anquin, al respecto cf. Sequeiros, Octavio A. Alberto Caturelli: La metafísica cristiana en el pensamiento occidental en Moenia, Buenos Aires - Junio 1984, pp.147-151, particularmente p. 151.

2.        La relación entre lo Divino y el hombre. En relación a la tradición mística se advierten dos categorías:

a.        Religiones que formulan una distinción ontológica y esencial entre creador y criatura [Campbell, 2002: 35]: Para las religiones occidentales Dios hizo el mundo, y Dios y el mundo no son lo mismo [Campbell, 2002: 35]. En la tradición occidental, lo divino no está dentro del hombre, cuya relación con Dios se consuma a través de una institución lo que Campbell llama disociación mítica, en tanto disocia la persona del principio Divino [Campbell, 2002: 36].

b.        Religiones que no formulan una distinción ontológica y esencial entre creador y criatura [Campbell, 2002: 35]: Mientras para el cristianismo la unión de la naturaleza humana y divina en Cristo es considerada un misterio, en el Oriente donde cada hombre es pensado como un trozo de Dios, no hay misterio alguno [Campbell, 2002: 36][1]

Esta distinción, no obstante, debe ser matizada, así, escribe Vicente Fatone:

“Es la mística oriental la que más ha insistido en la identidad última de Dios -ejemplar único en la eternidad- y las criaturas- ejemplares múltiples en el tiempo. Oriente ha preferido  acentuar la unidad de lo divino y lo humano, en tanto Occidente ha preferido acentuar la distinción. Pero así como los místicos orientales han hablado, para evitar la confusión total de lo divino y lo humano, no de su unidad, sino de su no-dualidad, los occidentales han hablado de su distinción sin número; es decir, nuevamente de una no-dualidad. La mística oriental tiene su última fórmula en las palabras upanishádicas: “Tú eres aquel”; y su última imagen, para expresar la unión definitiva, en las gotas de miel, ninguna de las cuales podría decir: “Yo fui el polen de aquella flor”. La mística occidental recurre, como en la beata Angela da Foligno, a la frase “Tú eres yo y yo soy tú”, y a la imagen de la amada transformada en el amado. Pero en ambos casos, con distinción o sin ella, lo que importa es la unidad, que es lo estrictamente místico, pues lo otro, la distinción en sí, afirmada en unos casos y negada en otros es simplemente lo dogmático. Y cuando alguna experiencia mística como la del budismo, prescinda del concepto de Dios, de lo que se hablará será siempre de la unidad, la unidad del nirvana, refugio último no para el “yo”, pues el “yo” es una ilusión sujeta a todas las contingencias, una  simple anécdota, sino para el nirvana mismo que constituye nuestra más íntima realidad, comparado también a veces  con la nada (con la nada comparan a Dios los místicos occidentales), y frecuentemente con el espacio vacío que ofrece la imagen más próxima a lo absoluto, en cuanto no está sujeto al tiempo, ni a variaciones, y que permanece siendo lo que es, limpio de toda impureza, en su eterno presente.” [Fatone, 1963a: 32].

Explica Campbell que una función fundamental de la mitología es la que el llama función mística de despertar y mantener en el individuo un sentimiento de reverencia y gratitud ante lo que es, y seguirá siendo siempre, el misterio del ser, el misterio del universo y de uno mismo dentro de él [Campbell, 2002: 53], ahora ello lleva a comprender que la “esencia” del propio ser trasciende todas las categorías:

“Es inmanente: está aquí, ahora, en el de reloj de pulsera que estamos usando, en el papel en el que estoy escribiendo. Tomen cualquier objeto, tracen un círculo a su alrededor, y podrán verlo en la dimensión de su misterio. No necesitan pensar que saben qué es, porque en realidad no lo saben, pero el misterio del ser de nuestro reloj de pulsera será idéntico al misterio del ser del universo, y de nosotros también. Cualquier objeto, cualquier palo, piedra, planta, animal o ser humano, puede colocarse de este modo en el centro de un circulo de misterio, ser contemplado en su dimensión de maravilla, y servir de este modo como un soporte perfectamente adecuado para la meditación.
Alrededor del siglo VIII a. C., en la Chiandogya Upanishad, se pronuncia la fórmula clave de esa meditación: tat tvam asi, “Tú eres eso”, o “Tú mismo eres así”. El sentido final de una religión como el hinduismo o el budismo es producir en el individuo una experiencia, de un modo u otro, de su propia identidad con ese misterio que es el mismo de todo ser: “Tú eres eso”. Aunque no ese “tú” que apreciamos y distinguimos de todos los otros.
Un modo de llegar al conocimiento de un plano personal mas profundo es distinguir entre el objeto y el sujeto de conocimiento, identificándose en consecuencia con el sujeto, el testigo, y no con lo que contempla. Por ejemplo, “Contemplo y conozco mi cuerpo: no soy mi cuerpo”; “Conozco mis pensamientos: no soy mis pensamientos”; “Conozco mis sentimientos: no soy mis sentimientos”; “Soy el que conoce, soy el testigo”. Entonces aparece el Buda y dice: “Pero tampoco hay testigo”. De este modo podemos retroceder hasta salir de los muros del espacio. Y así llegamos a comprender la aspiración, “Neti! Neti!” “¡No esto!¡No esto!” Cualquier cosa que podamos nombrar no es eso, absolutamente. “Iti! Iti!” “¡Esta aquí!¡Esta aquí!” Este oxímoron, o afirmación autocontradictoria, es la clave de lo que llamamos el misterio del Oriente.” [Campbell, 2002: 55-56].

Recuerda Campbell que esta idea se encuentra en occidente, aunque no sin conflicto:

“Pero también es el misterio de muchos de nuestros místicos occidentales; y muchos de ellos han sido llevados a la hoguera por decirlo. Al oeste de Irán, en cualquiera de las tres grandes tradiciones que nos han llegado desde la zona del Medio Oriente, vale decir el judaísmo, el cristianismo y el islam, esos conceptos son impensables y heréticos. Dios creó el mundo, Creador y criatura no pueden ser lo mismo, dado que, como nos dice Aristóteles, A no es no-A. Nuestra teología, en consecuencia, comienza con el punto de vista de la conciencia despierta y la lógica aristotélica; mientras que en otro nivel de conciencia (y éste, el nivel al que todas las religiones deben referirse en última instancia) el misterio último trasciende las leyes de la lógica dualista, la causalidad y el espacio tiempo.
Cualquiera que diga, como se dice (Juan, 10:30) que dijo Jesús: “Yo y el Padre somos Uno”, según nuestra tradición ha blasfemado. Jesucristo fue crucificado por esa blasfemia; y novecientos años después, el gran místico sufí, Hallaj, fue crucificado por lo mismo. Se dice que Hallaj comparó el deseo del místico con el de la polilla por la llama. La polilla ve una lámpara ardiendo en la noche y, presa de un deseo irresistible de unirse a esa llama, revolotea contra la lámpara hasta el alba, y después vuelve adonde están sus congéneres a contarles en términos poéticos el cuento de su experiencia. “No se te ve mejor por lo que pasó”, le responden, pues sus alas están bastante maltrechas: esa es la condición del asceta. Pero vuelve la noche siguiente y encontrando un camino por el vidrio de la lámpara, se une con su amada y se vuelve ella misma llama.
Nosotros, en nuestra tradición, no reconocemos la posibilidad de tal experiencia de la identidad con el campo del propio ser. Lo que acentuamos, más bien, es el logro y mantenimiento de una relación con una personalidad concebida como nuestro creador. En otras palabras, la nuestra es una religión de relación; a, la criatura, se relaciona con X, el Creador (aRX). En el Oriente, en cambio, la formula apropiada será mas bien como la simple ecuación a = X.” [Campbell, 2002: 56-57][2].

3.        Metáfora o Historia. Como escribe Eugene Kennedy muchos elementos de la Biblia parecen muertos e increíbles porque han sido considerados hechos históricos en lugar de representaciones metafóricas de realidades espirituales [Campbell, 2002: 14]; en efecto las verdades espirituales que trascienden el tiempo y el espacio solo pueden llegarnos en vehículos metafóricos [Metáfora: del griego: meta, superar, o ir de un lugar a otro, y phorein, mover o transportar] cuyo sentido se encuentra en su connotación  [esto es, en la nube de testimonios de las muchas facetas de la verdad que las metáforas evocan espontáneamente] y no en sus denotaciones, las fijas casillas fácticas y unidimensionales de la referencia histórica [Campbell, 2002: 16], el problema consiste en que las metáforas que se refieren a lo que no podría decirse de ningún otro modo, son prosaicamente mal entendidas al referirlas a hechos tangibles y sucesos históricos. La denotación [esto es, la referencia en tiempo y espacio: un determinado Parto Virginal, el Fin del Mundo] es tomado como el mensaje, mientras que la connotación, la rica aura de la metáfora en la que reside su importancia espiritual, es completamente ignorada. El resultado es que nos quedamos con esa inflexión étnica particular de la metáfora, su vestimenta histórica, mas que con su núcleo espiritual viviente [Campbell, 2002: 31]. La insistencia en reafirmar el carácter histórico-factual de las metáforas religiosas [Campbell, 2002: 14] presenta serias implicaciones como se advierte al examinar el modo en que se puede alcanzar una relación con Dios conforme a la línea de pensamiento occidental:

“Según el pensamiento judío, se logra naciendo de una madre judía. Dios, en cierto periodo, difícil de fechar con precisión, estableció un Pacto con la raza judía, exigiendo la circuncisión y algunas otras atenciones rituales, a cambio de lo cual disfrutarían por siempre de Su atención exclusiva.
En la tradición cristiana, no menos exclusivamente, el personaje histórico, Jesús, es considerado la única encarnación en la Tierra del Dios, el único auténtico-Dios-y-autentico-Hombre. Este avatar, se nos enseña a contemplarlo como un milagro. En el Oriente, en cambio, todos comprenden esta verdad en sí mismos, y encarnaciones como Krishna, Rama o el Buda deben verse simplemente como un modelo a través del cual realizar el misterio de la encarnación en uno mismo.
¿Cómo logramos, no obstante, la relación necesaria con Jesús? Mediante el bautismo, y a través de él la pertenencia a su Iglesia; es decir, dentro y por medio de un contexto social santificado que destaca ciertos reclamos exclusivos. Estos reclamos dependen, para su validación, de la historicidad de ciertos milagros específicos. La tradición judía depende de la idea de una relación especial a un pueblo “elegido” singular, en cierto lugar, y todas estas circunstancias en el tiempo histórico. La documentación, empero, es cuestionable. Del mismo modo, la tradición cristiana se basa en la idea de una única encarnación, la autentificación de la cual está en la prueba de ciertos milagros, seguidos por la fundación de una Iglesia y la continuidad de esta Iglesia mediante el tiempo; cada paso del dogma también es histórico.” [Campbell, 2002: 57-58].

Explica Kennedy, que el Parto Virginal no se refiere a la condición biológica de Maria, la madre de Jesús, sino al renacimiento del espíritu que todos pueden experimentar; la Tierra Prometida no se refiere a una ubicación geográfica sino al territorio del corazón humano en el que cualquiera puede entrar [Campbell, 2002: 16-17]:

“Pero se han lanzado flechas de condenación y se han librado interminables guerras por una confusión básica sobre estas metáforas, que deberían permitirnos atravesar los limites del tiempo y el espacio, en lugar de dejarnos frustrados e inmovilizados en el polvoriento escenario de su concreto periodo histórico. Las denotaciones son singulares, limitadas en el tiempo y no espirituales; las connotaciones de la metáfora religiosa son ricas, intemporales y se refieren no a alguien en el mundo externo de otra era sino a nosotros mismos y a nuestra experiencia espiritual ahora mismo.” [Campbell, 2002: 17].[3]

4.        El aspecto femenino de Dios. La figura del padre no supone la traducción ultima de la relación en que el hombre se siente con su Dios [Fatone, 1963b: 32]:

“El regazo y el pecho materno le ofrecieron otra figuración mas justa de cuanto sentía. “Como la madre consuela a su hijo, así os consolaré”, hace decir a Dios el “tercer Isaías”, para recurrir en seguida a la imagen del niño que mama “la teta de la consolación”. ” [Fatone, 1963b: 32].
               
La imagen de Dios bajo la figura materna se comprende cuando atendemos al hecho de que como sostiene Campbell, cada uno de los grandes temas mitológicos del Viejo Testamento ha sido localizado por los modernos eruditos en el anterior complejo sumero-babilónico, lo que supone que mitos que originalmente apuntaban a la diosa como fuente ultima, ahora apuntan a un dios [Campbell, 2002: 54]:

“Este cambio es altamente significativo, y es una de las cosas más desconcertantes de nuestra tradición. Los símbolos hablan directamente a la psiquis. Uno sabe espontáneamente lo que están diciendo, aun si la persona que los presenta e interpreta habla en una lengua diferente. Dice “Esta historia nos habla el Padre”, mientras el corazón del oyente está diciendo “No, habla de la Madre”. Es así como todos nuestros símbolos religiosos nos hablan con un doble discurso. Dado que como afirma Santo Tomás en su Summa contra gentiles (Libro I, cápitulo 5), “Solo entonces conocemos de verdad a Dios, cuando creemos que Él está muy por encima de todo lo que el hombre puede pensar de Dios”, seguramente no es correcto pensar como masculino o femenino a lo que supera todo pensamiento humano. En nuestra tradición, el problema se hace más complejo por la imagen de un Dios masculino sin esposa, lo que nos impide pensar en la divinidad como algo que trasciende y subsume los opuestos sexuales. Esta imagen de lo divino es muy importante, psicológica y socialmente. Como ahora sabemos bien, esta representación marcadamente desequilibrada del misterio de Dios fue construida primordialmente para apoyar el reclamo de superioridad de los conquistadores patriarcales sobre sus victimas matriarcales.” [Campbell, 2002: 54-55][4].

Mas adelante señala nuestro autor:

“Además, el poder que ha sido suprimido en la corriente principal de nuestra tradición es el que en la mayor parte del mundo es representado con la imagen de la gran Diosa. En la Biblia (Reyes II, 21: 23) se la llama “la abominación”. Pero la imaginaria misma de la Biblia deriva de un contexto mitológico anterior, en el que reinaba la Diosa. Su imaginería y la de las deidades de la naturaleza, sus hijos, han sido expropiadas y transformadas para ponerlas de acuerdo con una tradición estricta y cruelmente patriarcal, orientada hacia lo masculino; de ahí que todos los símbolos de esta tradición aparezcan cabeza abajo.
¿Quién, por ejemplo, quiere el seno de Abraham? ¿Quién oyó nunca de un hombre dando a luz a una mujer, como Adán a Eva? En toda esta simbología y estos relatos hay una deliberada campaña de seducción, que vuelve la mente y el corazón de la mujer al hombre -es decir, de las leyes de la naturaleza a las leyes e intereses de una tribu local. Una vez más, como ya he sugerido, es seguramente un desconcierto para la psiquis tener que responder a imágenes que dicen una cosa al corazón y son presentadas ante la mente programando otro sentido, opuesto. Esta paradoja produce una clase de situación esquizoide, e indudablemente una de las razones principales de la prosperidad actual del psicoanálisis es este embrollo de la imaginería simbólica a través de la cual los sistemas conscientes e inconscientes de nuestras mentes eran mantenidos en contacto.
Una desgracia adicional para la salud de nuestra civilización puede verse en el mismo doctor Freud, tan infectado como la Biblia con lo que hoy llamamos machismo. El movimiento feminista puede tener una influencia importante aquí, extendiéndose inclusive al campo de la simbología religiosa. Mientras tanto, en la tradición cristiana, ha sido un gran triunfo para Maria que a pesar de la resistencia de la comunidad bibliólatra protestante (para quien la mariolatría tiene más o menos el mismo significado que la “Abominación”, para Elías) ha podido avanzar más y más en la órbita de la divinidad. La Asunción de Maria al Paraíso fue declarada dogma en 1950, para que se lo creyera como suceso histórico. También debe tenerse en cuenta, como imagen para la contemplación, su Coronación en el Cielo.
De hecho, Maria es inclusive considerada Co-Salvadora, co-sufridora con su Hijo redentor. La línea divisoria aquí entre “veneración” y “adoración” se vuelve cada vez menos fácil de definir. Las reglas de juego están cambiando ante nuestros ojos. Si cedieran completamente, se habría ganado una autentica victoria sobre el provincianismo patriarcal de nuestro pasado (Extra ecclesiam nulla salus) y a favor de un futuro más humanizado, simplemente por virtud de una transformación de símbolos esenciales a través de la imaginación mitológica vuelta a despertar y activar, de los hombres y las mujeres de hoy.” [Campbell, 2002: 74-76].

Esta cuestión se relaciona estrechamente al moderno interés por la brujería, en punto a la cual se señala [siguiendo a R. R. Ruether en El Aspecto Femenino de Dios. Un problema de la Vida Religiosa Contemporánea. Concilium 163, marzo, 1981. Revista Internacional de teología. Ediciones Cristiandad, Madrid, España] que:

“El movimiento feminista de los años setenta, sobre todo en los Estados Unidos, empezó a desarrollar una tendencia cada vez mas militante que identificaba la religión patriarcalista como raíz del problema de la subordinación a que están sometidas las mujeres. Aquellas mujeres entendieron que todos los esfuerzos por trazar una imagen más bien “andrógina” de Dios habrían de resultar insuficientes. El aspecto femenino de Dios quedara siempre situado dentro del marco fundamentalmente condicionado por la perspectiva masculina. De ahí sacaron la conclusión de que es preciso rechazar en bloque la religión bíblica.
   En su lugar aspiraban a erigir una religión de la Diosa y de la  naturaleza, que suponían ser el culto original de la humanidad durante la etapa de la sociedad matriarcal, antes de que surgiera el patriarcado. Creían que las brujas de Europa habrían mantenido esta religión de la naturaleza cuya figura central era la Diosa y que a causa de esta fe fueron perseguidas por la iglesia cristiana, que falsamente las acusó de malevolencia y de rendir <<culto al diablo>>. La brujería feminista piensa estar resucitando esta antigua religión de la Diosa.
   Es posible que en este movimiento estemos presenciando lo que podríamos considerar primeros pasos de una nueva etapa de la conciencia religiosa de la humanidad. El cristianismo crítico no puede desdeñar sin más esta posibilidad. Podría ocurrir que al final resultara cierto que hemos permitido que la revelación hecha a través de los profetas y de Jesús se haya corrompido a causa de un androcentrismo idolátrico y que ahora sobrevenga un entendimiento más pleno de Dios en que verdaderamente quede incluido lo femenino como persona y que esta perspectiva se sobreponga a la religión patriarcalista a la vez que la juzga.” [Nueva Sociedad, 1986: 192-193].

5.        A modo de conclusión. En las Cámaras Borgia del Vaticano se encuentra un cuadro de un pintor del siglo XVI llamado Pinturicchio que:

“muestra a la diosa egipcia Isis entronizada, dando instrucciones a sus dos discípulos. A su izquierda se sienta Moisés y a su derecha, Hermes.” [Campbell, 2002: 68-69].

Esta obra nos remite al combate que -en el complejo escenario del Renacimiento [Berdiaev, 1978: 279]- libraron principios contrarios: la concepción pagana de un absoluto inmanente en la vida, y la concepción trascendental cristiana [Berdiaev, 1978: 280]; se ha señalado la importancia que presenta en este contexto la traducción de una considerable porción del Corpus Hermeticum hecha por Marsilio Ficino en 1463, obra que se inscribe en la línea griega de pensamiento en el que la divinidad habita, y es de la misma de, la sustancia del universo, inteligencia esta que se encuentra en conflicto con la tradición que prevalece desde el siglo IV en adelante de un Dios entendido como un Ser trascendente, que no debe identificarse con la sustancia del universo ni con nuestra propia forma interna [Campbell, 2002: 69].

Ahora, también este cuadro nos hace presente que la aspiración de superar el conflicto entre inmanencia y trascendencia tiene una compleja historia que para nosotros, en nuestro actual estado de conocimiento, se resuelve a favor de la primera.

Aun cuando se trate de una cuestión mas bien secundaria respecto del problema que examinamos, conviene señalar que el carácter metafórico de los relatos religiosos se enfrenta con el hecho de que para las religiones que sostienen una idea trascendente de Dios, el problema de lo que podemos llamar reclamo de historicidad se presenta en principio irreductible. En efecto, dado que el acto creador marca el comienzo del tiempo, no se encuentran en la revelación monoteísta hechos arquetípicos que verificados en el tiempo mítico [o primordial] por revelar un modo de existencia de la divinidad, del hombre primordial, del civilizador, etc., se convertirán en modelos ejemplares para la humanidad y en consecuencia ser reproducidos sin cesar por los hombres [Eliade, 1985: 96-97], sino que esta [la revelación monoteísta], se efectúa en el tiempo histórico, es decir, el que se desarrolla a lo largo de los acontecimientos, los que son únicos, no se repiten y se depositan en las memorias y a través de los cuales Dios revela su voluntad [Eliade, 1985: 97; Leon-Dufour, 1990: 890-892]. Es cierto que en nuestra tradición encontramos un complejo de asociaciones esenciales que no son históricas, sino más bien mitológicas [Campbell, 2002: 124], pero ello no supone negar de que estas puedan vincularse “a hechos que bien pudieron ser fácticos, como la crucifixión de Jesús.” [Campbell, 2002: 124]. Entendemos que este conflicto encuentra un marco de resolución en la inteligencia simbólica.

En orden a las dificultades que enfrentamos[5] este inspirado texto de Fatone es particularmente orientador:

“Aunque antes no hayamos sido, y aunque luego habremos de dejar de ser, somos; y por eso solo, el misterio del ser es nuestro propio misterio. Intentar descifrarlo es nuestra más alta aventura; y no es simplemente aventura “nuestra”: es la mas alta de todas las aventuras posibles porque es la aventura del ser que intenta descifrar su propio misterio. Nuestro episodio humano ha agregado eso al ser: la conciencia de su misterio, y el esfuerzo por resolverlo. No somos el ser; somos seres. Pero no hay, junto a los seres, otro ser más, que venga a aumentar su número. El ser no es un ser, es el ser. Y, tradicionalmente, ese ser que no es un ser ha sido llamado Dios; y ha sido llamado también, Uno, Tao, Brama, Nirvana, Fana. (“Los sabios llaman con distintos nombres a lo que es uno”, dice un viejo texto oriental; “Zeus, si es que con ese nombre quieres ser llamado”, dice un viejo texto occidental.)
Los seres no son el ser; el ser no es ninguno de los seres. Pero el ser vive en los seres, y los seres viven en él. Ninguna intimidad mas estrecha que ésa. Por ello, el misterio del ser es el misterio, también, de nuestra relación con él, ya que en él “vivimos, y nos movemos, y somos”, según las palabras que los filósofos griegos oyeron repetir a Pablo de Tarso en el Areópago.
Seres insertos en el ser: eso somos. Toda nuestras búsquedas son figuraciones de la búsqueda única que las hace posibles; y de ahí el “Consuélate: No me buscarías, si no me hubieras encontrado”. Seres itinerantes, terminamos por descubrir que todo viaje es un regreso: como el Simurg de la alegoría persa, al fin del viaje nos encontramos con nosotros mismos. Todo vuelo es el vuelo del Único hacia el Único. Ninguno de nuestros hallazgos es el hallazgo; y por ello estamos condenados a repetir la letanía: “No es esto; no es esto”. Ninguna de nuestras pérdidas es la pérdida; y por ello podemos siempre prestar oído a la antigua advertencia: “Sólo perece lo perecedero”. [Fatone, 1963b: 58-59].

  


6.        Oración final.
Invocación a la Diosa Madre Tierra de un herbario inglés del siglo XII, citado por Robert Graves en La Diosa Blanca [Rodríguez, 1999: 243].


Tierra, divina diosa, Madre Naturaleza, que engendraste todas las cosas y das a luz siempre de nuevo el sol que has donado a las naciones; guardiana del cielo y del mar, y de todos los dioses y potencias; por tu influencia toda la naturaleza se apacigua y se hecha a dormir. (...) De nuevo, cuando te place, envías la alegre luz del día y alimentas la vida con tu eterna seguridad; y cuando el alma del hombre se va, vuelve a ti. En verdad te llaman justamente Gran Madre de los Dioses; la Victoria está en tu nombre divino. Tú eres la fuente de la fuerza de los pueblos y los dioses; sin ti nada puede nacer ni hacerse perfecto; eres poderosa, Reina de los Dioses. Diosa, te adoro como divina, invoco tu nombre; dígnate concederme lo que te pido, así podré dar gracias a tu divinidad con la fe que te es debida...”



Bibliografía

Anquín, Nimio de               1994:         El ente y la memoria.
                                                              Buenos Aires, ed. Bonum, 1994.

Berdiaev, Nicolai                1978:        El sentido de la Creación.
                                                              Buenos Aires, ed. Lohlé, 1978.

Campbell, Joseph               2002:         Tú eres eso.
                                                              Buenos Aires, ed. Emecé, trad. cast. de César Aira, 2002.

Caturelli, Alberto               1983:         La metafísica cristiana en el pensamiento occidental.
                                                              Buenos Aires, ed. Cruzamante, 1983.

Eliade, Mircea                    1985:         El Mito del Eterno Retorno.
                                                              Barcelona, ed. Planeta-De Agostini, trad. cast. de Ricardo Anaya,
                                                              1985.

Fatone, Vicente                  1963a:       Temas de Mística y Religión.
                                                              Bahía Blanca, ed. Cuadernos del Sur - Universidad Nacional del
                                                              Sur, 1963.

Fatone, Vicente                  1963b:        El Hombre y Dios.
                                                              Buenos Aires, ed. Columba, 1963.   

Kerényi, Karl                      1972:         La religión antigua.
                                                              Madrid, ed. Revista de Occidente, trad. cast. de M.ª  Pilar Lorenzo
                                                              y Mario Leon Rodríguez, 1972.

Leon-Dufour, X.                1990:        Vocabulario de Teología Bíblica.
                                                             Barcelona, ed. Editorial Herder, trad. cast. de Alejandro Esteban
                                                             Lator Ros,1990.

Nueva Sociedad                 1986:         El aspecto femenino de Dios.
                                                             en Nueva Sociedad  Nº 82 - Marzo/Abril 1986, pp. 190-193.

Rodríguez, Pepe                1999:         Dios nació mujer.
                                                             Barcelona, ed. Ediciones, 1999.                                                                       




[1] Entre los griegos, la humanidad se encuentra en relación fraternal con la divinidad: Dioses y hombres tienen un origen común [Kerényi,1972: 143-144].
[2] Escribe Campbell:

“Esa fue la gran revelación de Pablo sobre este joven rabino que fue crucificado por haber dicho “Yo y el Padre somos uno”. Eso es buen gnosticismo. Cuando Hallaj, novecientos años después, dijo lo mismo, también fue crucificado por los musulmanes. No podemos identificarnos con Dios cuando pensamos a Dios como un hecho. Cuando pensamos a Dios como una metáfora del dinamismo de la vida, y nos identificamos con eso, somos Dios. [Campbell, 2002: 96].
[3] Como resultado de esta confusión escribe Campbell:

“tenemos gente que se considera creyente porque acepta las metáforas como hechos, y tenemos otros que se dicen ateos porque piensan que las metáforas religiosas son mentiras.” [Campbell, 2002: 25].
[4] Sobre el contexto histórico en que se produjo esta sustitución es informativo, no sin reservas, el libro de Rodríguez Dios nació mujer [1999].
[5] En la que debemos tener presente la observación de Campbell  respecto del hecho de que las instituciones religiosas occidentales poseen en los altares de sus Iglesias los mismos símbolos que se hallan en oriente, y que las mismas lecciones espirituales que podemos recibir de allí, las podemos tener en las palabras de nuestros propios grandes místicos [Campbell, 2002: 58-59].