TEXTO DEL CÁNTICO DEL HERMANO SOL DE SAN FRANCISCO DE ASÍSY DE LA RIMA LXXIII [71] DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Materiales para el Curso de Metodología de la Investigación
Salvador, Andrés Oscar Raúl
Cántico del
Hermano Sol de San Francisco de Asís. La
siguiente versión del Cántico del Hermano Sol de San Francisco de Asís
[también llamado por Tomas de Celano[1]
Cántico de las criaturas] está hecha por Federico Muelas sobre el texto
de Padovan en I Fioretti di San Francesco e Il Cantico del Sole, editado
en 1927 en Milán [Anónimo, 1971: 175].
Cántico del Hermano Sol
Altísimo
Señor, Omnipotente!
Sean tuyos la
gloria, los loores
y toda
bendición.
Solo a ti
corresponden y hombre alguno
es digno de
nombrarte.
Loado, mi
Señor, seas por todas
las criaturas;
sobre todas ellas
por mi señor
hermano el Sol.
Con su lumbre
y su luz nos das el día.
¡Cuan bello es
y esplendoroso! El lleva
tu
representación, ¡oh Dios Altísimo!
Por el hermano
Viento;
por el Aire,
la Nube y las Estrellas
y por la
hermana Luna
seas loado, mi
Señor, que bellas
y claras cosas
en el cielo hiciste.
Loado seas
siempre, mi señor,
por el hermano
Viento y por el Aire,
y el Sereno,
el Nublado y todo tiempo.
Con ellos
sostenéis las criaturas.
Loado seas por
la hermana Agua,
tan útil, tan
humilde,
tan preciosa,
tan casta.
Loado seas
siempre, mi Señor,
por el hermano
Fuego.
Con él la
noche alumbras,
y es robusto,
y es bello,
y es alegre, y
es fuerte.
Loado seas, mi
Señor, por nuestra
madre y
hermana Tierra,
porque ella
nos gobierna y nos mantiene,
nos da frutos
diversos
y flores de
color y verde hierba.
Sé, mi Señor,
loado por aquellos
que por tu
Amor perdonan, que pacientes
sufren
tribulaciones y dolores.
Y
bienaventurados
los que en paz
se mantienen, porque un día,
¡oh Altísimo!,
por ti serán premiados.
Loado, mi
Señor, seas por ella,
nuestra
hermana la Muerte corporal,
de la cual
ningún hombre
podrá escapar
jamás.
¡Y ay de
aquellos que mueran
en pecado
mortal!
Y
bienaventurado el que la encuentre
viviendo en tu
divina voluntad,
que la segunda
muerte contra ellos
no prevalecerá.
¡Load y
bendecid a mi Señor,
dadle gracias,
servidle
con humildad!
[Anónimo,
1971: 175-176]
Rima LXXIII
[71] de Gustavo Adolfo Bécquer. El siguiente es
el texto de la Rima LXXIII [71] de Gustavo Adolfo Bécquer con arreglo a la
edición de Francisco López Estrada & Ma. Teresa López García-Berdoy
[Bécquer,1993].
LXXIII
71
Cerraron sus ojos
que aún tenía
abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella
sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor
primero,
con sus mil rüidos,
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
- ¡Dios mío, qué
solos
se quedan los
muertos!
*
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporreteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto,
todo se encontraba
que pensé un momento:
- ¡Dios mío, qué
solos
se quedan los
muertos!
*
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un
extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre
dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
[reinaba el
silencio];
perdido en las
sombras,
yo pensé un momento:
- ¡Dios mío, qué
solos
se quedan los
muertos!
*
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendido en el hueco,
¡ acaso de frío
se hielan sus
huesos...!
**
*
¿ Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al
cielo?
¿ Todo es [vil
materia],
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no
puedo,
[que al par nos
infunde
repugnancia y duelo,
al] dejar tan
tristes,
tan solos los
muertos!
|
[Bécquer,1993:
193-197].
Bibliografía.
Anónimo 1971: Las Florecillas de San Francisco.
Navarra, ed. Salvat, versión castellana de Federico Muelas,
1971.
Bécquer,
Gustavo Adolfo 1993: Rimas y Declaraciones Poéticas.
Buenos Aires, ed. Espasa Calpe Argentina, edición de Francisco
López Estrada & Ma. Teresa López García-Berdoy, 1993.
Celano, Tomas
de 1999: Vida primera de San Francisco.
Buenos
Aires, ed. Lumen, 1999.
[1] Tomas de Celano es autor de
una biografía de San Francisco titulada Vida Primera, escrita a fines
del año 1228, o a principios de 1229, la que fue considerada por el Capitulo
General Franciscano, realizado en Paris en 1266 como la primera y más verídica
fuente de la vida y hechos del Santo [Celano, 1999: 6 nota 1]. Escribe Tomas de
Celano:
“80. [...] ¿Quién será capaz
de narrar de cuanta dulzura gozaba al contemplar en la criaturas la sabiduría
del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración lo llenaba
muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y
contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad simple! ¡Oh simplicísima
piedad!.
También ardía en vehemente amor por los
gusanillos, porque había leído que se dijo del Salvador: “Yo soy gusano y no
hombre” (Sal 21, 7). Y por esto los recogía del camino y los colocaba en lugar
seguro para que no lo escachasen con sus pies los transeúntes. ¿Y qué decir de
las otras criaturas inferiores, cuando hacia que a las abejas les sirvieran
miel o el mejor vino en el invierno para que no perecieran por la inclemencia
del frío? Deshacíase en alabanzas, a gloria del Señor, ponderando su
laboriosidad, y la excelencia de su ingenio; tanto que a veces se pasaba todo
un día en la alabanza de éstas y de las demás criaturas. Como en otro tiempo
los tres jóvenes en la hoguera invitaban a todos los elementos a loar y
glorificar al Creador del universo, así este hombre, lleno del espíritu de
Dios, no cesaba de glorificar, alabar y bendecir en todos los elementos y
criaturas al Creador y Gobernador de todas las cosas.
81. ¿Quién podrá explicar la alegría que
provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al contemplar la galanura de
sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante dirigía el ojo
de la consideración a la hermosura de aquélla flor que, brotando luminosa en la
primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos.
Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a
loar al Señor, como si gozaran del don de la razón. Y lo mismo hacia con las
mieses y las viñas, con las piedras y las selvas, y con todo lo bello de los
campos, las aguas de las fuentes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el
fuego, el aire y el viento, invitándoles con ingenua pureza al amor divino y a
una gustosa fidelidad. En fin, a todas las criaturas las llamaba hermanas, como
quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la
agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás,
los secretos de las criaturas.
Y ahora, ¡oh buen Jesús!, a una con los
ángeles, te proclama admirable quien, viviendo en la tierra, te predicaba
amable a todas las criaturas.” [Celano, 1999: 113-114].
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