noviembre 15, 2009

TEXTO DEL CÁNTICO DEL HERMANO SOL DE SAN FRANCISCO DE ASÍSY DE LA RIMA LXXIII [71] DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

 TEXTO DEL CÁNTICO DEL HERMANO SOL DE SAN FRANCISCO DE ASÍSY DE LA RIMA LXXIII [71] DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Materiales para el Curso de Metodología de la Investigación
Salvador, Andrés Oscar Raúl



Cántico del Hermano Sol de San Francisco de Asís. La siguiente versión del Cántico del Hermano Sol de San Francisco de Asís [también llamado por Tomas de Celano[1] Cántico de las criaturas] está hecha por Federico Muelas sobre el texto de Padovan en I Fioretti di San Francesco e Il Cantico del Sole, editado en 1927 en Milán [Anónimo, 1971: 175].

                                                     Cántico del Hermano Sol




Altísimo Señor, Omnipotente!
Sean tuyos la gloria, los loores
y toda bendición.
Solo a ti corresponden y hombre alguno
es digno de nombrarte.

Loado, mi Señor, seas por todas
las criaturas; sobre todas ellas
por mi señor hermano el Sol.
Con su lumbre y su luz nos das el día.
¡Cuan bello es y esplendoroso! El lleva
tu representación, ¡oh Dios Altísimo!

Por el hermano Viento;
por el Aire, la Nube y las Estrellas
y por la hermana Luna
seas loado, mi Señor, que bellas
y claras cosas en el cielo hiciste.

Loado seas siempre, mi señor,
por el hermano Viento y por el Aire,
y el Sereno, el Nublado y todo tiempo.
Con ellos sostenéis las criaturas.

Loado seas por la hermana Agua,
tan útil, tan humilde,
tan preciosa, tan casta.

Loado seas siempre, mi Señor,
por el hermano Fuego.
Con él la noche alumbras,
y es robusto, y es bello,
y es alegre, y es fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra
madre y hermana Tierra,
porque ella nos gobierna y nos mantiene,
nos da frutos diversos
y flores de color y verde hierba.

Sé, mi Señor, loado por aquellos
que por tu Amor perdonan, que pacientes
sufren tribulaciones y dolores.
Y bienaventurados
los que en paz se mantienen, porque un día,
¡oh Altísimo!, por ti serán premiados.

Loado, mi Señor, seas por ella,
nuestra hermana la Muerte corporal,
de la cual ningún hombre
podrá escapar jamás.
¡Y ay de aquellos que mueran
en pecado mortal!

Y bienaventurado el que la encuentre
viviendo en tu divina voluntad,
que la segunda muerte contra ellos
no prevalecerá.

¡Load y bendecid a mi Señor,
dadle gracias, servidle
con humildad!



[Anónimo, 1971: 175-176]


Rima LXXIII [71] de Gustavo Adolfo Bécquer. El siguiente es el texto de la Rima LXXIII [71] de Gustavo Adolfo Bécquer con arreglo a la edición de Francisco López Estrada & Ma. Teresa López García-Berdoy [Bécquer,1993].

LXXIII
    71




    Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

    La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

    Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos,
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

- ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
                   
*

    De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

    Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

    De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporreteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto,
todo se encontraba
que pensé un momento:

- ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
                 
*

    De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

    Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.

    La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
[reinaba el silencio];
perdido en las sombras,
yo pensé un momento:

- ¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

    En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

    Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate

el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendido en el hueco,
¡ acaso de frío
se hielan sus huesos...!

**
*

    ¿ Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿ Todo es [vil materia],
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
[que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
al] dejar tan tristes,
tan solos los muertos!




[Bécquer,1993: 193-197].





Bibliografía.

Anónimo                                 1971:         Las Florecillas de San Francisco.
                                                                  Navarra, ed. Salvat, versión castellana de Federico Muelas,
                                                                  1971.

Bécquer, Gustavo Adolfo       1993:         Rimas y Declaraciones Poéticas.
                                                                  Buenos Aires, ed. Espasa Calpe Argentina, edición de Francisco
                                                                  López Estrada & Ma. Teresa López García-Berdoy, 1993.

Celano, Tomas de                   1999:         Vida primera de San Francisco.
                                                                   Buenos Aires, ed. Lumen, 1999.




[1] Tomas de Celano es autor de una biografía de San Francisco titulada Vida Primera, escrita a fines del año 1228, o a principios de 1229, la que fue considerada por el Capitulo General Franciscano, realizado en Paris en 1266 como la primera y más verídica fuente de la vida y hechos del Santo [Celano, 1999: 6 nota 1]. Escribe Tomas de Celano:

“80. [...] ¿Quién será capaz de narrar de cuanta dulzura gozaba al contemplar en la criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración lo llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad simple! ¡Oh simplicísima piedad!.
   También ardía en vehemente amor por los gusanillos, porque había leído que se dijo del Salvador: “Yo soy gusano y no hombre” (Sal 21, 7). Y por esto los recogía del camino y los colocaba en lugar seguro para que no lo escachasen con sus pies los transeúntes. ¿Y qué decir de las otras criaturas inferiores, cuando hacia que a las abejas les sirvieran miel o el mejor vino en el invierno para que no perecieran por la inclemencia del frío? Deshacíase en alabanzas, a gloria del Señor, ponderando su laboriosidad, y la excelencia de su ingenio; tanto que a veces se pasaba todo un día en la alabanza de éstas y de las demás criaturas. Como en otro tiempo los tres jóvenes en la hoguera invitaban a todos los elementos a loar y glorificar al Creador del universo, así este hombre, lleno del espíritu de Dios, no cesaba de glorificar, alabar y bendecir en todos los elementos y criaturas al Creador y Gobernador de todas las cosas.
   81. ¿Quién podrá explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante dirigía el ojo de la consideración a la hermosura de aquélla flor que, brotando luminosa en la primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don de la razón. Y lo mismo hacia con las mieses y las viñas, con las piedras y las selvas, y con todo lo bello de los campos, las aguas de las fuentes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el fuego, el aire y el viento, invitándoles con ingenua pureza al amor divino y a una gustosa fidelidad. En fin, a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas.
   Y ahora, ¡oh buen Jesús!, a una con los ángeles, te proclama admirable quien, viviendo en la tierra, te predicaba amable a todas las criaturas.” [Celano, 1999: 113-114].

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